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Dos veces nominado al Mercury Prize y dos años ganador del premio Ivor Novello: Conor J. O’Brien, músico irlandés de 37 años, ha forjado una sólida carrera como el rostro inseparable de Villagers, su grupo de indie folk. La trayectoria de este último, empero, ha oscilado entre álbumes construidos en equipo y una mayoría escritos en soledad, por lo que no es descabellado afirmar que Villagers y O’Brien son uno y el mismo; dos entidades que se unen en simbiosis como dos caras del mismo universo sonoro. Ahora, para su más reciente álbum Fever Dreams (Domino Records, 2021), O’Brien encontró una nueva forma de escribir música que combina lo mejor del trabajo conjunto con la intimidad a la que está acostumbrado; todo con el fin de crear piezas para “escuchar al universo a través del ruido, y encontrar algo nutritivo espiritualmente”.
Fever Dreams es un álbum cuyos diez cortes llenos de instrumentación grandilocuente y ambientes semi-oníricos acercan la obra de Villagers al pop barroco con toques de música soul. A diferencia de The Art of Pretending to Swim (2018), su anterior trabajo, éste no fue construido en soledad, pues O’Brien “no quería hacer lo que había hecho en los álbumes anteriores, que fue un montón de programación. Eso me enloqueció hasta el final, así que quería evitarlo lo más posible”.
En cambio, recurrió a los músicos que lo acompañaron en sus últimas giras por Europa y Reino Unido para una serie de live sessions que capturaran la energía y comunión lograda por el equipo tras cuatro años de gira. “Teníamos una gran química y no quería dejar que eso muriera cuando termináramos el tour. Así que llevé a los músicos al estudio, aun sin haber escrito lo suficiente para justificarlo; fue una especie de salto de fe. No tenía un enfoque temático, solo una energía que debía sacar”. Posteriormente, cuando llegó la cuarentena, O’Brien tomó el material resultante y lo llevó a su estudio para darle él mismo su forma final. “Cuando escribo letras, realmente me gusta la soledad. [...] Pero he aprendido que no quiero hacer música sin gente. Necesito soltar ideas para que otros músicos las descifren por su cuenta”, añade.
La creación sin una temática específica permitió a O’Brien disfrutar de un libre flujo de conciencia, del cual resultaron canciones que, sin desearlo, esconden sus pensamientos más profundos sobre las conexiones humanas y el amor. “Siento que algunas de estas canciones, en el fondo, tratan sobre intentar llegar a una posición default en el amor y en la aceptación, incluso cuando odias a otra persona u odias todo lo que profesa. Cuando tienes una posición default de entendimiento, tratas de escuchar a otra persona para darte cuenta de que, tal vez, hubo circunstancias en su vida que la llevaron a adoptar sus posicionamientos, las cuales nunca vas a entender”.
En esta era del Internet no hay verdaderas conversaciones. Hay muchos podcasts y, en su mayoría, son sobre dos personas que concuerdan y hablan de lo tonta que es la demás gente. Puedo estar equivocado, pero he notado que el giro cultural en los últimos 10 años se debe a la tecnología y el capitalismo: toda nuestra psicología está controlada por ganancias monetarias”, afirma O’Brien.
Pese a sus impresiones sobre el rol del capitalismo en las relaciones y psique contemporáneas, O’Brien aclara que éstas no permean directamente en sus canciones, pues su música es un lugar donde puede “explorar ideas sin tener que ponerlas en cajas dependiendo de si son políticas, sociopolíticas, espirituales, realistas, o lo que sea. Trato de no marcar límites entre esos impulsos cuando escribo”. Por el contrario, O’Brien abandera una forma particular de entender la creación artística, derivada de su larga lista de influencias que se extiende desde Federico García Lorca hasta el escritor mexicano-estadounidense Luis Alberto Urrea. “Él [Urrea] habla acerca de cómo el arte es un espacio liminal. El arte debe explorar todos los espacios liminales y los fragmentos entre los puntos ideológicos; debe nadar alrededor de sus bordes y encontrar el área gris en medio”.
Lo que le falta ahora mismo a muchos discursos es que la gente se dé cuenta de lo desordenados que estamos todos por dentro. Que no hay ‘buenos’ ni ‘malos’, sino que todo eso está dentro de nosotros. Es algo muy interesante para explorar como artista”, añade el músico.
Más de diez años en la industria musical le han permitido a Conor O’Brien aproximarse al dominio de aquellos espacios liminales. Pero, aún con el peso de su nombre en la escena indie folk irlandesa, él no se considera parte del linaje de rock y pop de su país: “En Irlanda, toda la música tradicional se mezcla de alguna manera con el rock y el pop. Es una isla muy pequeña y se siente como si todos fuéramos parte de la misma sopa. Es difícil para mí imaginar cómo es esto en un lugar mucho más grande como México”. A propósito, Villagers no quita el dedo del renglón sobre una futura visita a nuestro país, donde más que nunca se vuelve necesario ese mensaje para el alma que nos recuerde el poder de escucharnos y (re)conocernos: “Estoy cruzando los dedos; de verdad espero que podamos llegar a México con Fever Dreams. Será muy divertido. Haré todo lo que pueda, porque es un lugar con el que siempre he soñado con estar”.