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Imagina tener 12 o 13 años, ir de regreso a casa de la escuela, con la cabeza a 1000 por hora porque cuando se es adolescente cualquier cambio resulta titánico. Andar sobre el camino de siempre y de pronto escuchar desde las bocinas de un auto en altos decibeles la voz desgarrada y potente de Camarón de la Isla, encontrarte con el espasmo que produce en tu cuerpo una música cantada con la verdad del espíritu, con dolor, con pasión rabiosa y fuego. Así fue como una tarde en esa transición de dejar de ser niña Rosalía (la artista española que está maravillando al mundo), conoció el flamenco y sin saberlo, supo cual sería el camino que seguiría.
“Yo desde muy pequeña me acuerdo de cantar y bailar por casa. Sin ser muy consciente, creo que era muy nerviosa y el nervio lo sacaba así. A los 13 ya tenía claro que quería ser artista, sin embargo mi idea de lo que eso significaba fue madurando y cambiando con el tiempo, y me di cuenta de que no solo quería cantar aquello que me dieran, sino que quería cantar aquello que yo decidiera, aquello que partiera de mí. Me di cuenta de que quería componer, que quería producir... y me he enfocado en todo momento hacia este lugar”.
Rosalía Vila Tobella, tiene una voz dulce que habla bajito y aterciopelado, su sonrisa es insistente y casi todo el tiempo –a no ser que esté inmersa en lo que está pensando mientras te responde– te mira a los ojos. Es curioso, pero para quienes hemos construido una referencia a través de su figura escénica (donde hay una actitud más bien desafiante y de cierta ferocidad), su persona puede resultar sorprendente.
A los 16 años comenzó a adentrarse en el “cante hondo” bajo la tutela de José Miguel Vizcaya “El chiqui” un cantaor que desde ese entonces le enseñó el serpenteo emocionalmente entregado de la voz flamenca. Fue en la Escuela de Música de Cataluña, donde también estudió producción musical durante ocho años.
“Creo que, durante todos estos años me he formado para poder desarrollar las visiones que tengo como músico. La música es mi vida, nunca ha habido un plan b, es lo que más me apasiona; el medio con el que mejor me comunico. Creo que cuando más honesta puedo ser, es en el escenario o en el estudio. Pese al volumen de trabajo que ahora mismo hay en mi vida, nunca me aparto de ellos, esos son los dos lugares que más me gustan”.
Su primer disco Los Ángeles (2017), demostró su habilidad como interprete además de la naciente manera de visualizar ese híbrido delicioso entre la música flamenca tradicional y los sonidos de la modernidad. Poniéndola en la mira no solo de los medios especializados, sino de una cantidad considerable de artistas de renombre internacional. Un año y medio más tarde –hace apenas unas semanas–, El mal querer, su segundo álbum salió a la calle bajo el cobijo de Sony Music.
“El mal querer es como el trabajo final de carrera que realicé en la universidad justo en el último año antes de salir. Había terminado de grabar Los Ángeles y durante todo ese tiempo me puse a desarrollar conceptualmente lo que quería hacer con el, cuál era mi siguiente paso”.
Compuesto por 11 temas, en su mayoría escritos en coautoría con El Guincho –quien también produjo el disco–, este nuevo material nos lleva de la mano a través de una historia inspirada en Flamenca, una novela anónima del siglo XIV cuya premisa narra un amor oscuro.
“Flamenca en realidad me sirvió como un punto de partida dramatúrgico. Tenía muchas ganas de hacer este proyecto y lo primero que tuve claro fue el título: El mal querer. Más tarde, un amigo me recomendó la novela y al leerla me conectó con el proyecto que quería hacer. Flamenca es la historia de una mujer que se casa con un hombre y el hombre la aprisiona por celos; y solo con ese núcleo narrativo, empecé a hacer el ejercicio de '¿Cómo estructuro este disco, cómo pienso los capítulos, qué título le doy a cada canción?'”.
