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4AD / 2018
Un día por la noche caminaba por las calles de la colonia Condesa en la Ciudad de México. Llovía. Fue algún viernes de esos en que se desatan fuerzas nocturnas difíciles de contener y que arrastran al cuerpo hacia la incertidumbre. De un club se escuchaba fuertemente “MindKilla” con su atascado coro que palpita con los beats nítidos de la batería y que dice: “Oh na na babeeeee”, “Oh na na babeeeee”. Afuera del lugar un par de amigos fumaban buscando refugio y un poco calor. Un chico le preguntó al otro “¿quién canta?”, en ese momento pasé junto a ellos y me precipité a decir “es Gang Gang Dance”. Siete años han transcurrido de ese episodio que sucedió en el momento del lanzamiento de Eye Contact, un lapso que parecía interminable para sus fans. Kazuashita, el nuevo álbum de la banda neoyorquina que rompió las cuerdas sonoras con una asombrosa entrega en 2011, termina con esa pausa. Los chicos podrán preguntar de nuevo “¿quién canta?” porque el grupo trae una pieza nueva, igual de deslumbrante, pero alejada en su forma del anterior álbum. Si Eye Contact era la noche y los misterios que emergen de la oscuridad, Kazuashita es el ocaso del día con la esperanza de un mañana.
Y si estos mismos chicos que preguntaban por la música se enteran de que el nuevo álbum se llama Kazuashita seguramente habrá que aclararles de qué se trata este nombre; es una combinación de palabras de origen japonés que puede ser traducida como paz mañana; y también es el nombre del bebé de Taka Imamura, amigo y miembro de la banda que funge más como consejero y por el cual nombraron el álbum de esa manera. La sexta pieza de un grupo experimental lo consolida como un actor esencial de este nuevo siglo dentro de la música. Gang Gang Dance había impactado por su fuerza y misticismo musical en Eye Contact, el siguiente paso que dan ahora es el establecimiento de un sentido emocional y reflexivo que por momentos es casi contemplativo. Un devenir de la oscuridad hacia una especie de luz que cobija y protege.
Al igual que en sus anteriores temas la construcción no es una curva de tensión que ofrezca recompensa en un coro hacia la mitad, se trata de una composición quizá más arriesgada porque su riqueza subyace en las texturas, en los detalles desternillantes y en su ambiciosa manera de concebir el álbum como un todo, pero en un estado de constante reinvención de su vibra. Continúan los puentes que permiten el tránsito de un estado a otro y cada uno de estos forma parte de algo más grande. “Lotus”, por ejemplo, un cuasi ambiental experimento anti pop que se mueve sensualmente bajo la voz de Lizzi Bougatsos –“soy un secreto, soy un secreto aquí, flota en la madera, dibújame ahí”– no tiene el mismo sentido sin antes haber sido guiado por “J-TREE”.
En Kazuashita no hay una experiencia sensorial agresiva, sino un acompañamiento en los tonos perdidos que deambulan muy cerca de una cuerda que establece un punto importante dentro de la canción. Gang Gang Dance es percusión, guitarra (Josh Diamond), una vanguardista composición electrónica (Brian Degraw) y la shoegazer voz de Lizzi que nada con la atmósfera de la música. Se siente como una corriente de viento que te arrastra sobre el cielo. La sensación permanece, variando de un momento a otro, sin que haya alguna ruptura de la música en sí misma, es un flujo continuo.
En el homónimo corte del disco reaparece el Gang Gang Dance de introducciones largas a partir de ambientes exóticos, su extensión de ocho minutos es una declaración de la forma, del anti pop que se llena de scratchs, tonos ruidosos, monosílabos, notas de piano, aplausos, voces en eco, diálogos y una serie de sonidos que parecen irreales, como todo en este álbum, un sueño neo psicodélico del que despiertas ansiando que el cierre fuera más contundente, más potente, más largo, porque aunque es cuasi épico en su cierre, el álbum languidece suavemente en su segunda parte que no permite lleguemos a lo más profundo del sueño.
-¿Y ese quién era?
-¿Sabrá Dios?
-¿Cómo dijo que se llamaban?
-Algo de Dance...