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Columbia Records / 2019
Fue el 7 de noviembre del 2016 cuando Leonard Cohen tuvo el estertor final. Cantautor, poeta y novelista, el canadiense había sido una voz constante, una voz a la cual tomar en cuenta. En sus últimos años, la voz había adquirido una sabiduría cavernosa. En realidad, la magia alegórica había estado presente desde siempre, desde aquellos años 60 en donde, después de ser considerado como una de las emocionantes e incipientes voces literarias norteamericanas, decide incursionar en las canciones y llegar al mundo entero. Las canciones nunca dejaron de llegar.
Toda una vida de reveses, de idilios infinitos, de reflexiones y preguntas existenciales, Cohen de alguna manera encontraba las palabras precisas para dejarnos pensando, para escucharlo atentamente. Tuvo, incluso, el tiempo necesario para brindar una despedida a la altura: You Want It Darker del 2016, hablaba de la redención, del cansancio vital, de las muchas o pocas enseñanzas que se adquieren en ocho décadas, y se mostraba abierto y dispuesto a encarar a la muerte de frente. Seguramente, las maquetas de canciones en el repertorio de Leonard Cohen, sean vastísimas, por suerte, su hijo Adam decidió continuar con esos últimos proyectos que, en sus palabras, habían sido un disco completo si el tiempo y la vida se los hubiera permitido. Thanks for the Dance no son descartes, sino palabras que estaban destinadas a escucharse.
“Happens to the Heart” abre el disco en un clásico tono del Leonard tardío. Declaraciones y preguntas constantes. Cuentas claras y dudas irresolutas. ¿Qué es lo que le pasa al corazón en el final? ¿Qué sucede con la muerte? Lo que nos entregó Cohen desde sus primeros trabajos, fue la capacidad de escoger las palabras precisas y elevarlas a una belleza que solo un poeta como él podría alcanzar. Las mundanidades se vuelven arte cuando las encanciona. No obstante, desde el principio él duda de dicha virtud, diciendo que más bien era un trabajador constante. En la canción, parece existir un guiño a Sasaki Roshi —monje zen y maestro de Cohen durante muchos años— a quien se le acusó de abuso sexual mientras estaba casado. Leonard menciona a un personaje sucio y con cicatrices de mujeres quien no tenía respuestas en realidad, sino la misma y sempiterna pregunta: ¿qué le pasa al corazón?
En “Moving On”, Leonard parece cantarle a una relación que no se acaba mientras las guitarras le acompañan. Tonos cálidos, españoles, casi flamencos, que sirven de preámbulo para la siguiente canción. “The Night of Santiago” es una referencia abierta, un homenaje casi calcado a La casada infiel de Federico García Lorca —probablemente el literato favorito del canadiense, incluso le puso Lorca a una de sus hijas—, en donde la voz embelesante y sombría nos conduce a una noche de lujuria, de olvidar los compromisos, de disfrutar las manos ajenas por instantes desprovistos de moralidad.
“Thanks for the Dance” es una oda a las dicotomías. Parece que en el universo de Cohen el balance ocurre con los extremos. La luz y la oscuridad, el amor y el desafecto, la juventud y la senectud. Al final del día, todos habremos tenido un gran baile de vaivenes, de crisis y cénits, de risas y llantos. “It’s Torn” continúa con los contrastes, los comienzos, los finales. El discurso se vuelve cíclico, incisivo y determinante: la vida se vive a través de los opuestos.
“The Goal” es más poema que canción. Un minuto y doce segundos de arreglos sutiles. Parecen ser las palabras de un personaje que ha enfrentado una depresión durante muchos años, y que, por algunos momentos, encuentra el brillo que necesitaba su vida, hasta que acepta que la meta, simplemente no está al alcance. Podría parecer como una canción de decepción, pero más bien es aceptación. Algo que brinda tranquilidad. “Puppets” es, quizá, la canción con el mensaje más fuerte y contundente del disco. A pesar de que Cohen haya cuestionado los paradigmas durante toda su vida, se le reconoce como uno de los judíos prominentes en el mundo de las artes; “Puppets” presenta a alemanes y a judíos como lo mismo: simples títeres a la merced de algo más. El poder superior. Algo que va más allá. La canción enumera diferentes instancias a las que los unen los hilos de una voluntad inexistente. Canción simple pero profundamente filosófica que da pie a una pregunta, ¿qué o quién es el titiritero del mundo?
“The Hills” nos propone una espera. Una espera que Cohen ya no puede cumplir, una cima que no puede escalar. Sabe que el final está cerca pero de alguna manera se muestra esperanzado. ¿Quién es ella? ¿La felicidad, la esperanza, la paz? Musicalmente, es una de las canciones con arreglos más bellos. Adam Cohen se encargó de que los deseos de su padre fueran plasmados, por lo que, a lo largo del disco, contó con la participación de músicos como Beck, Leslie Feist, Damien Rice y hasta un coro de una sinagoga. “Listen to the Hummingbird” es el último tema, un poema que hacía tiempo que Leonard recitaba y decía que era “una pequeña dulce canción” que estaba componiendo y que parece decir que se escuche a la naturaleza, a un poder superior, cualquiera que sea, que veamos más allá de las palabras fáciles de alguna persona importante.
Leonard Cohen será recordado como un escritor brillante, un hombre que cambió de paradigmas a lo largo de su vida, que se enfrentó a los juicios morales de su época, a las guerras, los desamores, las crueldades y las bellezas del mundo y que supo sacar de cada instancia, una frase, una enseñanza o una pregunta para la posteridad. Incluso en un disco póstumo, su voz suena desafiante y resuelta, y tal vez nunca haya encontrado el significado de la vida, o las respuestas para sus desconsuelos, pero de alguna forma ha logrado construir un universo, en el que esas cuestiones, se responden a través de sus canciones.