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Shady Records / Interscope Records / 2015
Para esta segunda entrega, Michael Wayne Atha se tomó literalmente todo el tiempo que quiso. Jimmy Iovine (Interscope Records), Eminem y Paul Rosenberg (Shady Records) aceptaron darle libertad absoluta para la composición del nuevo álbum. Pasaron meses hasta que Yelawolf concretó la primera canción y así fueron cayendo una tras otra.
Love Story suena a un disco que recopila momentos, como si esas 18 pistas hubieran comenzado como una lluvia de ideas que terminó siendo grabada. La propuesta de Yelawolf, alejada de los estereotipos del hip hop, cae en un laberinto de canciones que no colaboran para pulir su estilo.
La primera canción del disco fue esa primera idea que concretó en el proceso creativo. “Outer Space” se presenta con un prometedor riff de guitarra, pero luego cae en ritmos de secuenciadores que no proponen algo nuevo. Esa es la primera muestra del disco. Más adelante, el escucha va cayendo en los experimentos sin cohesión. “American You”, por ejemplo, coquetea con un pop que no se entiende en esa pieza.
El bloque que va desde “Whiskey In A Bottle” hasta “Best Friend” ft. Eminem parece el estilo musical más apegado a la imagen que Yelawolf intenta mostrar. Estas canciones hacen una mezcla de hip hop con country y rock sureño. En ellas hay arreglos de guitarra acústica que sustituyen a los sonidos producidos con computadoras. Esos arpegios y rasgueos aportan una dosis de credibilidad a las rimas de Wayne Atha.
La nueva producción de Yelawolf, a pesar de la falta de cohesión, tiene una gran ventaja: sus sencillos son muy atractivos. “Till It’s Gone” es la mejor prueba de ello. Ver a este rapero contando historias sobre una aerolancha atravesando pantanos augura un hip hop diferente. Lo mismo sucede con “Box Chevy V” y “American You”; son atractivos pero no consiguen afianzar al disco como una obra redonda.
Las rimas de Alabama no pueden ser iguales que las de las costas Este u Oeste. Yelawolf atrae porque no parece cualquier otro rapero. No se viste como los demás, no creció en Los Ángeles o Nueva York. No cuenta las mismas historias. Y lo más importante: no le canta a la misma audiencia. Queda claro lo que no es Yelawolf, pero no se entiende lo que sí quiere ser.