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Columbia Récords / 2021
El gran titular de la entrevista de Rosalía con diario El País dice "Si el éxito acaba rompiéndome con el paso de los años, no pasa nada. Así es la vida". Y no solo es la declaración principal de la conversación, también es la síntesis discursiva de MOTOMAMI, su tercer álbum de estudio y el gran fenómeno global en turno.
La frase es osada porque pone de manifiesto un tema que históricamente ha sido tabú para todos los artistas del espectro comercial de los últimos 100 años: la humildad, la soberbia, ser real, dejar de serlo, respetar tus raíces, olvidarte de ellas.
Que ella lo aborde de esa manera no sorprende porque esa es Rosalía: una mujer directa, honesta, contundente, sin miedo a las conversaciones incómodas. Y lo acepta sin tapujos: el ego es inherente al ser humano, y quién lo niegue, vive en una fantasía. Así como el dinero y el poder corrompen, la fama tiene la capacidad de hacer lo mismo. Sobre todo en un mundo en el que la atención mediática es un tesoro tan valioso como el petróleo y el agua.
Por eso, MOTOMAMI sí es su trabajo más personal: si Los Ángeles es un homenaje al folclor español y El Mal Querer es una descripción sobre la experiencia femenina frente al amor, ésta tercer placa es el relato -su relato- de los altos costos que implican convertirte en super estrella mundial. Un conflicto que, por cierto, lleva rondando la cabeza de los artistas más grandes durante los últimos años.
"Es mala amante la fama, no va a quererte de verdad
Es demasia'o traicionera, y como ella viene, se te va
Yo sé que será celosa, yo nunca le confiaré
Si quiero duermo con ella, pero nunca me la voy a casar".
Dicen ella y The Weeknd en "La Fama", y lo acentúa en "Delirio De Grandeza" con una frase corta y afilada:
"El oro pudo más que mi dolor".
Finalmente, lo particulariza en G3N15, con una disculpa hacia su sobrino que bien podría ser para toda su familia por la manera en que se ha olvidado de ellos como consecuencia de introducirse al jet set anglosajón:
" ¿Me perdonarás lo que me he perdí'o?
Son dos años ya
Tú ya tienes diez
Los once están en camino
¿Eras de ojos cielo o de ojo' azul marino?
No sé qué te gusta
Más si las carreras
Naves espaciales o barcos de vela
Si vives tranquilo o vives con guerra
Si ya te enamoras o si aún te peleas
Si sientes calor, lo sientes por dentro".
Esa multitud que grita su nombre en "Sakura", el último track del disco, no es gratuita. Son una manera de emular lo que decía Janis Joplin en su tristeza más severa: "En el escenario hago el amor con decenas de miles; pero al regresar a casa, la única que me espera es mi botella de Jack Daniel's".
Y cómo no perder la cabeza, si en un abrir y cerrar de ojos su tesis de licenciatura mató a la Rosalía Vila Tobella que creció en San Cugat de Vallés para darle vida a La Rosalía de Nueva York y duquesa de Puerto Rico, mejor amiga de las Kardashian, musa de Versace y hombro de confianza para meterse cocaína con Frank Ocean.
Planteada esta parte, Rosalía contrasta con una faceta ligera y trivial que ha tentado a la comedia para llegar a buen puerto. Como ella misma explica, el disco es sol y sombra: MOTO para "Saoko", "Chicken Teriyaki" y "Bizcochito" en el afán de reivindicar la capacidad de las mujeres para ser divertidas; y MAMI para sus lamentos personales.
Es el lado MOTO alude a la Poesía de lo Absurdo, una técnica -que también fue corriente- en la que se toman elementos de la vida cotidiana para ser rimados sin ninguna lógica más que la simetría fonética, y que se popularizó por allá de los 70's en Inglaterra, con nombres como John Cooper Clark a la cabeza de la movida.
Y no es el primer antecedente hispanohablante que se vale de este recurso para escribir: Claudio Yarto ya lo hacía en los años esplendorosos de Caló, cuando rimaba pavo con año y smog con Señor Frogs para describir una taquería en el fin del mundo.
Lo que sí, es que Rosalía ha dado el paso para que sus singles existan en los 4/4 compuestos de TikTok. Una declaración de intenciones, una declaración de futuro desde uno de los álbumes más esperados del 2022.
