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!K7 / 2019
Tiene siete años que no se ven, pero esta noche vuelven a juntarse, se mandaron mensajes hace unos meses, pese a la distancia quedaron de verse en el club que frecuentaban, el que está frente a la calle principal, por donde cruzan individuos vestidos de negro. Cuando entran notan que todo el lugar es diferente, las paredes antes color blanco, ahora tienen espejos, hay muchas luces agitándose en el techo, el humo seco invadiendo el espacio dificulta ver alrededor, cuando logran ver a los otros asistentes no los reconocen, no son quienes solían venir, o no los recuerdan. El tiempo no ha perdonando, ¿cuándo lo ha hecho? Nunca. Aquí viene la contradicción, debe haber una. Hay algo que no se ha movido, que es tan fuerte para permanecer y para que ellos, los jinetes que se reencuentran tras un período de ausencia decidan permanecer: las emociones que emergen cuando asisten a este club. La sensación de libertad, de escapar en cámara lenta, huyendo de uno mismo y, a veces, huyendo de los fantasmas que los persiguen; las emociones guiadas por un sonido llamativo, nocturno y casi urgente, fugaz y efímero, provocativo. La música del lugar es similar a la que ponían hace siete años, synth pop, witch house, new wave y shoegaze.
La máquina de música oscura y bailable está de regreso, Ladytron y sus cuatro jinetes que la comandan vuelven después de siete años. Reuben Wu, Helen Marnie, Mira Aroyo y Daniel Hunt presentan su nuevo álbum, el homónimo y efectivo material es afortunado, sólido, redondo. Una pieza importante de su repertorio. Después de Velocifero y Gravity the Seducer que representaron la estabilización y el estancamiento de su sonido, este un esfuerzo notable por su contundencia sin alcanzar algunos de los momentos más desequilibrantes de sus primeros trabajos. Pero no hacen falta canciones con el sello de “Discotraxx”, “Seventeen”, “Soft Power”, “Fighting in Built Up Areas” o “Destroy Everything you Touch”, la suma de sus partes y los cortes individuales le da certeza a Ladytron. Estamos ante una celebración honesta. ¿Es su mejor disco hasta la fecha? Es muy probable.
Los amigos son guiados hacia la pista por el sonido del club, los atrapa el ritmo, se abren puertas sensoriales, se sostienen del recuerdo, de las palabras que traen de vuelta el pasado, en un bucle que los hace volver una y otra vez a este lugar, porque es mágico. No parece que se hubieran ido. El synth pop que colocara las miradas en Ladytron a principios de los 2000 aquí está, la banda no abandona su esencia. El sonido electrónico que atrae almas nocturnas necesitadas de esperanza viene acompañado de la fuerza en la batería a cargo de Igor Cavalera (Sepultura y Soulwax) en el corte que inaugura esta ceremonia, “Until the Fire”. “The Island” es utopía. Tiene en su ADN el romanticismo del new wave ochentero, ese sonido synth que te hace una promesa y que es lírico y de ensueño. Es también futurista, un proyectil de teclados entrecruzándose, yendo hacia arriba, arriba, arriba, muy arriba, hasta el cielo, el espacio, otra galaxia, otra constelación.
“Tower Of Glass” es ese mismo proyectil abriéndose en un electro-dance-pop, sigue disparado por el espacio, avanzando, descubriendo un territorio que la banda no había explorado, tiene los elementos de su música, pero es diferente, tiene alegría, synths que a su vez se van abriendo para dejar salir otros synths, como un cohete a la luna que se va desprendiendo de partes para alcanzar más altura. Los cuatro conocidos intercambian historias, recuerdos que provocan risas, otras que no todos habían escuchado. Va más rápido y sigue en su dirección en “Far From Home”.
Si en Velocifero pusieron una marca que ponía en claro qué estaban produciendo, canciones pop, reconocibles, comprensibles, con una propuesta más estable, pero que perdía su atractivo y que podía ser monótona; en Ladytron, el sexto álbum, los jinetes cabalgan sobre sus sintetizadores análogos y una batería dura, en canciones también reconocibles, pero con giros. Es un álbum más rock que pop. Es salvaje. En “Paper Highways” hay momentos notables, puentes y pausas dentro del corte que son cortados por una batería que no había sonado antes. Cuando el synth pop podría agonizar por su incapacidad de reinvención, la banda presiona los botones correctos para levantar, coros rápidos, cambios de voces, cambio de velocidad, cambio de estructura, de ritmo, de vibra y beats excéntricos.
Así Ladytron comienza el descenso del misil hacia el sonido seductor, cuasi oscuro, de trance en “Run”, “Deadzone” y “Figurine”. La caída se precipita en algunos momentos, puede ser rápida y “agresiva”, pero se contiene en otros, es un constante flujo de sonido. “You’ve Changed” es punto y a parte. Ya no es lo que conocíamos. En el club se abrieron puertas que dejaron entrar vibras distintas. Ahora es industrial. Y es dance. Una marcha de teclados golpeando duro al lado de la batería con coros agudos. Ya no es seductor, es perverso. Es una orgía de beats. Es un shock dentro de la propia banda. Hay miradas cómplices apenas iluminadas por las luces temblorosas.
Salen del club entrada la madrugada. Toman caminos diferentes. Apenas se despiden. Algo sucedió dentro. Se movieron muchas fuerzas. Tardaron siete años para verse de nuevo. ¿Era necesario tanto tiempo? Quién sabe, pero valió la pena. Ladytron es su mejor álbum hasta la fecha. El cierre es épico, es glorioso, una balada electro que va acelerándose mientras la imagen es ralentizada para ver a los cuatro jinetes culminar su reunión y marcharse en medio de una neblina y una oscuridad fría. Mañana será otro día. Al rato, mejor dicho. Y será mejor. Esa es la promesa.