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Interscope / 2019
Cada generación ha sido afortunada de tener un artista emblemático que se atreve a romper esquemas y salir un poco del nicho en el que a veces el colectivo social o el contexto cultural encasilla, a veces sin quererlo. Por eso hemos podido elevar a un estatus legendario bien merecido a gente de la talla de Muddy Waters, Little Richard, Marvin Gaye, Stevie Wonder, Michael Jackson, Prince, D’Angelo, Kanye… la lista sigue y sigue. Son justamente figuras que iniciaron en un género predominantemente “de color”, llámese blues, R&B, funk o hip hop, y agarraron influencias de muchas otras corrientes pasadas, presentes y futuras para crear un estilo propio y muchas veces imitado, pero en el mejor sentido de la palabra.
Justo este caso de la imitación va más allá de replicar algún coro o riff o estilo de producción; es tomar las bases de los maestros, pensar cómo puede uno innovar y encontrar una voz particular. Entre los mejores discípulos que tenemos actualmente está Michael Kiwanuka. El inglés ha sabido destilar todos los elementos predominantes de la música de color que han sobresalido desde antes de la invención del fonógrafo hasta el filtro sonoro de Instagram a lo largo de dos discos, Home Again y Love & Hate. En ellos hay rock sucio, baladas seductoras e himnos de corte eclesiástico que complementan su voz versátil, que puede ser imperativa y vulnerable con el chasquido de un dedo. Se podría decir que su consolidación llega con su tercer material de estudio, Kiwanuka. Esta afirmación nos llega desde bautizar al disco homónimamente, una práctica común en donde los artistas realizan una postura de llamar así a sus materiales que son “su esencia, su declaración definitiva”. Y vaya que Kiwanuka tiene algo que decir.
El disco abre con un ritmo africano lleno de bongos y cantos para hacer una metamorfosis instantánea a una fiesta sin control, en donde un conjunto de voces gospel celebra al ritmo de un ensamble que remite mucho a lo que hacía Four Tops o The Miracles en sus años de Motown. Kiwanuka empieza a tomar responsabilidad por sus pecados, y al final afirma que ninguno de nosotros tiene la culpa. Eso es “You Ain’t the Problem” y acto seguido, el cantautor nos motiva a seguir cambiando con los tiempos en “Rolling,” acompañado de un shuffle sabroso que podría sacar al alma más pasiva de la cama.
La parte sanadora continúa con “I’ve Been Dazed,” un misal tan mágico como revelador, en donde Danger Mouse, el ahora productor de cabecera de Kiwanuka, llena de instrumentos clásicos y sonidos de la naturaleza las letras heridas y con fuerte convicción que podría llenar de esperanza toda una calle del Vaticano. Las texturas nublosas, percusiones y bajos contundentes y aderezos electrónicos que son el pan de cada día del afamado productor han sabido complementar de forma espléndida a la música de Kiwanuka, que se va desde un estilo afrobeat a un folk tierno sin moverle un dedo a la melancolía que permanece a lo largo del disco.
“Piano Joint (This Kind of Love)” muestra un lado más íntimo y oscuro, ayudando a matizar el material tanto en forma como en fondo, y “Hero” vuelve a ser una liberación de sensaciones furiosas y resignadas. Aquí también caben las inquietudes políticas, sociales y espirituales, y el que Kiwanuka las vincule de la manera más pura con los dolores del corazón, es el más grande acierto del disco.
Si Kiwanuka está encaminado a ser el portavoz de esta generación de creadores de memes y escuchas de plataformas digitales, no quiere hacerlo sin que olviden lo que más importa: el amor, la importancia de alzar la voz de manera directa, sin esconderse detrás de una pantalla, y ¿por qué no? De vez en cuando está padre poner un disco completo y en la mejor manera posible para apreciar cada espacio y toque sonoro. Marvin estaría orgulloso.