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FLORA / 2019
A veces la naturaleza es capaz de hablar. A veces la naturaleza es capaz de hacer sus propios sonidos y crear su música. A veces una foto es capaz de trasmitir distintas sensaciones más allá de lo visual, casi de dar vida a notas dentro de la mente de quien se conecta con esa imagen a través de la mirada. Eso ha sido una constante a lo largo de la carrera de Teen Daze y su creador Jamison Isaak, que en cada álbum y cada single que ha lanzado desde 2012, siempre intenta compartir su experiencia desde lo visual, desde el envoltorio en el arte de su música. Así que su nuevo álbum Bioluminescence si bien no es la excepción, ni es tampoco una desviación a algo que vaya más allá de lo que se podría esperar de él, sí es donde casi podría afirmarse que su concepto y estilo ha quedado definido, y donde sus pretensiones se han materializado.
Y es que ese propósito de fusionar el mundo orgánico y natural con el electrónico y digital, parece más realizado que nunca. Una experiencia de poco más de media hora que, desde la carátula cumple el cometido de darnos una imagen de naturaleza armoniosa, bajo un filtro digital que le da aires mágicos a la postal. Y así mismo resulta el contenido, que se lleva entre trances ambientales, con pequeños shocks de chillwave, con un encanto que a veces nos lleva a las fronteras del dream pop, con pinceladas de house, y sobre todo, con una abducción que pasa de lo cinemático a lo atmosférico a devoción.
Jamison cuida con una precisión quirúrgica este lienzo llamado Bioluminescence, a pesar de que el acabado es siempre difuso, no se le va el más mínimo detalle. Sabe que la neblina nombrada "Near" en sus 4:17 debe ser la inducción, y lo hace entre la naturalidad de escuchar el romper de una cascada (dice aquí aparecen grabaciones ambientales del Océano Pacífico) que deja una brisa por encima de todo el sonido a manera de efectos como el phaser o el flanger, y una ascendencia esporádica de un circulo de teclados eclesiásticos y percusiones esporádicas que esperan su momento con serenidad. Este tipo de cortes se le dan de maravilla, a veces parecen un arrullo hipnótico como "Longing" que también posee las uno de los despuntes de percusión de mayor nerviosismo, pero que cualquier efecto es calmado por la sutileza de "An Ocean on the Moon" y su piano natural extendido hasta la hermosa "Drifts" que apenas se esconde bajo una capa de phaser, pero trayendo a la mezcla unas cuerdas de arpa para hacer lo más cercano a una canción de cuna posible.
El productor canadiense también sube el nivel y da vida a corrientes de chillwave dentro de este álbum. Es "Spring", "Hidden Worlds" y "Ocean Floor" el tridente que marca el pasaje más álgido en Bioluminescence, yendo desde unas pequeñas notas arpegiadas de guitarra y un beat conducido por palmas, hasta un flujo de beats más corpulentos con hi-hats empujando a un momento más propio del house pero sin perturbar su aura de dormitorio, pasando por un cinturón experimental de ritmo inestable, de breakbeats, de sonidos que rompen un poco la ilusión y la magia del sueño con sonidos accidentales de metales, vidrios, campanas, etc., pero a pesar de ello, siempre funcionando a favor, ya que casos así fungen para demostrar que la misma naturaleza es impredecible e incontrolable.
Ocho cortes y 38 minutos en los que Jamison Isaak cumple la primicia de Bioluminescence, haciendo convivir en armonía dos mundos, haciendo que cada uno funcione para el otro y se complemente. Corto en su duración pero permanente en su encantamiento que deja al terminar el recorrido. Porque a veces así deben ser los más bellos momentos.