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Bueno, y a todo esto, ¿dónde está la mentada Isla de Lesbos?, pregunto después de 20 minutos de entrevista: “Está ubicada en el deseo”, responde Javiera, entre risa. “Es un estado mental, está ubicada en donde tú quieras”. “La Isla de Lesbos”, a través de simbolismos homoeróticos con referencias a la luna y la conexión de los cuerpos, augura en su hermetismo una idea por todos anhelada: la del ritual sagrado de “hasta morir, bailar”. “A mí me gusta ser una representante de la metáfora”, aclara la cantautora sobre las letras de su más reciente álbum, “algo que se dio mucho en los años 80 y 90. Escucha las letras de Sting, Bryan Ferry o Cocteau Twins; yo me siento una representante de eso, de crear escenarios poéticos con metáforas. Hoy en día todo el pop se fue a algo muy directo y casi está pasado de moda hacer metáfora; en el pop latino es todo muy explícito”.
“La Isla de Lesbos” es apenas la bienvenida a Nocturna (2022), una jornada de baile, seducción y romance en el sentido sens(x)ual que se extiende a través de once cortes, en los cuales Javiera se adentra en los terrenos del nu disco, lounge disco, y las influencias del funk y la música bailable de los ochenta; ya no solo flirtea con ellos, sino que los conquista: “Siempre estuve buscando este sonido, pero siento que en este disco pude llegar ahí de una manera más clara y más directa, que también se siente dentro de mi propia manera de expresarme. Creo que encontré, a mi manera, un lenguaje funky, pero desde mi punto de vista de que soy chilena, no neoyorkina”.
El goce de las posibilidades del cuerpo al que invita Nocturna no es, en realidad, un posicionamiento político frente a las adversidades que recibieron a la tercera década del siglo y la escritura del álbum: la pandemia global, las cuarentenas forzadas y el estallido social en Chile y diferentes regiones de América Latina. Para Javiera, la fiesta eterna es, más bien, consecuencia de las mismas: “Siento que, cuando hay una pandemia, o cuando tu país se está cayendo a pedazos, la conciencia se intensifica mucho, lo que te lleva también a que la pasión y el enamoramiento tengan un valor mucho más grande”.
Con Nocturna me imagino como en los años 20 del siglo pasado, cuando estaba la guerra y todo eso, pero las películas que ves son de gente que está de fiesta, bailando charlestón, en una fiestota gigante… Eso es Nocturna para mí: dentro de un contexto tan intenso —como lo es hoy el estallido social o la pandemia— igual había romance, igual había fiestas clandestinas. Incluso, en estos contextos se intensifican más los romances, porque sentís como que el mundo se está acabando y hay una especie de distopía afuera”, comenta Javiera.
Ni el mundo, ni América Latina, empero, son mejor que hace 16 años. Sin embargo, las motivaciones de la gente sensible, dispuesta a trascender de alguna manera los contextos sociales siempre cambiantes, permanecen inamovibles.
Fueron aquellas motivaciones las que impulsaron a Javiera Mena a comenzar una carrera que hoy, con Nocturna, cruza la meta de los primeros tres lustros. Lapso que, por supuesto, apunta de vuelta a Esquemas Juveniles (2006), primer disco de la chilena, el cual, aunque disímil e inocente en comparación con el resto de su obra, se mantiene como un clásico y atestigua el crecimiento de la artista y su público: “Nunca voy a poder hacer un disco así otra vez, porque es un disco de la juventud. Me da una nostalgia súper bonita y estoy orgullosa de él. Es un disco que, hasta el día de hoy, le vuelve a gustar a nuevas generaciones; gente de 18 años se siente identificada con las canciones. Creo que, [desde Esquemas Juveniles], he evolucionado la voz y he aprendido a usar otros recursos. He aprendido a cantar con el tiempo y ahora estoy, por primera vez, en todos estos años de carrera, disfrutando los escenarios”.
“Qué lindo que lo hice”, concluye Mena sobre el álbum que inició su carrera. “Porque perfectamente pude no haberme atrevido”.