9
Nacional Records / 2020
12/Feb/2020
La primera ocasión que escuché (por casualidad) a Jungle Fire en Los Ángeles fue algo muy especial para mí. Al entrar al lugar apenas llevaban una canción, dejé atrás a las personas que iban conmigo y me dediqué a sentir su energía maravillosa, picosita y tropical. Fue como ver a un grupo de salsa complementando sus inclinaciones afrolatinas con mucha más elegancia y contexto cultural.
El disco empieza con “Quémalo”, un track que si solo escuchas los primeros 30 segundos revives viejas canciones de Les Claypool, hasta que reconoces el sello único de Jungle Fire, su base rítmica: batería y percusiones con cajas y cencerros que le dan un brillo y vida muy particular. Y claro, los vientos, olas que bailan y alimentan sus producciones.
“Pico Unión” logra un juego de fusión muy bello, con un lenguaje esencial entre la guitarra y los vientos; “Biri Biri” me hace pensar en Los Mirlos, por la psicodelia que se entrega desde el primer instante, y el ritmo a 140 bpm me tongonea los hombros como cuando escuché por primera ocasión “Soul Sacrifice” de Santana; “Masa” y “Emboscada”, ¡uff!, amo todo lo que está en escalas arabescas, crea sensaciones visuales que te teletransportan a un desierto y bien las podría imaginar en cualquier película de Tarantino o del 007.
“Slipshot” confirma que efectivamente estás escuchando a Jungle Fire y que a ellos les encanta Fela Kuti, la cultura de resistencia y el poder de unión entre los grupos sociales.
Dicen que el track siete siempre es el más especial de un álbum, y sí, en “Smash & Grab” los chicos se volvieron locos y arriesgados: tocar algo en 155 bpm, además de representar un esfuerzo físico enorme, requiere gran coordinación. Las distorsiones de guitarra con reverb y space echo funcionan perfecto. A lo lejos, un solo de trompeta estridente hace presencia sin miedo.
“OscilLAdope” me hace imaginar a la banda buscando cómo ponerle nombre al archivo de audio y la sesión, es hermoso escuchar todas las frecuencias y texturas de la canción, toda una guerra de osciladores con una batería en compases de música.
En “Atómico” se escucha a lo lejos una voz que dice “ricooooo”, aquí se baila y se goza desde la entrada. Y llega el final con “Consider This”, una de mis piezas favoritas, pues sus líneas de vientos me remontan a viejas historias de emperadores. Las contestaciones de las congas amarran con perfección y su cierre es uno de los mejores obligados de todas las canciones.
Si no han escuchado a Jungle Fire, se llevarán una sorpresa; es un proyecto de buen gusto al que, personalmente, amo.
8
Fire Records / 2020
12/Feb/2020
21 años han pasado y Black Lips sigue teniendo un aura de juventud. Es una de esas bandas que perpetuamente estará ligada a presentaciones caóticas, energéticas y de las que, probablemente, la mitad del público se acuerde y la otra mitad solamente recuerde algunos lapsos. La misma oración puede aplicarse a los miembros de la banda. De leyendas en leyendas, algunas sirven para confirmar su estatus descontrolado. Como aquella vez que casi matan a Mark Ronson porque para celebrar que habían hecho una canción llamada “Raw Meat”, decidieron ir a un restaurante japonés a comer hígado crudo. No sé a qué estaría acostumbrado Mark Ronson, pero seguro que alguien con su estirpe económica, no habría sido curtido estomacalmente por puestos callejeros de dudosa procedencia. El punto es que le dio una fiebre tan alta que tuvieron que llamarle a su madre para advertirle que, probablemente, tuviera daño cerebral si las cosas continuaban así. Y eso que la historia no involucra sustancias. No obstante, con mucha suerte, a todos nos llega la madurez.
Cuando se revisa la discografía de Black Lips, hay un cierto despiste. Si bien fueron capaces de establecerse en el imaginario colectivo como una banda de garage/punk, en realidad los esbozos musicales tenían fronteras poco limitadas. Era como si nunca se hubieran atrevido a tomar un rol definitivo. Como si el delimitarse fuera en contra de lo que representaban. Ty Segall o Thee Oh Sees, bandas que podrían coexistir en el mismo conjunto de un diagrama de Venn, son reconocidos por su capacidad de composición que parece ilimitada. Black Lips no pertenece a ese grupo. Son más erráticos. Más complicados de poner manos a la obra. Para su más reciente álbum, hubo un factor que fue definitivo en cuanto a la cohesión: Jeff Clarke se unió a la banda.
Sing In A World That's Falling Apart toma por sorpresa. Si bien los de Georgia siempre han cargado con algo del sonido sureño entre la distorsión de sus cuerdas, ahora parecen una banda completamente diferente. “Hooker Jon” es como uno de esos clásicos que se disfrutan más en los trayectos hacia alguna aventura. Una noche en la que no sabes dónde ni cómo acabarás. Incluye todas las referencias necesarias en una canción tradicional estadounidense: la ruta 66, un encuentro fortuito, alcohol, retransmisiones de Wheel of Fortune, avena y centeno. Con “Chainsaw”, el segundo tema del disco, se terminan de materializar los fantasmas de Willie Nelson, de Johnny Cash, del Bob Dylan de “Subterranean Homesick Blues”. ¿Son los mismos Black Lips de los instrumentos incendiados, fluidos regurgitados y ropas volando a la menor provocación?
Jeff Clarke cuenta que estuvo en prisión en Berlín. Las razones pueden ser las que sean. De un personaje que ha estado en bandas como Demon's Claws o The King Khan & BBQ Show, se puede pensar lo que sea. Lo bueno es que, durante su estancia —y gracias a que la prisión de Berlín brindaba más libertades— pudo tener una guitarra con la cual componer. Al salir, ya tenía canciones que se convertirían en el génesis del disco con su nueva banda. Viejos amigos que formalmente estarían en el proyecto. Un punto de inflexión para una identidad cohesionada. Black Lips nunca habían sonado tan asentados. “Es mejor envejecer como una banda de country que como una de punk”, dice Zumi Rosow en una entrevista reciente. Quizá tenga razón.
“Gentleman”, “Rumbler” u “Odelia” tienen lo necesario para parecer clásicos modernos. Una dicotomía que va bien con la estética de los de Atlanta, quienes poseen el don que muchas bandas nunca encuentran: hacer coros memorables. “Live Fast Die Slow” es el corte en donde se puede apreciar de mejor manera la fusión de estilos que han logrado. Es una canción de transición que cierra el disco como una carretera en el horizonte. La letra podría parecer triste, desesperanzada, pero en general, la esencia del disco es, en cierta forma, esperanzadora. Cantar en un mundo que se está cayendo a pedazos podría parecer como un paliativo fútil. Un desperdicio. Pero para algunos puede significar ese resquicio de fuerza y creencias que ayuda a sobrevivir.
Que Black Lips tome todo el moonshine que quiera, pues ha logrado un disco vetusto que suena fresco y, a pesar de los tropiezos en el camino, de las amistades perdidas, de las carencias de presupuesto y de las tardes de resacas, sigue siendo una banda que consigue emocionar.
Haz click en la banderilla para guardar artículos en tus favoritos, ingresa con tu cuenta de Facebook o Twitter y accede a esta funcionalidad.
Avisos