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Cosmica / 2015
La música nos ha brindado historias extraordinarias, como si de una película se tratara. Al norte de México en Baja California, hace unos cuantos años, una historia de esas increíbles sucedió y estuvo en boca de todos, o en este caso, en los oídos de todos nosotros. De manera independiente y casi instantánea, la mexicana Carla Morrison alcanzó la fama en un abrir y cerrar de ojos y se convirtió en la artista mexicana con la que todos querían colaborar.
Con Amor supremo, su tercer álbum de estudio, la norteña ha atraído la atención de los medios por ser un disco determinante en su carrera, para el cual se tomó un tiempo de descanso y prestó atención a los detalles, pues ahora que trabajó de manera independiente, se involucró mucho más en la parte creativa del disco.
Amor supremo suena a madurez, a análisis y a amor, mucho amor. La primera rola del álbum es “Un beso” y suena audaz y novedosa; el sonar de la batería es imponente y a fin de cuentas se nota que es Carla quien interpreta. Esta canción pinta para romper todos los charts por su buen ritmo y letra romántica.
Una de las favoritas de la propia Carla es “Flor que nunca fui”. En ella habla de esa sensación refrescante de estar en una relación donde eres correspondida, donde te valoran y te demuestran que eres importante, pero tú simplemente no puedes creer que sea así. Eso le ocurrió a la cantautora en una relación, donde dice que la trataron como una ‘flor’, esa flor que ella nunca creyó ser.
Con un sonido indie muy similar a Florence + The Machine, en “No vuelvo jamás” explota con el reclamo descarado bien interpretado por su melodiosa voz, lamentando que toda su entrega y pasión se volvieron indiferencia y despedida, augurando que si se va, no volverá jamás.
Los trece tracks de Amor supremo son refrescantes y directos; temas de amor y desamor contados de una manera cautivadora y muy particular. “Tierra ajena”, “Yo vivo para ti” y “Cercanía” destacan por su ritmo, por sus letras y por su producción. “Mi secreto”, con Carla Morrison al piano, es una de las canciones más románticas del álbum y muestra un tono vocal distinto al que le conocemos.
Morrison se había caracterizado por tener canciones melosas, con letras de desamor desenfrenado y directo, con feminismo victimario como estandarte y su guitarra como amiga inseparable. En esta nueva producción, la cantante se atreve a más y nos muestra una evolución musical notoria al prescindir de su propio distintivo y plagar su nuevo sonido con sintetizadores, un reflejo del crecimiento personal después de asimilar la fama que llegó arrebatándole todo aquello que una persona ordinaria puede tener.
Este es el breaking point en la carrera de Carla Morrison, que ha decidido emprender su camino sola, cambiando de aires y dejando todo lo negativo atrás. El futuro pinta muy bien para la mexicana. Que haya suerte en su proyecto.