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RCA / 2017
Grizzly Bear es de esos conjuntos musicales que saca el mayor provecho del apelativo de “música alternativa”. Al igual que contemporáneos como Dirty Projectors, Xiu Xiu u of Montreal, su tendencia a trastornar las reglas de lo que el vox populi considera como folk, chamber pop o art rock para volverlo una mezcla de todo o algo totalmente diferente. La fortaleza de este cuarteto de Brooklyn radica en la unión de armonías desgarradoras, guitarras acústicas que conviven con cuerdas y omnichords y una ruptura total de la típica estructura “verso-coro-verso” para darnos paisajes sonoros surreales y pastorales. Painted Ruins, su quinto trabajo de estudio, es quizás su demostración más compleja, arriesgada y extraña de toda su carrera.
Anteriormente, Grizzly Bear empezó como el trabajo solista de Ed Droste. Su primer disco, Horn of Plenty, consistía en canciones de cuna distorsionadas, experimentos vocales y psicodelia lo-fi. A medida que se unieron más integrantes, culminando con la entrada del co-vocalista y guitarrista Daniel Rossen, sus trabajos se volvieron más estructurados y variados, sin perder esa esencia de “grabamos en el sótano de una casa antigua y todo se está derrumbando”. Todas las experiencias aprendidas, desde el misticismo eléctrico de Yellow House y el caleidoscopio de emociones de Veckatimest hasta el coqueteo con el pop que llena estadios de Shields, nos han llevado hasta Painted Ruins. ¿Qué significa esto?
Está la entrada sigilosa de “Wasted Acres”, en donde un paranoico Rossen nos pregunta “Were you even listening?” para avisarnos que debimos hacer la tarea de escuchar su material previo y prepararnos para lo que vendría. Está el combo doble de “Four Cypresses” y “Three Rings”, en donde se aprecia la democracia entre los miembros de la banda, dándole a cada uno un momento para brillar. La producción inmaculada de Chris Taylor (bajista y saxofonista/tecladista/multiusos) sigue dándonos capas y capas de tintineos, rasgueos y beeps, complementada con las percusiones inventivas de Christopher Bear cobran más fuerza que nunca, mientras Droste y Rossen intercambian los papeles principales entre canciones. Pero ahora la música se ha vuelto más complicada, los acordes no son los mismos entre versos y las letras suenan más desesperadas. Se trata de una noción consciente de la banda para crecer no hacia arriba o abajo o a los lados, sino el crear sus propios caminos y cambiar el orden de las superficies y escaleras conforme avanzan los temas. Como una obra de Escher traducida al espectro musical.
La segunda mitad del disco continua a veces poniéndonos trabas para que encontremos el camino de regreso escuchando más. “Losing All Sense” nos recuerda a los momentos más fuertes y comerciales de Shields, para luego echar todo el brillo por un vórtice sin fondo en “Aquarian” y “Cut-Out”. “Neighbors” podría ser el hermano perdido de “While You Wait for the Others” de Veckatimest, en donde los cuatro hacen alquimia para hacer de notas barrocas e inesperadas algo adictivo que no sonaría raro tanto en el Spotify de tu barista de confianza como en una tienda de vinilos con descubrimientos raros. Su bella costumbre de terminar todo con bombo y fanfarrias continúa con “Sky Took Hold”, donde todo su arsenal de violines, trompetas y coros dispara hacia todos lados para reinventar la percepción aural en tus audífonos o bocinas.
Todas estas conclusiones son basadas en múltiples escuchas del material. Gran parte del juego de Grizzly Bear es premiar al escucha con sorpresas y que cada vez que le pongas play a sus canciones descubras algo nuevo. Si estás entrando por vez primera en su universo y no encuentras la salida, no te culpamos. Es muy fácil perder el camino o ensimismarte por todas las “ruinas” que dejan a su paso.