8
RAMONA Musica/Cosmica Label Services / 2018
Atravesando el centro del país y llegando hasta el último rincón del sureste mexicano, los chicos de Ramona han sabido cosechar su popularidad y lograr ser una de las bandas con mayor reconocimiento en la escena psicodélica mexicana. Cérès fue el álbum responsable de su expansión y reconocimiento casi unánime, por lo tanto, hubo que afianzar todo lo conseguido y aprovechar el empuje que consiguieron para escribir rápidamente la siguiente página de su historia, la cual lleva el nombre de Párpados.
Es curioso observar las tendencias del grupo cuando relacionamos sus canciones más famosas con las mejores que tienen y la dirección que ahora están tomando: "Tristes Ojos", proveniente de su debut del 2015 (La segunda luz del día) tiene el mayor conteo de reproducciones en plataformas, y así lo intentaron en su trabajo pasado emulando con seguridad esas baladas de estilo Enjambre o Comisario Pantera (o un largo etcétera) con otros cortes cuales "Ojitos soñados" o "Perdóname". No obstante, también lograron canciones donde de verdad explotaron su vena psicodélica que les abrió una brecha para encontrar su identidad y donde cada sintetizador lo volvieron hipnótico junto a efectos de guitarra capaces de ahogar al escucha; todo esto, sucedió en Cérès, donde en un estado primario de este sonido se encontraban piezas como "Ávès" y en regocijo total con "Colores", canción que de haberla hecho alguna banda como Tame Impala se hablaría de una maravilla. En el caso de Párpados, se apuesta más por la sustancia que por la cantidad, reduciéndonos a ocho tracks, pero donde se concentran los mejores elementos de su placa anterior.
Aquí tenemos un compilado más libre, desatado, aventurado, con mejor desarrollo y ejecución, todo se nota desde que abren sin temor con una canción de 7 minutos, hablando de intenciones amorosas sobre un filtro alucinógeno, el estilo de su vocalista, Jesús López, por fin se atreve a variar añadiendo un tono romántico que pesa más cuando se aplica a jams instrumentales volviéndose un auténtico laberinto de coloración y acidez, aterrizados únicamente por sus cantos terrenales que devuelven algo de normalidad al final.
Las influencias del grupo son fáciles de identificar; tenemos por ejemplo las guitarras estériles y cacofónicas de UMO en "Miles y millones" o la mencionada "Párpados", también la implosión de teclados y synths que distinguen a Lonerism de Tame Impala en "Ojo del bosque", pero en general encontramos un equilibrio entre producción y arreglos, donde no es difícil entonar melodías claras a pesar de la condensación sonora, algo como sucedía en el debut de Temples. Aquí la gran diferencia es que a Ramona no le fue difícil desarrollar sus bases, reforzando y adaptando una fórmula que ellos sí pudieron controlar para dar luz a "Es difícil volar" y "Fuego", al final, llevando todo al extremo más brusco en "Esmeralda" que, con su robustez y avance portentoso se distingue por tener un mood más estresado.
"Gaia" e "Íris" fungen como interludios instrumentales necesarios en este viaje porque delatan la devoción de Ramona por los momentos más sutiles, melodiosos, cargados, multicolor, rápidos, turbios o airados. Avanzan a ellos de manera natural, sin forzarlos y por sí mismas se descubren como dos caras de una moneda: siendo la primera un viaje de sintetizadores siderales y la segunda un punto de reposo entre guitarras relajadas y coros al fondo. Y así como podríamos tachar a ambas por ser relleno, también podemos usarlas para aplaudir la habilidad de sus creadores, porque el álbum es sutilmente un arma de doble filo; podríamos rechazarlo por ser muy corto o aplaudirlo porque tiene mayor peso y efectividad, porque nos expone a una banda que supo aprovechar su experiencia, mezclar esos aprendizajes tanto propios como ajenos con su habilidad y talento para hacer un tracklist corto pero duradero en sensaciones, uno que reafirma y fortalece las virtudes de Cérès y que los establece como un referente en la escena psicodélica mexicana.
9
Sacred Bones Records / 2018
30/Oct/2018
Si la imagen del asesino serial Michael Myers es imponente por el vacío de los agujeros negros que lleva por ojos y que contrasta con lo blanco del rostro, la música que acompaña su andar –cuchillo en mano– le da el aura del que habla su psiquiatra el Dr. Loomis Cuando lo describe por primera vez: él es “pura maldad”. Por eso no lo pueden matar. Estamos ante la personificación del odio, el dolor y lo destructivo de la humanidad. El score creado por el también director de la primera entrega, John Carpenter es una herramienta más de terror del que se sirve “el hombre calabaza”.
Para la nueva entrega del universo cinematográfico de Halloween, John Carpenter, su hijo Cody y el compositor Daniel Davies cocinaron un soundtrack más aterrador que los previos entregados por el propio Carpenter padre. Además del clásico tono del synth que asusta a cualquiera sin importar que haya visto o no la cinta y al que le han hecho las respectivas variaciones como percusiones más marcadas, texturas escalofriantes sobre gélidas notas de piano o un beat acelerado, los tres músicos le dan al resto de la música cuerpo y una vibra desesperanzadora.
En “Michael Kills Again” unos riffs estruendosos rompen una puerta que deja escapar un ansioso tic-tic-tic-tic cuando Myers toma forma de nuevo en la cinta. Cuchillo brillante atravesando cuellos. El resto del track es amenazante hasta las notas cuasi tristes con las que finaliza el tema, los compositores no solo quieren darle más armas al asesino, sino que quieren acabar con cualquier grado de esperanza que pueda existir sobre los personajes de la historia. Cuando Trent Reznor y Atticus Ross reinterpretaron el tema de la cinta en 2017 lo dotaron de sus característicos sonidos fríos, pero aquí las notas de piano son puestas sobre el ocaso de la tarde y con ello, la amenaza de la noche. Señal de advertencia.
Y si ya hemos dicho que a él no se le puede matar entonces hay que esperar su resurgimiento y su paso lento pero constante, “The Shape Kills” y “Laurie Sees The Shape” conducen a este hombre no-humano sobre bajos, beats y unos escalofriantes pero al mismo tiempo maravillosos synths que se clavan como cuchillos en los oídos o palpitantes latidos de alguien que huye y golpea fuertemente para que abran la puerta. La composición de la tríada alcanza momentos increíbles: reiteración usada al mínimo, prolongación ante clímax y elemento sorpresa que estremece.
A John Carpenter se le conoce como el maestro del terror por su mano ante la cámara en cintas como Christine, The Thing y Halloween, también por crear beats espeluznantes sobre la electrónica, pero, y especialmente, por comprender la sensación del miedo y explotarla a través de sus técnicas como la ausencia de un rostro, porque es más aterrador si no vemos quién está detrás de la máscara. El suspenso jamás termina. Así que por seguridad cierren las puertas y guarden los cuchillos durante esta noche de brujas.
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