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Beach House, de lo sublime inefable al goce pleno

Beach House, de lo sublime inefable al goce pleno
Beach House, de lo sublime inefable al goce pleno

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19/Jun/2012

Una vez que este disco empieza a sonar se abre en pleno el mundo sinestesia; los sentidos se confunden y parecería que hay música para saborear, para oler. Los sonidos equivalen a un color. El ensueño no parece una dimensión fantástica sino algo para tocar con sólo estirar una mano. Bloom (Sub Pop, 2012) es inmenso, generoso; sutilmente bello. Siempre he sabido que la música debe asimilarse a través de la experiencia sensible y no por la razón o la lógica. Primero está lo que un artista te hace sentir y luego lo que la inteligencia y el raciocinio te pretendan aleccionar. Lo que hace Beach House es música para volar: hermosa y evanescente.

Me cuesta explicar las sensaciones que produce. Hasta que di con una idea vertida por ese gran crítico musical que es Simon Reynolds. El británico se refería a un concepto francés: jouissance. Que se define como una incapacidad del lenguaje para contener una experiencia que te vuela la cabeza. ¿Habría sido concebido mucho tiempo antes para que se ajustara a Bloom? No es posible, pero su aplicación es perfecta.

Son 11 canciones (con todo y el track oculto) perfectamente cohesionadas y completas en sí mismas. Cada una podría ser lanzada como sencillo y funcionarían. ¿Alguien habría imaginado que podrían superar la grandeza del Teen Dream –su opus anterior-? Alex Scally y Victoria Legrand cuentan que se requirió de mucho esfuerzo, aun cuando la mayoría de la gente opina que esta colección de canciones son más simples que sus antecesoras. Y esto es cierto, sólo que la fórmula se ha perfeccionado: quizá sean menos barroca pero más eficientes.

Reynolds dice que la jouissance también se parece al “sublime inefable” descrito por Jean Francois Lyotard o el goce -“bliss”-, abordado por Roland Barthes. En Bloom –cumbre del dream pop- hay gran cantidad de goce –durante su hechura y luego en su escucha- y de tan sublime también es inolvidable; lo llevaremos con nosotros por mucho tiempo (¿disco del año desde ya mismo?).

Hay que entenderlo como una obra integral, por más que “Lazuli” y “Myth” destaquen un tanto por encima del resto. Los de Baltimore han conseguido entrever los elementos fundamentales para el ejercicio de su peculiar forma de arte. Dejan que las líneas de teclado y guitarra se expandan para enmarcar la magia que conduce esa forma etérea de manejar la voz.

En comparación con antaño, ahora tienen un sonido más nítido y cristalino. Nada del low fi de sus inicios, dejan que la canción fluya por sí sola. Así ocurre en “Wishes” y “Troublemaker”, que alternan una cierta frialdad exterior con una calidez en lo íntimo; pareciera ser un contrasentido que se simplifica mientras transcurre la música.

Encuentro que en Galicia les han llamado “alquimistas de la ensoñación” y me parece que el término es exacto y hermoso. Beach House ha ido más allá de sus límites –lo que ha ocurrido disco a disco-,  logran transmitir, un estado de ánimo en cada canción. Ellos tienen el “sonic bliss” que Simon Reynolds explicará como: “El grano de la voz –barthesiano-, el frenesí del ritmo, la voluptuosidad del timbre y la textura”. Eso es un hecho.