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Polydor Records / 2019
Nunca nos besamos. Nunca nos acostamos. Nunca nos abrazamos. No nos vimos frente a frente. No nos saludamos. No supimos nuestros nombres. El contacto fue mínimo y, sin embargo, fue íntimo. Nos tejió el desamor, la fotografía y la música del inglés James Blake. También sus letras. Estuve la noche entera buscando su nombre en Instagram sin mucho éxito. Cinco cigarrillos y tres tazas de café después me rendí. Quería decirle que es posible renacer en el amor, que después de una tormenta la tierra guarda un aroma increíble, que el nuevo disco de Blake era una forma de invención del músico después de haberse enamorado, que había cambiado la composición upbeat, que la mente inquieta y alienada que no podía comprender qué había hecho mal para que lo abandonaran anteriormente (“Choose Me”) finalmente encontraba calma. Sus canciones dislocadas no existen en el nuevo material, Assume Form. Me quedé con las ganas de contarle eso.
El anterior álbum de James Blake, The Colour in Anything, es de 2016, el año en que comenzamos a escribirnos. Le dio like a mis fotos, imágenes de paisajes con algunas frases de dicho álbum, y comenzamos a seguirnos. Me dijo que también le gustaba ese disco, particularmente la parte introspectiva del inglés para reencontrarse luego de una ruptura y el proceso doloroso que se ponía de manifiesto en sus letras. También atravesaba un desamor. Digo también porque yo estaba en esa situación, así fuimos intercambiando experiencias y nuestra forma de asimilarlo era a través de canciones como “Radio Silence”, “I Hope My Life” y “Points”. A veces pienso que en lugar de sanar nos heríamos más con ese álbum. Era nuestra decisión. Nos hicimos adictos a la melancolía, al soul electrónico de James Blake, a su post-dubstep y a su dance-bass. Una noche, –cuando las personas abren su interior, se transforman, cambia– lloré después de confesarle lo mal que lo estaba pasando luego de ver a mi desamor. Días después atiné a decirle que era mejor que no nos siguiéramos escribiendo, que no me ayudaba pensar y sentir el dolor que atravesaba, y que nuestras conversaciones hacían eso. Borré mi cuenta.
Pero tres años después, cuando Blake publica su cuarto álbum, Assume Form, recordé aquel intercambio de mensajes. El inglés nacido en 1988 se inventa a lo largo de 12 temas cuya materia sigue siendo el neo soul y el post-dubstep, pero cambiando algunos de los elementos primarios de su música: el silencio antes usado como un espacio en donde el drama y el suspenso se desbordaban (“f.o.r.e.v.e.r.”, “Waves Knows Shores”, “The Colour in Anything”) es ahora un constante beat minimalista (“Tell Them”); la transformación de la pieza en un esquizofrénico sonido llevado a límites (“Choose Me”, “I Hope My Life”, “Voyeur”, “Digital Lion”) es una base constante en los temas de la mano de una producción estilizada y pulida; el sentimiento de abandono y soledad, casi oscuro ha desaparecido. El ritmo del álbum es más fluido, lo cual es bueno.
James Blake está enamorado. Su música ya no es un fantasma recorriendo la mente, asume una forma más consistente, quizá menos atractiva también. Le dedica el álbum a su novia, la actriz Jameela Jamil, eso marca la temática del disco, el amor como una fuerza motora, como una fuerza que convierte el gas en un sólido, como una fuerza que le da sentido a su vida. “Asumiré una forma; dejaré el éter; estaré a su alcance, ahora puedes sentir todo; sin pensar, solo siendo primitivo”, con eso inaugura el álbum, en la homónima “Assume Form”. Empieza lentamente y así se mantendrá durante el resto de los tracks, en un beat cadente, seductor, suave, acompañado de un montón de talentos en diferentes géneros: Metro Boomin, Travis Scott, Moses Sumney, Rosalía y André 3000.
Subí fotos con frases de las canciones deseando que volviera a encontrarme y a darles like. Esperé otro día, otra tarde. Miré el celular con desesperación. No pasó nada. Ningún like salvo el de cuentas con nombres raros. ¿Saben qué le hubiera dicho si me hubiera contactado? Que el álbum de Blake no está al nivel de sus piezas anteriores, que se va perdiendo, que por ratos vuelve, que se engolosina buscando formas minúsculas en la producción y se contiene tanto que no alcanza a desatarse, que hay momentos fascinantes, por ejemplo, antes de que empiece el rapeo de André 3000 en “Where’s the Catch?”, cuando el track empieza a reinventarse, con el beat encimándose contra las voces delirantes, cuando asume otra forma sin que sea abrupto. O posterior al momento del primer coro en “Power On”, cuando un sintetizador atrapa el track, lo sostiene y este intenta zafarse, como el cazador con una serpiente lucha en una sutil tensión. O poco antes de que termine “Barefoot in the Park”, unas voces ultraprocesadas arrastran el flamenco-electrónico hacia una inclinación cercana a la locura, muy cercana porque nunca la tocan.
Lo mejor era dejar de lado esa absurda búsqueda. Dudé incluso de si existió esa persona, de si realmente nos escribimos, de si le confesé que sufría, tal vez todo fue un invento para superar aquella crisis, tal vez era mi imaginación arrastrándome como solía arrastrar en su propia circunstancia a James Blake a puntos extremos de composición. Y tal vez ahora su mente está en armonía y esa locura que lo caracterizaba está un poco más controlada, desvaneciéndose como se extingue el último track, “Lullaby for My Insomniac”, en un coro semi-oscuro, lo que queda de aquel fantasmal sonido recorriendo pasillos laberínticos. Hay que reconocerlo, es inevitable no sentir un pequeño escozor cuando su voz abre camino, es capaz de generar lágrimas en quien la escuche, solo que ahora es menos nostálgica, el sentimiento tiene otro cauce.
En su primera mitad Assume Form es una producción interesante, desde el tema que inaugura, advirtiendo que se trata de un Blake distinto; el hip hop hipnótico de la mano de un amigo suyo, Travis Scott o en “Into the Red”, donde confirma el amor que le tiene, supongo, Jameela Jamil a él. La producción es exquisita, demasiado, y en la segunda mitad se vuelve monótona, ¿aburrida?, sin mucha fuerza, como un lamento de felicidad que nunca se convierte en llanto.
Pensándolo bien creo que estuvo mejor que no haya sucedido nada entre nosotros y que ya no tengamos contacto, podemos disfrutar del nuevo álbum de James Blake sin algún recuerdo que intervenga con la música, es agua cristalina que miramos sin filtros, y cada quien puede pensar lo que sea de este álbum, incluso si a mí no me ha sorprendido, incluso si creo que pese a que el inglés ha trabajado con muchas personas como Oneohtrix Point Never, Travis Scott, Frank Ocean, Vince Staples, y Kendrick Lamar ha confeccionado un estilo demasiado suyo, tanto que se ha perdido en él. Creo que voy a borrar de nuevo mi Instagram.