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Kranky / 2018
En lo figurativo del noise y el ambient de Tim Hecker hay un aprecio por la melodía. En el caos cotidiano hay una coreografía rítmica. Es cuestión de mirar detenidamente el movimiento y la forma en que surgen los accidentes para apreciar el ritmo del desorden. Pero observar lo impredecible es arriesgarse. Una experiencia en donde no hay estabilidad ni congruencia. El nuevo álbum del artista canadiense es ruptura y caos. Puede ser una obra sólida y artística que empuja hacia otra frontera o puede ser una escucha dolorosa en tanto la armonía es fragmentada y destruida sin mayor cuidado.
La portada del disco ya es en sí un acto transgresor, un golpe a la retina que impacta por lo imposible: en un callejón hay un auto cubierto con un plástico gris, frente a éste una torre de fierros se eleva, un chorro de agua escurre de esta construcción que se sostiene mágicamente, en la cima un sintetizador destruido es atravesado por un tubo oxidado, de la esquina del aparato electrónico sale una llamarada color naranja muy viva. Lo que podría ser una instalación contemporánea en algún museo es la presentación de Konoyo, el noveno álbum de un vanguardista y teórico del sonido.
Tim Hecker que ya había causado sensación con sus anteriores álbumes; Virgins (2013) y Love Streams (2016), ahora vuelve a la carga con una propuesta en donde la armonía es inesperada y una vez formada, atravesada. La ruptura es el origen de este universo imposible, no existe la canción si no se rompe, pero no hay destrucción, sino una fragmentación de la materia, no hay principio ni final, sino una continua transformación del tema, la melodía no es entonces un destino o una meta, la melodía es una experiencia sensorial, corporal y mental, una contemplación de las cuerdas, los timbres, las percusiones, el drone, los sintetizadores, el noise, los instrumentos de viento y la anamórfica integración y manipulación de estos elementos.
Konoyo es el resultado de la conversación que tuvo el autor con un amigo recién fallecido sobre “el espacio negativo y el sentido de la densidad musical cada vez más banal”. Una interacción entre la electrónica de vanguardia del canadiense y los sonidos de la banda japonés Tokyo Gakuso que se encarga de ejecutar Gagaku, un tipo de música de cantos largos y lentos interpretada en la corte imperial de Japón. Esta pieza emblemática dura más de una hora con sólo siete temas, sus paisajes violentados son un espejo de la belleza que guarda cada día en sus caóticos minutos, al mismo tiempo que maravilla causa dolor la transgresión de cada tema. Es importante el desapego o la experiencia resultará caótica. Konoyo es como la vida misma, hermosa e incierta.