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Domino Recording Co. / 2018
Si la cubierta de Freetown Sound (2016) es deslumbrante por su estética y la declaración que se puede interpretar desgranando los elementos que la integran (la pareja de color abrazándose, el cuadro de Michael Jackson colgando de la pared), la notable fotografía de Negro Swan es la reafirmación de que estamos ante un autor inglés que afincado en Estados Unidos está retratando una juventud negra en crisis emocional mediante su música y las letras que pone en ella. Blood Orange presenta lo que él describe como una exploración de su depresión “una mirada honesta a las esquinas de la existencia y la continua ansiedad de la gente queer de color”. El cisne negro grazna sus lamentos.
De la ventana de un auto blanco en movimiento, un chico de color saca la mitad de su cuerpo, de la cintura hacia arriba, recarga sus manos sobre el toldo y la cabeza dirigida hacia la cámara está sobre sus brazos, como si se estuviera consolando así mismo, solo se aprecia la mitad de su rostro porque su brazo oculta el resto, el ojo está semiabierto, la mirada refleja tristeza. ¿Está mirando hacia la cámara o hacia un agujero existencial? Vestido de blanco, con una playera, un durag y unas alas de cisne adheridas a su espalda, es el cisne negro. Blanco por fuera, negro por dentro. El nombre del álbum implica una denotación peyorativa por el uso de la palabra “negro” en español, usada así cuando se insulta a una persona de color.
En el sencillo “Jewelry” la declaración es contra el clasismo y la homofobia, al inicio del tema Janet Mock habla sobre quienes no “pertenecen” a determinados lugares y son señalados por su atuendo, y en “Family”, también ella expande el concepto de la familia como una comunidad en donde no se tiene que actuar o pretender, un sitio sin juicios y sin reglas, sin miedo, porque “no estamos determinados por la biología”, dice al terminar la canción. Junto con A$AP Rocky y Project Pat, Blood Orange narra que la transformación para ser apreciado, reclama la falta de reconocimiento y aceptación de los demás, “Chewing Gum” es una de las composiciones más logradas de este álbum, un complejo embrollo de 16 temas que se detiene por momentos y en otros toca la cima.
Devonté Hynes se ha caracterizado por experimentar con el ritmo de los álbumes manteniendo una considerable distancia de la canción y el álbum pop, no obstante en Cupid Deluxe y en Freetown Sound el acierto estaba en que la amalgama de diferentes mezclas –y de muy pocos hits– había temas de formas discordantes pero sólidos por el tono, los instrumentos, el coro o la composición. No era necesario que todos los cortes fueran como “Augustine” o "It Is What It Is”, las canciones estaban paridas por un mesías del pop moderno que se coronaba en el pop barroco, funk, R&B y/o jazz. Eran álbumes ambiciosos por arriesgar. Y Negro Swan continua empujando hacia nuevas composiciones, buscando una nueva forma de acercarse al escucha, burlando la tradición y la rutina, pero tarda un poco en tomar vuelo.
“Orlando”, “Family”, “Charcoal Baby”, “Vulture Baby”, “Holy Will” y “Smoke” son esos cisnes negros que no acaban de adecuarse al resto de la entrega, al resto del grupo, lo hacen lento innecesariamente. “Chewing Gum”, por el contrario de esas piezas, es un cuasi hip hop de producción sobrenatural desde el beat inicial, con los pasajes del synth y la voz distorsionada que contrasta con el coro suave de Hynes. Una canción en tres tiempo. Ambiciosa. Estamos ante un autor que aquí alcanza uno de los mejores momentos de su carrera, es una rueda que va sorprendiendo en cada segundo que avanza. El aceitoso tema “Dagenham Dream” se resbala del chillwave, notable grabación con unos distorsionados synths, un potente bajo grueso y un monólogo de Janet Mock que habla sobre un ser educado bajo un esquema maniqueo de lo “normal” y lo “anormal” y vive enfrentado con poca tolerancia hacia lo diferente. En “Runnin’” el tiempo es un caracol que avanza lento (en círculos, como dice la letra), la combinación de sonidos electrónicos, el punteo acústico y las diferentes voces a ritmos desiguales le quitan el sentido de la velocidad al tema, una posible lógica para entenderla se pierde, funciona de otra manera. Luego hay un giro en el tema y se rompe el sentido.
Hynes se reafirma como un compositor con un talento notorio que rompe el canon del pop y que como Kendrick Lamar lanza filosos discursos en sus letras sobre el sentir de los negros en Nueva York, pero en Negro Swan ha jugado demasiado con la forma, con la cantidad de temas y muy probablemente con el sentido del álbum. La fuerza de lo individual no logra sostener las variantes musicales. Es un flan que se tambalea sobre una base de harina que no terminó de hornearse.