9
InFiné / 2018
04/Dic/2018
Khonnar no es un álbum electrónico común. Tampoco una pieza abstracta. Es un manifiesto casi utópico de un presente posible, en donde el mundo árabe es centro y los marginados del mundo se levantan al ritmo de la música y el baile.
Criada en Doha, Qatar (lugar de origen de artistas de vanguardia como Sophia Al Maria) y formada en los circuitos underground de Túnez, Deena Abdelwahed entró en la escena de la música de club como una hija pródiga, solo para subvertir las nociones que había acumulado en su trayectoria como DJ de bares. Tras una larga temporada introduciendo a los tunecinos al juke, al footwork y al jersey house, la productora se encuentra radicada en París. Ahora entrega un disco lleno de experimentación sónica y con una carga política aplastante.
Deena Abdelwahed posee dos características que la sitúan en el centro del discurso. Por un lado, al venir del mundo árabe, ha tenido que asumir la pista de baile como un campo de batalla y, por lo mismo, aceptar que los que nacimos en el sur no podemos permitirnos no usar el baile como arma para arrebatar el panorama cultural. Por el otro lado, su música posee una carga emocional y sensorial que solo las mujeres productoras alcanzan en la actualidad y que probablemente le abrió las puertas de su colaboración con Fever Ray.
No puede ser casualidad que el título de Khonnar sea homónimo a connard, el insulto francés más estandar. El álbum está guiado en definitiva por un ubicuo sentimiento de ira, pero una ira creativa. Quizás, dice Abdelwahed, haya que empezar a abordar las cosas por su nombre para alejar la oscuridad. Tomando como punto de partida ritmos árabes y de África del Norte, Khonnar suena a la vez como una reflexión sobre la naturaleza del techno y un manifiesto político.
El disco abre con "Saratan", una pieza de techno oscuro que, como una invitación al rezo, pone el tono del resto del disco. Las percusiones se hacen más insistentes en "Ababad". Hay un sentido de la progresión en el disco. "Tawa" (“ahora”) suena tan política como una canción de protesta. Las etéreas voces parecen los gritos de una nueva juventud global. "Fdhiha" (“escándalo”) es el más africano de los tracks y por un momento el tresillo la hace sonar como una canción de global bass. Tiene sentido: el global bass es el último reducto de los actores secundarios de la globalización.
El punto máximo de experimentación empieza cuando llega "Ken Skett...", una pieza de doom techno implacable. "Al Hobb Al Mouharreb" es un momento de calma antes de la tormenta pero no por ello menos rompedora. "5/5", como el propio título indica, es una subversión de los códigos tradicionales del techno. Abdelwahed no está interesada en ritmos 4/4 ni mucho menos en anticuadas etiquetas de género. "A Scream in the Consciousness" no solo es la canción más larga del disco sino también la más experimental. Francamente arrítmico e imbailable, el track es un asalto a los sentidos, pero también una demostración del rango creativo de Abdelwahed. El colofón es "Rabbouni", un track vocal tan espiritual como el primero.
Dice el poeta Luis Felipe Fabre que nos identificamos menos con aquello que no se puede decir por sublime que con aquello que no se puede decir por abyecto. Hay en este mundo una oscuridad en todo, un lado en cada cosa que no se puede abordar directamente. Esta característica es la que describe el título del primer lanzamiento de larga duración de la productora tunecina a la que hay que seguirle la pista el próximo año.
7
Studio 13 / 2018
03/Dic/2018
Damon Albarn, Paul Simonon, Simon Tong y Tony Allen vuelven luego de 11 años de haber sacado su primer álbum juntos. La banda, bajo el nombre de The Good, the Bad & the Queen, entrega un disco lleno de reflexiones propias de tipos maduros, acomodados e intelectuales. Una propuesta que quizá desde su nacimiento no tiene nada que perder y tampoco tanto que aportar, pero que igualmente es valiosa.
Su nuevo lanzamiento se titula Merrie Land, y como el título lo indica, el mundo que construyen está formado en una idea como de cuento que evoca imágenes en tonos sepia aunque hable de un pasado no lejano, quizá porque es un pasado al que no hay ninguna posibilidad de volver.
Desde el inicio entramos a una narrativa que combina la fantasía con la realidad política y social de Inglaterra. La introducción es un fragmento del prólogo que escribió Geoffrey Chaucer para Los cuentos de Canterbury. Enlaza entonces esta introducción con la primera canción del álbum, que habla de ferrocarriles, banderas viejas, un lugar solitario cerca del mar que espera ser visitado por alguien, por algo; habla de caballos, zorros, ovejas y vacas. Así, encontramos de manera inmediata una propuesta musical que va siempre de la mano con guiños literarios, uno de los más grandes aciertos de este disco.
Los sintetizadores se fusionan a la perfección con la batería en canciones como “Merrie Land”, que desde el inicio permite que el fraseo de Albarn se luzca, como antes, como siempre. Los arreglos musicales a veces se aderezan con violín para dotar al disco de una singular atmósfera llevada hasta el extremo.
Una feria embrujada donde los detalles corren a cargo de pinceladas melancólicas provenientes de la voz del prolífico Damon, es una de las constantes de esta propuesta, en la que uno de sus puntos más álgidos es el tema número seis: “Lady Boston” que aparece para entregar otros tonos musicales, cercanos a la paleta sonora que venimos escuchando pero con sutiles cambios que se agradecen pues permiten que el disco tome impulso. Aquí surgen unos coros que antes no habían aparecido y que cierran en todo lo alto como desde dentro de una iglesia donde se repasan los buenos deberes de una sociedad inglesa fracturada por el Brexit.
“Ribbons” es la canción poética y melosa que no podría faltar, de vuelos líricos en la letra y la voz conductora en primer plano, con una guitarra acústica sencilla y directa que prepara el oído para “The Last Man to Leave”, donde habitan los mundos de Lewis Carroll y James Matthew Barrie, el escritor delirante que quiso inmortalizar los céspedes de Inglaterra en un país donde todos son niños. Ésta es quizá la canción más desafiante del disco, primero por la narración melodramática a cargo de Albarn, pero también por los arreglos, provenientes de una sala musical donde bailan payasos perdidos en el tiempo. Una guitarra descolocada y un bajo preciso se juntan para elevar la sensación de intranquilidad.
Merrie Land termina con una consigna: salvarse de sí mismo rumbo a una tierra prometida. “The Poison Tree” es la canción que resume todo lo que en este disco está bien hecho: sintetizadores y batería tristes pero con ilusiones combinados por una mano maestra, la voz y guitarras de ensueño. Una historia de ruptura e hito hacia esa tierra prometida, a pesar del deterioro de la sociedad, del amor y las ilusiones.
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