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Nonesuch Records / 2019
Lætitia Tamko lloró todos los días que duró la grabación de su nuevo álbum. Por supuesto que hay diferentes tipos de llantos y no es que esté mal el simple hecho de hacerlo. Tal vez algún día lloró de felicidad por terminar una canción que estuvo atorada en el tintero por semanas, quizás otro día, la frustración de no dar con el coro correcto la consumió hasta tener que explotar. De una forma u otra, la pasión hecha lágrimas, demuestra que mucho hay de ella en el trabajo que quiere mostrar al mundo. Vagabon es el nombre su proyecto y también el nombre de su segundo disco, mismo que, con paso firme, camina lejos de su debut.
Cuando tenía 13 años, llegó a Nueva York procedente de Camerún. Dice que aprendió inglés viendo El príncipe del rap y algunos de los DVDs que acumulaba su familia. Hoy, 13 años después, es casi imperceptible el acento que la identificaría fácilmente como foránea. Cuando pequeña, creció con música del este de África. Músicos de Mali y de Camerún que, seguramente, servían como remanentes de sus primeros años. Después llegó Whitney Houston y Mariah Carey. Choques culturales. Sincretismo musical. Para Lætitia, es fácil discurrir entre diferentes circunstancias, lugares, aspectos socioeconómicos o aficiones. Es ingeniera y todos los días, por las mañanas, sigue haciendo problemas de cálculo, además de que aspira a ser corredora de fondo. Música, números y deporte, una triada que, según ella, es lo que le da sentido a su vida.
En el 2017, Infinite Worlds salió a través de Father/Daughter Records —disquera que ha arropado a proyectos como Shamir, Diet Cig, Remember Sports o PWR BTTM— y mostró a Vagabon como un proyecto basado en guitarras. Igual que Snail Mail, PJ Harvey o Mitski, parecía que Lætitia se sentía cómoda haciendo canciones que hablaran de ella, de sus amigos, de ella y sus amigos, de alguna persona conocida o algo que supiera, junto a sus cuerdas. Ese disco le permitió dejar su trabajo formal y empezar a girar por el mundo. Es el hecho de lo itinerante, lo que decidiría cómo continuar su carrera.
La vida en el camino es pesada. Tienes que prescindir de las comodidades que brinda el sedentarismo, para entregarte a las comidas veloces, los baños públicos y las habitaciones de hoteles. Si eres un músico y quieres componer, tendrás que alterar de alguna forma tu método tradicional. Para Vagabon el cambio vino de la digitalización. Texturas inexploradas en su corta carrera musical. La guitarra dejó de ser el medio de expresión principal y, pronto, las secuencias se abrieron paso para conseguir un sonido completamente diferente al de su primer disco. Por supuesto que habrá quien considere esto una involución, no obstante, un horizonte de posibilidades se abre paso en un disco que, pareciera, mucho más cohesionado y meticuloso que su debut.
No habrá manos ajenas en la música de Vagabon, al menos en esta segunda entrega. Cada canción tiene la esencia que Tamko quiso plasmar. “Full Moon in Gemini” abre la puerta a un disco que se siente íntimo y evocador. Habla de cuerpos que se quisieron en una noche pletórica, pero que por alguna razón, parecen ser imposibles. Es una canción que bien pudo ir acompañada de una guitarra acústica, pero que con los arreglos de cuerdas y la batería sintética, navega entre lo orgánico y lo exánime. “Flood” acierta en el título y absorbe la atmósfera mientras las palabras demuestran que las personas son una parte fundamental en la manera de contar historias de la camerunesa/neoyorquina.
“Secret Medicine” es un canto para despojarse del orgullo. Palabras para esas personas que extrañamos en nuestras vidas y por las que haríamos cualquier cosa, aunque a veces esas relaciones terminen rasgando la dignidad y la sanidad mental. Hay que tener una balanza en plenas condiciones para arriesgarse de tal forma. “Water Me Down” es una canción que se puede bailar. Si antes las escuchas de Vagabon eran para desgarrarse la garganta junto a riffs crudos, ahora puedes mover la cabeza, los pies y el cuerpo entero mientras escuchas la metamorfosis. Un cambio que rápidamente es reemplazado por las viejas cuerdas acústicas en “In a Bind”. Pero las apariencias engañan, vuelven a aparecer los destellos digitales, el aura de una nueva esencia. Lætitia Tamko se tomó en serio el experimentar con sonidos ajenos.
“Every Woman” es un punto álgido en el álbum. Sutil y combativa, la letra y la instrumentación dan en el punto correcto entre conciencia y alegorías hacia lo femenino, mientras que el color de la voz de Lætitia resplandece con vigor. Para terminar, hay una voz masculina que completa el círculo cantando “Full Moon in Gemini”. La banda es Monako, un proyecto con integrantes de Hamburgo y Montreal que acompañó a Vagabon en un tour por Europa. Cuando acaba, es momento de comparar y el disco vuelve a comenzar.
Vagabon es un trabajo osado, repleto de vivencias personales, intentos fallidos y horizontes descubiertos, que pone a Vagabon, el proyecto, en una posición destacada a la que, quizá, no habría llegado si hubiera seguido por la zona de confort que generaba su guitarra. Es un primer paso que solo puede deparar un emocionante futuro para Lætitia Tamko.