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09
Jagjaguwar / 2019
Justin Vernon no es tanto un músico sino un peregrino, un explorador de horizontes y senderos que nos conduce a una distinta expedición con cada disco que lanza. Su carrera ha pasado por varios puntos tan inciertos y transitorios que se pueden asemejar a una aventura en el bosque o a un documental de la naturaleza. En sus primeros materiales, el LP For Emma, Forever Ago y el EP Blood Bank, serían como un escape de la mundanidad y el ruido para refugiarse en una cabaña recóndita solo con sus pensamientos como compañía. Su segundo disco, Bon Iver, Bon Iver, se puede apreciar como el después de una tormenta de nieve y salir al pórtico para ver un hermoso paisaje. En 22, A Million, podría considerarse como su huida y exploración del bosque que lo rodea, con giros y temores inesperados pero que nutren la experiencia.
Hemos llegado al siguiente capítulo de la aventura, i,i (pronunciado “Ay, coma, ay”). ¿A qué se enfrenta el originario de Wisconsin, EUA, esta vez? El bosque y la cabaña han quedado atrás, y los amarillos y rojos veraniegos se han convertido en hojas secas de color marrón y verde que brillan en la oscuridad y sacan chispas y ruidos extraños al tocarlas. Como si Vernon aún resguardara la lluvia electrónica que sobrevivió en su disco previo y quedándose con provisiones para la siguiente estación.
La ambigüedad y simbolismos del pasado también siguen, pero en menor medida. Ahora, Vernon logra un balance armonioso y entrañable entre los secretos que guardaba bajo caracteres y letras metafóricas y lo que realmente quiere expresar desde el cuerpo y alma. Canciones como “We”, la directa “Hey, Ma” y “Jelmore” lograr acariciar los oídos al mismo tiempo que tientan el corazón. Incluso en “U (Man Like)” crea una especie de “We Are the World” de bolsillo para el sector indie, contando con el apoyo de Moses Sumney y uno de los padres del rock para papás, Bruce Hornsby, en los coros y versos.
Pero no es como que Vernon se vaya a convertir en Phil Collins y expresar cursilería pura en todo lo que haga. Al menos no aún. Sus fantasmas del pasado siguen presentes en la segunda mitad del disco, con “Faith”, “Salem” y “Sh’Diah” aún mostrando ese toque más melancólico y enigmático que lo caracteriza. Lo que sí es cierto es que cualquier viaje sonoro con Bon Iver sigue valiendo la pena, aunque se vaya despojando de todas sus capas y barreras. Ya quiero saber cuál será la siguiente parada.