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Palm — Rock Island

8

Palm
Rock Island

Carpark / 2018

Artista(s)

Palm

La isla de la fantasía.

¿Cómo podría uno describir la música de Palm? Podríamos iniciar diciendo que es una banda que incorpora tendencias africanas y barrocas en pinceladas de rock que camina hacia un muro y se desmorona mientras sigue tocando. O podría ser un caleidoscopio con figuras en perfecta simetría que se reestructuran hasta no tener su estructura inicial. Si nos vamos a similitudes con otras bandas, sería como meter a Battles y a Deerhoof a pelear hasta la muerte dentro de una licuadora mientras El Guincho sonoriza el encuentro. Sea como sea, Palm está abriéndose camino de manera contundente en la escena norteamericana del art rock, y Rock Island, su trabajo más digerible y soleado a la fecha, prueba este punto sólidamente.

El conjunto de Philadelphia, Pennsylvania liderado por Eve Alpert y Kasra Kurt no desean hacerle las cosas fáciles al escucha desde una impresión inicial, pero se aseguran de dejarlo a uno inmensamente satisfecho después de cada canción. Anteriormente se enfocaban más en una vertiente noise, como en Trading Basics de 2015, pero desde su llegada a Carpark Records, cuna de actos como Beach House, Dan Deacon, Speedy Ortiz y Toro y Moi, entre otros, quizás influyó en darle un poco más de luz y algarabía a su estilo poco ortodoxo –inclusive para el perfil de la disquera–. ¿Es para su beneficio? Por supuesto.

Foto Facebook de la banda

La cosa está así: desde los primeros efectos de “Pearly”, el tema que abre el disco, uno tiene que ir preparando sus oídos para un coctel de varias capas, sabores y texturas, que abarcan un afropop peligroso de bailar (“Dog Milk”), dream pop ruidoso (“Forced Hand”), slacker rock, onda Mac DeMarco, (“Theme from Rock Island”), psicodelia pura (“Bread”) y por lo que son más conocidos y afamados: math rock preciso, complejo y juguetón (“Heavy Lifting”). Los colores no dejan de surgir; las voces no dejan de conmover y las estructuras no dejan de confundir, pero dicho como un cumplido.

Lo que nos deja con esperanzas para el futuro de Palm es que, en su lucha por buscar una armonía en el caos, las sorpresas no cesarán, por lo cual podrían surgir después con un disco de mariachi con percusiones insistentes o drone con marimbas y melodías etéreas para seguir sacudiéndonos el tapete y meternos por otro túnel sin salida de sus habituales laberintos musicales. Las posibilidades son infinitas. Palm es una banda que solo nos deja migajas para seguir y que nosotros mismos tenemos que escoger el camino, ya que siguen cambiando los atajos y los obstáculos. Algunos se preguntarán: ¿y dónde está la salida? La pregunta real es: ¿acaso importa?