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Independiente / 2018
La banda de punk rock más culera de México, lo hizo otra vez. Me pongo hasta la madre porque estoy hasta la madre suena como a tener 17 años, a no desperdiciar ni uno de los poco más de 20 minutos que dura, con canciones cortas que le hacen honor al nombre Chingadazo; suena a ir rápido y caer de boca.
Chingadazo de Kung Fu se ha hecho de un público fiel, con corazón y adrenalina adolescentes que se identifica en un segundo con el desamor, con el consumo de sustancias y con las historias que sabemos que Marino, Beto y Ale convierten en canciones sin filtro, sin ocultar nada.
Hay mucho de lo que ya había funcionado en Orinando contra el viento; como esas líneas que primero dan risa y luego ya no podemos dejar de cantar. Chingadazo es cerveza, helado, rimas por poco infantiles y líneas casi inocentes; es poder corear “La cabeza me da vueltas, no sé si es por ti o tan solo la cerveza” en medio de una canción punk.
“3 de noviembre (No me agüito)” va un poco más allá. Si al principio suena a una canción de ruptura, dolor y arrepentimiento no muy especial, saber que no tiene nada que ver con una chica sino con la mamá de Marino, le da una perspectiva completamente nueva.
Pero la verdadera esencia de esta banda se hace evidente en un combo alrededor de la mitad del disco, primero con “Epitafio (Perdón por ser rock and roll)” y luego con “Todo está de lujo (Son chorizos)”. Aquí viene el verdadero Chingadazo: hay mucho espíritu punk en cantar sobre drogas y alcohol, pero estas dos son sobre despertar y darte cuenta de que ya cumpliste 30 y ya no tienes permiso de seguir perdiendo, son sobre asumir que tal vez dejó de ser divertido y ahora duele un poquito.
Chingadazo de Kung Fu está a la mitad de esas dos cosas; entre la oda a la decadencia y lo que se siente decaer de verdad, pero no pretende nada, no pretende decir cuál de los dos es mejor; y ahí está la magia, ahí es cuando se convierten en algo así como antihéroes adolescentes.
“Asunto pendiente (Mi playera, tu pijama)” y “Tú no dices qué hacer (Oblígame prro)” son la cumbre de esa figura de antihéroe involuntaria. Ambas siguen una narrativa romanticona que después da un vuelco hacia la infidelidad, y nos enfrenta a nosotros mismos en un “guácala qué rico” que nos hace juzgar e identificarnos y conflictuarnos y, en medio de todo, cantar fuerte y sentirnos adolescentes otra vez.
Me pongo hasta la madre porque estoy hasta la madre tiene pocos momentos flacos, es un disco inteligente. Chingadazo sabe a quién le habla y tiene la confianza (o el descaro) para contarles sus historias de frente y hacer espacio para pensar cómo serán esas canciones al compartirlas en vivo con su público. Es un disco con el espíritu punk de las guitarras y las drogas y la cábula, pero también con el hazlo tú mismo, es un disco que estos tres hicieron con sus manos y con su corazón. Es un disco que no pide permiso, un disco que aunque no quieras, vas a cantar.