El sentido aventurero de Rosalía puso en un contexto nuevo al pop y al flamenco, y no solo eso, dotó a su música de todo un complejo imaginario que resalta su calidad discursiva. “De manera paralela a su composición fui muy consciente de que quería encontrar una puesta en escena que no fuera tradicional, pero que a la vez partiera de la inspiración flamenca, que no estuviera totalmente descontextualizada de como se pone en escena un concierto flamenco, por ejemplo. Tenía claro que quería desarrollar visuales –como videoclips– que partieran de una simbología flamenca, de elementos culturales que pudieran ser vistos desde otro lugar. CANADA, Nico Mendez para los vídeos, Filip Custic en el arte…”.
Las imágenes surrealistas y cargadas de simbolismo que acompañan tanto el arte del disco como sus videos, no fueron lo único por lo que la artista apostó. “En el movimiento hay también todo un trabajo detrás. Estoy muy contenta de haber visualizado que podía haber un puente entre cómo se mueve una bailarina como Charm La'Donna de Compton –por ejemplo–, y cómo se mueve una bailaora de flamenco de Barcelona. Estoy contenta de haberlas puesto en un mismo lugar y desarrollar entre las tres esas coreografías. Para mí, el centro de todo es la música, me aplico a detalle en la composición, en la producción; pero a la vez después, no dejo ningún hilo suelto en cuanto a lo visual o en cuanto a la puesta en escena. Me gusta que la gente reciba un conjunto”.
Si se es un escucha comprometido, la cantidad y calidad de los detalles que se van develando al sumergirse en el universo de El mal querer es encantadoramente refinada. “Cuando escribo, siempre me gusta pensarlo de forma generosa ¿sabes? para que el receptor pueda hacer también su propia historia. Ser lo suficientemente concreta para que haya verdad, pero lo suficientemente abstracta como para que cada uno lo pueda recibir e interpretarlo a su manera”.
Si a nivel musical ha logrado fusionar con éxito la complejidad del flamenco con el pop, la narrativa lírica del disco es también un sorpresivo cuestionamiento a las formas de amar, en donde si bien se pueden encontrar posturas feminista, también es posible observar la voz de la figura masculina presa de aprendizajes sociales destructivos.
“Para mí ha sido muy interesante poder transitar y empatizar con una voz femenina y una voz masculina –que no significa hombre o mujer, sino simplemente un personaje que se relaciona y ama de una forma más masculina o un personaje que lo hace de una forma más femenina–. Entender que tienen formas diferentes de acercarse al otro ¿sabes?. Hay mucho de un personaje femenino que al principio se muestra más pasivo, más vulnerable, pero que luego está más fuerte, más reafirmado y poderoso. Y creo que en la producción es muy interesante que todo eso se refleje.
En el disco hay capítulos más oscuros, más agresivos. Permitirme transitar todo eso como artista, me ha parecido muy interesante. Cuando estoy en medio de un proceso creativo, siento que descubro muchas cosas que tienen que ver con cómo veo el mundo; la música me hace comprender a otros. Me hace entender –muchas veces– aquello que me es ajeno”.
Los minutos corren y hay tantas cosas no dichas, que en un acto de voracidad hacemos el ejercicio de la asociación libre. Queda en el lector completar a través de las palabras aisladas y el peso de su solo significado, aquello que Rosalía tendría que decir de ellas si existieran más de 15 minutos para hablar de su hipnotizante mundo: Escenario – Conexión, conexión con el público, Pop - Generosidad, Arte - Verdad, Independencia - Libertad, Flamenco - Corazón.
El poco tiempo que nos ha quedado –la tarde apenas empieza y hay muchos medios esperando su turno allá afuera– hacemos los retratos que acompañan esta entrevista. Al partir, en medio de un abrazo ella se despide de mí con un “hasta luego compañera”. Yo por mi parte, le pido que siga haciendo lo que hace, porque a la música le falta el riesgo con corazón e inteligencia.