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Sumerian Records / 2020
Después de tres décadas de carreras es difícil imaginar que el impulso creativo sea remotamente el mismo que en un inicio, esto crea una dicotomía: ser criticado por ser el artista que no supo evolucionar y simplemente repitió la misma fórmula hasta el cansancio o terminar siendo un artista completamente diferente que aliena a los fans que crecieron con su música.
Este año se cumplió un cuarto de siglo de Mellon Collie and the Infinite Sadness, para muchos la obra maestra de The Smashing Pumpkins –solo Siamese Dream le suele hacer la competencia en el imaginario colectivo- y aquella banda de Chicago comandada por William Patrick Corgan no podría sonar más alejada de aquel rock alternativo noventero.
Sería erróneo hacer pensar al lector que no soy consciente de que Corgan es un músico multifacético y con frecuentes tendencias a dar giros en su sonido. Adore de 1997 marcó un primer vistazo hacia su lado más electrónico y se convirtió en uno de los discos más apreciados de los Pumpkins con el tiempo, su álbum solista The Future Embrace más tarde demostraría como nunca antes su amor por el synth pop -con un toque de shoegaze- y prácticamente todos los discos bajo el nombre The Smashing Pumpkins lanzados durante la década pasada contaron en algún nivel con sintetizadores como ingrediente de la mezcla.
Hace dos años, cuando se anunció que el guitarrista James Iha y el baterista Jimmy Chamberlin volvían a la banda, conformando así tres cuartos de la formación original –la bajista D'Arcy Wretzky fue la excepción-, las expectativas eran altas pues a pesar de que Chamberlin ha sido mancuerna de Corgan en diversos proyectos suyos intermitentemente, los tres no habían estado juntos en casi dos décadas.
Esas expectativas poco a poco fueron disipándose, primero por un corto y decepcionante Shiny and Oh So Bright y ahora con un inflado y carente de inspiración álbum titulado CYR que pone de manifiesto la imposición creativa del líder de la banda y la manera en que relega a una esquina a sus compañeros de banda, quienes se sienten desperdiciados a lo largo de 20 temas y 72 minutos.
Estamos hablando de una banda que cuenta no uno, no dos, sino tres guitarristas contando a Jeff Schroeder, en un disco con mínima a nula guitarra, además de reemplazar a un excelso baterista con una caja de ritmos en buena parte del material. “Starrcraft” es el mayor ofensor en este último ámbito, con un ritmo repetitivo de aplausos sintético y un bombo cargando toda la canción.
“The Colour of Love” arranca prometedora, presagiando una serie de canciones inspiradas en el sonido electrónico de los años ochenta con un toque de sonido industrial y en gran medida es lo que tenemos en este álbum. El problema es que en el proceso fue sacrificado todo indicio de un gancho o algún elemento que distinga a la mayoría de estas canciones entre sí o que las haga memorables en algún nivel.
El ritmo del álbum fluctúa entre movido synth pop a ratos y temas drenados de energía a continuación. En segundo lugar tenemos la insípida “Confessions of a Dopamine Addict” antes de pasar al track titular y el primer sencillo del álbum, una canción con pretensiones de sonar futurista y que no pasa de sonar a un tema promedio de la etapa electrónica de Silversun Pickups, banda que inicialmente se comparaba con The Smashing Pumpkins. Eso sí, vale la pena resaltar las vocales de apoyo de Sierra Swan y Katie Cole, quienes son un elemento importante que levanta este último tema y sus dulces vocales están presentes en varias de las canciones.
Este sube y baja de energía es una constante a lo largo de CYR, pasando por las arrulladoras “Dulcet in E” y “Wrath”, la más acústica y sentimental “Ramona” y luego con “Wyttch” cuyo sonido más pesado termina por sentirse totalmente fuera de lugar en medio de este mar de sintetizadores.
Los pocos rastros de aquellos The Smashing Pumpkins con los que estamos familiarizados nos los brindan las brillantes y luminosas guitarras –aunque distantes y relegadas al fondo de la mezcla, claro está-, reminiscentes al Machina I: The Machines of God del 2000, que encontramos por ejemplo en “Anno Satana”, “Save Your Tears”, “The Colour of Love” o “The Hidden Sun”.
Sería un inútil esfuerzo desmenuzar uno por uno todos estos 20 temas, especialmente en la segunda mitad donde es más difícil encontrar dónde termina Corgan y comienza el resto de la banda. “Haunted” y “Tyger Tyger” son los momentos en que el minimalismo llega a niveles ridículos y es más clara la distancia con sus tres compañeros, “Minerva” cierra el disco en una nota esperanzadora, pero para ese entonces ya es demasiado tarde.
CYR es un álbum monótono por decirlo de una forma ligera, pienso en el momento de poner algunas de estas canciones en un setlist al lado de sus glorias pasadas y me imagino con ellas un buen momento para ir al baño durante sus futuros conciertos.
No hay justificación alguna para que este disco dure 72 minutos, The Smashing Pumpkins no es una banda ajena a la realización de obras extensas, pero nunca antes habían entregado una colección de temas tan olvidables. El líder de la banda sustituye las letras emocionales e identificables por palabrería rebuscada que raya en el sinsentido y sónicamente pierde todo rastro de identidad con la banda que le dio fama y aclamo alguna vez.
James Iha rasgueando una guitarra eléctrica de la cual no sale ningún sonido en el video de “CYR” es la mejor imagen para ilustrar este trabajo. Los dos discos anteriores de la banda podrán haber sido los más vapuleados por la crítica, pero este nuevo me provoca defenderlos con un “al menos se acababan más rápido”. Podría poner cinco temas de CYR en una playlist (“The Colour of Love”, “CYR”, “Anno Satana”, “Ramona” y “The Hidden Sun”) y borrar el resto de estas canciones para siempre de mi memoria.
Es triste pensar que una de las bandas de rock más apreciadas de los años noventa acaba de lanzar uno de los peores discos pop de 2020. Afortunadamente para los devotos de Billy Corgan, el hombre es un workaholic que lanza música nueva periódicamente, solo falta esperar que en el futuro privilegie la calidad sobre la cantidad.