La cúspide de MOTO es el poema sonoro "abcdefg" en el que se escucha a una Rosalía espontánea, desparpajada y encantadora. Mucho más que un interlude o un skit, este spoken word es la identidad de la española por sí mismo.
Paradójicamente, la comedia es cosa seria. Y más cuando es alevosa y premeditada. Es por eso que ciertos pasajes de MOTO son el impedimento para que podamos declarar este disco como una placa perfecta. En el humor, la frontera entre la carcajada y el cringe es delgadísima, y mientras algunos de sus punchlines se quedan en el aire, otros elementos del disco se caricaturizan involuntariamente.
Ejemplo: para los anglosajones podrá parecer exótico que Abel Tesfaye canté en español; pero para nosotros, los latinos, es imposible sentir que nos pusieron frente a una sátira de Romeo Santos.
El principal atractivo de MOTOMAMI es la paleta de sonidos y la coexistencia de diferentes naturalezas musicales. Una condición que más que un distintivo, ha pasado a convertirse en un requisito para darle la etiqueta de "obra maestra" a los discos cantados en español (sin ir más lejos, piensen en los principales argumentos que posicionaron EL MADRILEÑO y VICEVERSA en los tops del 2021).
Y aunque es la primera obra mainstream en la que conviven el Reggaeton old school, el Pop Reggaeton, el Neo-Perreo y el Post-Reggaeton, primero habría que agradecerle a Arca, a Bad Gyal y a Looney Tunes por hacerlo posible.
Por eso, las virtudes sobresalientes de MOTOMAMI no están en el diálogo entre ritmos sino en los puentes que unen esos ritmos. El Diablo está en los detalles: el coro de "CANDY" que es una interpolación de la melodía de "Archangel" de Burial, solo por mencionar uno solo de los múltiples guiños que la española hace a su historia con la música.
Y está en las condiciones artísticas para lograrlo: antes que la figura Pop, es productora y cantante prodigiosa… La comandanta de una tropa que tiene a Tainy, Noa Goldstein, Sir Dylan, El Guincho, Pharrell Williams, Dukes y varios más.
Desde esa posición, en pleno uso de sus facultades técnicas, es capaz de transgredir las estructuras convencionales de la música popular para hacer canciones con un solo verso o sin estribillos o la que el planteamiento melódico del coro se altera con cada repetición.
El disco es desafiante y valiente, eso no puede estar en tela de juicio; sin embargo, el problema de Rosalía es que despolitiza la música de la que toma influencias en nombre del quehacer estético. Y no se trata de que enarbole panfletos o de la discusión sobre si comercializa o no con ello porque a estas alturas queda claro que todxs lxs artistas le deben regalías a la África negra, a los vikingos, a los árabes y a los pueblos mesoamericanos. Lo que pasa con ella y los artistas españoles de las grandes ciudades es que cometen el error común de los académicos occidentales cuando intentan vincularse con culturas cimentadas desde el sufrimiento, el dolor y la imposición: pensar que el escuchar, leer y ver todo el material disponible de esas comunidades automáticamente significa escarmentar sus experiencias. Y lo que ella siente como una estructura rítmica hecha bailar tiene detrás un proceso de defensa contracultural.
Que suene a Reggaeton no significa que sea Reggaeton porque detrás del Reggaeton existen años de persecución y estigmatización; así como subirse a una Kawasaki Vulcan y ponerse una chaqueta Ambush no le dan el título de Bōsōzoku porque ser Bōsōzoku también es pagar las facturas de sangre que cobran los Yakuza y la policía japonesa. La cual es una reflexión que nosotros mismos deberíamos hacernos como público: ¿Realmente entendemos el peso político de los corridos tumbados? ¿No fetichizamos nosotros también?
A su vez, Rosalía junto a Bad Bunny, J Balvin y Maluma se han vuelto el instrumento de los anglosajones para ver con binoculares a las sociedades que en pleno 2022 solo les parecen exóticas.
Y no se trata de que Rosalía, C. Tangana o Paula Cendejas dejen de hacer música; pero es necesaria la discusión que los acerque a una familiaridad integral.
La ventaja de todo esto es que, en las propias palabras de Rosalía: "cada que hago música estoy aprendiendo".
Y mientras aprende, MOTOMAMI ya es uno de los discos más trascendentales de la década.