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Interscope / 2019
19/Nov/2019
Cada generación ha sido afortunada de tener un artista emblemático que se atreve a romper esquemas y salir un poco del nicho en el que a veces el colectivo social o el contexto cultural encasilla, a veces sin quererlo. Por eso hemos podido elevar a un estatus legendario bien merecido a gente de la talla de Muddy Waters, Little Richard, Marvin Gaye, Stevie Wonder, Michael Jackson, Prince, D’Angelo, Kanye… la lista sigue y sigue. Son justamente figuras que iniciaron en un género predominantemente “de color”, llámese blues, R&B, funk o hip hop, y agarraron influencias de muchas otras corrientes pasadas, presentes y futuras para crear un estilo propio y muchas veces imitado, pero en el mejor sentido de la palabra.
Justo este caso de la imitación va más allá de replicar algún coro o riff o estilo de producción; es tomar las bases de los maestros, pensar cómo puede uno innovar y encontrar una voz particular. Entre los mejores discípulos que tenemos actualmente está Michael Kiwanuka. El inglés ha sabido destilar todos los elementos predominantes de la música de color que han sobresalido desde antes de la invención del fonógrafo hasta el filtro sonoro de Instagram a lo largo de dos discos, Home Again y Love & Hate. En ellos hay rock sucio, baladas seductoras e himnos de corte eclesiástico que complementan su voz versátil, que puede ser imperativa y vulnerable con el chasquido de un dedo. Se podría decir que su consolidación llega con su tercer material de estudio, Kiwanuka. Esta afirmación nos llega desde bautizar al disco homónimamente, una práctica común en donde los artistas realizan una postura de llamar así a sus materiales que son “su esencia, su declaración definitiva”. Y vaya que Kiwanuka tiene algo que decir.
El disco abre con un ritmo africano lleno de bongos y cantos para hacer una metamorfosis instantánea a una fiesta sin control, en donde un conjunto de voces gospel celebra al ritmo de un ensamble que remite mucho a lo que hacía Four Tops o The Miracles en sus años de Motown. Kiwanuka empieza a tomar responsabilidad por sus pecados, y al final afirma que ninguno de nosotros tiene la culpa. Eso es “You Ain’t the Problem” y acto seguido, el cantautor nos motiva a seguir cambiando con los tiempos en “Rolling,” acompañado de un shuffle sabroso que podría sacar al alma más pasiva de la cama.
La parte sanadora continúa con “I’ve Been Dazed,” un misal tan mágico como revelador, en donde Danger Mouse, el ahora productor de cabecera de Kiwanuka, llena de instrumentos clásicos y sonidos de la naturaleza las letras heridas y con fuerte convicción que podría llenar de esperanza toda una calle del Vaticano. Las texturas nublosas, percusiones y bajos contundentes y aderezos electrónicos que son el pan de cada día del afamado productor han sabido complementar de forma espléndida a la música de Kiwanuka, que se va desde un estilo afrobeat a un folk tierno sin moverle un dedo a la melancolía que permanece a lo largo del disco.
“Piano Joint (This Kind of Love)” muestra un lado más íntimo y oscuro, ayudando a matizar el material tanto en forma como en fondo, y “Hero” vuelve a ser una liberación de sensaciones furiosas y resignadas. Aquí también caben las inquietudes políticas, sociales y espirituales, y el que Kiwanuka las vincule de la manera más pura con los dolores del corazón, es el más grande acierto del disco.
Si Kiwanuka está encaminado a ser el portavoz de esta generación de creadores de memes y escuchas de plataformas digitales, no quiere hacerlo sin que olviden lo que más importa: el amor, la importancia de alzar la voz de manera directa, sin esconderse detrás de una pantalla, y ¿por qué no? De vez en cuando está padre poner un disco completo y en la mejor manera posible para apreciar cada espacio y toque sonoro. Marvin estaría orgulloso.
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Crammed Discs / 2019
15/Nov/2019
Cuando se trata de combinar ritmos orientales antiguos con composiciones occidentales, existe una línea muy delgada que divide a una propuesta de investigación, consciente y compleja a una más parecida a un chill out o música de fondo para cualquier espera en sala de médico. No basta con investigar para combinar techno con el sentir del cante persa, por ejemplo. Para lograr algo propositivo y verdadero hace falta más que talento. Parece que el dueto Acid Arab se mantiene del lado complejo y real. Con cero pretensiones de reformar la milenaria música árabe, es que entregan su segundo álbum titulado Jdid.
Desde la primera hasta la última canción se siente y se reconoce un trabajo previo y con sentido. Los sonidos láser provenientes de sintetizadores se integran bien a los detalles de música persa, turca o andalusí.
Primero, gracias a que para esta nueva producción, Hervé Carvalho y Guido Minisky (gobernantes de la electrónica francesa desde hace varios años) invitan a participar en el álbum a músicos que siguen sus tradiciones orientales. Así, desde el track uno logra entablar un diálogo que permite entrar a una atmósfera que si bien se destaca por ser electrónica, abre surcos luminosos para que germine el canto/lamento árabe de Radia Menel. O en “Rimitti Dor”, donde está toda la cadencia del argelino Sofiane Saidi. En esta quinta canción se escucha el mazhar, ese pandero árabe o la mizwad, un tipo de gaita que es completamente reconocible. Potente canción donde la voz, seca, da un golpe tras otro.
Con el tiempo, Acid Arab se dio cuenta que hacía falta echar mano de otras genialidades para acercarse al punto que quiere lograr, quizá por esto fue que integran en total a ocho músicos que aportan ese lado fundamental africano y de oriente medio.
Por otra parte si solo suenan ellos, pueden pasar como cualquiera de las miles de propuestas techno acid que existen. En ese sentido, sus canciones “en solitario” sirven para un despeje mental, como para sentir de otra forma, si se le ve el lado positivo a su punto más endeble.
Así, Jdid, que en árabe significa nuevo y que tiene sentido pues revitaliza la propuesta de sus creadores, es un disco que sí logra hacer que el sistema musical árabe combine con el techno para resultar más agradable a los oídos occidentales. Un disco que se renueva conforme se vuelve a escuchar y que se hace valer de los otros ritmos que aportan artistas argelinos, tunecinos y turcos para crear un mestizaje con poderío, ideal para encarar la noche y salir con una sonrisa hacia el alba.
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