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Danny Elfman — Big Mess

9

Danny Elfman
Big Mess

Epitaph; Anti- / 2021

Artista(s)

Danny Elfman

De la informe alegría al caos sublime.

Cuerpos alargados y máscaras deformes danzan en un macabro teatro de sombras. El repiqueteo de los insectos inunda el espacio con su eco, mientras una espiral de acero se abre paso entre la asfixiante oscuridad. Al fondo, nublan la vista figuras que no son humanas, pero tampoco monstruosas, sino representaciones fantasmales en blanco y negro de nuestros miedos más profundos. La carroza está suelta; las risas se desatan: ha comenzado un viaje al interior de nuestras pesadillas.

Esta oscura inmersión a las alucinaciones de un niño problemático ha marcado el tono de las cintas de Tim Burton, director que encontró en Danny Elfman a su mano derecha para la composición de bandas sonoras. Elfman, quien nunca fue ajeno al histrionismo y la provocación, vio en el mundo del cine la continuación lógica de su grupo Oingo Boingo, guiado por la teatralidad y la farsa. A menudo comparado con Devo por su carácter paródico, este acto de new wave dejó un legado de siete álbumes que oscilan entre el ska, el rock naíf y la crítica social, más uno titulado So-Lo (1984) firmado por Elfman en solitario.

Pero Big Mess, lanzado 37 años después de este debut solista, dista de continuar el júbilo electrónico de So-Lo. Originalmente concebido como una pieza única para Coachella, la composición de Big Mess derivó en 18 canciones donde Elfman conjuntó su expertise en música de cámara con el metal industrial abanderado por grupos como Nine Inch Nails. En sus letras, Elfman encontró la expresión de sus temores y rabias mediante un desfile de innumerables máscaras sobre escenarios de belleza trastocada: la melancolía y la furia, dos caras de un hombre vetusto, se enfrentaron sin piedad en un duelo de composición frenética.

De esta forma, el primer lado del álbum inicia la odisea con “Sorry”, un tema donde las guitarras se revuelcan entre caóticos contrapuntos marcados por coros femeninos y golpes de orquesta. Esta introducción da paso a una retahíla de composiciones estructuradas con la ambición de una banda sonora, las cuales albergan descuidadas poéticas sobre la condición humana. Elfman canta sobre los infortunios de la fama en “Everybody Loves You”, sobre el envejecimiento del otrora rey de la selva en “Dance With the Lemurs”, y sobre la trascendencia y el paso del tiempo en “In Time” y “We Belong”, escritas desde una perspectiva omnisciente.

Sin embargo, es el segundo lado el que consolida el descenso a la locura. La orquesta perece en favor de salvajes riffs de guitarra que revelan una marcada influencia punk en la lírica de Elfman. La rabia y la demencia desplazan a la melancolía, y toman el mando del conductor en un frenesí que cae desde un acento de rock alternativo como en “Devil Take Away”, hasta las más metaleras “Get Over It” y “Kick Me”.

La paranoia toma su forma última en “Insects”, recreación de un viejo tema de Oingo Boingo donde las guitarras agresivas entrecortan una narrativa sobre el desprecio a la clase política. Pero ningún momento representa la apoteosis de la locura mejor que “Happy”, en donde una serie de voces alegres se derriten paulatinamente bajo la consigna de que “todo se está desmoronando”, casi como en una versión trastocada y malévola de la música en Charlie y la fábrica de chocolate (Tim Burton, 2005).

Big Mess aleja a Danny Elfman de su pasado como líder de uno de los actos de new wave más respetados de los ochenta. A cambio, condensa los aprendizajes de una carrera marcada por la ficción, el teatro, la fantasía y la musicalización de los universos más surrealistas jamás conocidos. El álbum aparece prácticamente de la nada, como sorpresa hasta para el mismo compositor, pero conviene en retratar a la perfección el caos imperante en estos meses cargados de violencia, malas decisiones políticas y no mejores noticias.

Uno de los nombres más respetados en el mundo del cine crea las partituras de un mundo que se ha convertido en la más sobrecogedora de las pesadillas. Nadie mejor para ello que Danny Elfman, quien desde el solemne asiento del compositor puede presumir de haberlo visto todo.