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“Sin hablar, sin pensar, iré por los senderos: pero el amor sin límites me crecerá en el alma…”, Arthur Rimbaud.
Después de un mal café, la cosa que peor puede arruinarme el día es llegar tarde a una cita, así que, mientras le pedía a conductor del taxi que había abordado cuarenta minutos atrás que esquivara el congestionamiento vial y llegara a un edificio en los límites de la Colonia Roma, esperaba que mi impuntualidad aquella tarde fuera apenas percibida y que las cosas salieran avante. Justo de esa manera sucedía y, al tiempo que yo atravesaba el portón de la casona, Gabriel estaba sentado respondiendo a las preguntas de dos compañeros de oficio.
El lugar tenía algo de acogedor y aunque en un inicio había rechazado cualquier bebida, decidí tomar un té negro después de pensármelo bien, en el transcurso de la entrevista me daría cuenta de que Gabriel estaba tomando lo mismo. El mundo está lleno de agradables coincidencias. No sin un poco de pena he de admitir que mi oído estaba atento a las respuestas que el artista nacido en Brooklyn daba a las personas que tenía a mi lado, pero no en un afán de conseguir más material para la entrevista, no… me había cautivado la honestidad en sus palabras, esa que solo se puede oír si estás prestando atención a algo más que a la respuesta misma. "Cuando estoy en ese mundo hay una lógica inconsciente que puedo seguir y que me dice que estoy usando bien mis capacidades”, decía al momento que miraba hacia arriba como si buscara la imagen de ese enunciado en las paredes de piedra del lugar. En inicio podía parecer pretencioso de su parte el hablar de sí mismo en esta forma, pero cuando has escuchado su música y cruzado con él un par de enunciados te das cuenta de que no hay arrogancia o presunción en sus palabras, es única y pura honestidad.
Pasaron diez minutos y aquella entrevista terminaba. Se levantó y me tendió su mano, la tomé y justo después del apretón se acercó para brindarme un abrazo. Había más de persona en él que de artista, era extraño, pero al sentarme frente al autor de Jardín, podía sentir que estaba con un amigo. Comenzamos hablando de su reciente aparición en Trópico 2017 y de cómo lo había pasado frente al público mexicano. “La playa, el mar detrás y un atardecer que comenzaba al final del set, la gente no se fue, así que sé que lo disfrutaron. Me metí a cantar entre el público y todos bailando, fue muy lindo”. Hablaba con una naturalidad bastante agradable y por momentos se detenía para encontrar la manera de hilar sus palabras, como si quisiera hacer de cada una de sus respuestas una composición inolvidable.
La conversación empezó a dirigirse hacia el tema de su música en particular, a la manera en la que construye sus canciones y el cómo hace de sus letras una historia que no siempre va por caminos comunes y sencillos de transitar. Me dijo que es difícil trabajar de la manera en la que trabaja, componiendo y tocando cada uno de los instrumentos que irán en cada pista, pero cuando le pregunté acerca de su mayor reto y lo que buscaba como músico, me respondió sin tapujos. “Sentirme más preparado en cualquier momento, tener a mi voz como un amigo que conozco bien y que sé que en cualquier momento me va a salir de manera más natural. Ser más cantante, es simplemente eso: ser más cantante, porque todo el trabajo va hacia cantar una letra y la gente se conecta con esa voz”. A los 14 o 15 años comenzó a tocar la guitarra y cantar, para hacer covers de Nirvana junto con un amigo de la infancia. Al mismo tiempo empezó a escribir sus propias canciones y desde muy temprano supo que quería pertenecer al mundo de la música.
Nacer y crecer en Brooklyn, y al mismo tiempo ser hijo de padres inmigrantes son quizá elementos que lo constituyeron como persona, más no como músico, pues me cuenta que no tuvo consciencia de sus raíces latinoamericanas (musicalmente hablando) sino hasta ya después de cierta edad. “Nos movíamos mucho, nací en Brooklyn y vivimos por todas partes. Crecí en la clase media, no nos tocó pobreza, tampoco mucha plata, pero viajábamos mucho y eso fue importante. Sin embargo, eso no afectó la música que hago. La música yo creo que la ha tocado algo más: el arte. La poesía, la música, la pintura… eso es lo que ha influenciado mi música; vivir en New York me puso en contacto con muchas variedades de expresión como ver teatro, ver películas diferentes, ver los conciertos de mi mamá, oír los ensayos de mi mamá, tocar instrumentos desde joven… había música todos los días”.
Derroteros un poco más lejanos, pero no por ello extraños, son dominio de quien escribió “Six Eight” (el tema que sampleó Drake en su track “Jungle” por allá de 2015). Entre sonrisas y tragos de té se confesó fanático de Rimbaud y sus “Iluminaciones”; me contó que a veces se le ocurre una pista, con todos sus sonidos y ritmos, pero que no tiene nada para decir en ella. Que tiene siempre un libro a la mano y algo para escribir porque “no sabes en qué momento vas a encontrar algo”. Se revisa constantemente y hace siempre un double check de sus canciones, pero también se pone a escribir sin reservas porque cree necesario sacar todo lo que hay en el momento.
Es un hombre sin rutina, uno que no quiere una. Según me dice, hay días en que se levanta, toma una ducha y comienza a trabajar; otros en los que despierta, se despereza y se sienta a comer una tostada y tomar un café; pero hay algo que siempre hace y es agradecer, a la vida y a los suyos el estar en donde está, porque ha probado la hiel y también la miel del éxito. Se sabe afortunado y es consciente de que está viviendo EL SUEÑO, de que su música inspira y conecta más allá del momento en el que pasa a través de los auriculares, entiende que tiene una responsabilidad consigo mismo y con el mundo que lo escucha. Y aún después de todo se mantiene humilde y sensato, pero quiere más… no por simple ambición, sino porque es consciente de su potencial y quiere darlo todo. “Sufro con ser consciente de mí mismo, con no solo ser nada más una fuerza que tiene herramientas y que va adelante. Considerar las cositas que podrían pararte, los miedos, cosas que solo existen en la cabeza” y añade “El trabajo de un artista es mostrar una realidad humana, porque vivimos en una sociedad que la niega. Todos sabemos lo que está pasando y la gente termina ocultándolo, cuando uno es inteligente se da cuenta de que todo eso te pone en peligro”. Su mayor miedo lo tiene claro. “Lo peor sería una muerte artística, eso sería horrible”. Sabe que cuando viejo le espera una vida alejado de las ciudades, en un espacio abierto y lleno de naturaleza.
El té de ambos se había terminado. Antes de terminar Gabriel nos adelantó sorpresas que tiene preparadas, entre ellas colaboraciones muy especiales, un remix de “The Game” (track incluido en Jardín) además de un material propio en puerta. Admite que después de Jardín la vara se encuentra alta para superarla, pero tiene confianza de poder hacerlo y asegura que trabaja arduamente para ello. Nos despedimos de nueva cuenta con un abrazo y la complicidad en nuestras miradas de una entrevista que fue más bien una charla entre amigos.