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Christian
Mendoza
Es muy delgada la división entre un acto interdisciplinario y un espectáculo. En un terreno se ponen a dialogar distintas áreas de las artes, el riesgo de obtener un resultado vacío es latente. El Festival Ambulante, programando la proyección –“ejecución” sería un término más pertinente– de The Love Song of R. Buckminster Fuller para este sábado en el Teatro de la Ciudad, consiguió disipar este prejuicio, numerosas veces confirmado en torno a las presentaciones que buscan unir los parámetros de diversas prácticas. Las posibilidades informativas del documental quedaron trastocadas con una obra espoleada por la ternura y una reflexión histórica que, aunque ideológicamente sospechosa –la apología a las bondades de la producción tecnológica es sumamente cuestionable en tiempos de espionaje, drones y venta de datos privados–, logra construir un retrato fiel de uno de los hombres que reunió todas las preocupaciones y utopías de la segunda mitad del siglo XX: Buckminster Fuller. Arquitecto e inventor, Fuller funcionó como una caja de resonancia de las búsquedas estéticas de su época –es conocida su amistad con John Cage y el coreógrafo Merce Cunningham, artistas que pusieron en el centro al binomio arte y vida–, traduciéndolas a sus propias áreas de creación, que sostuvo manteniendo como punto de partida la relación entre la funcionabilidad y la ética. Fuller consideraba que el diseño industrial y la arquitectura debían estar al servicio del bienestar humano, y esta idea lo llevó a ser un nombre clave para las visiones utópicas de los sesenta.
A través de materiales de archivo y entrevistas, el cineasta Sam Green trazó un retrato de Buckminster Fuller que consideró aspectos tanto biográficos como ficcionales. Como todas las leyendas, Fuller fue causa de rumores cuya veracidad no está científicamente comprobada, pero que complementan la visión documental del también ingeniero y filósofo. Aunque los límites de Green no permanecieron en la narrativa del cine. Provocando una tensión eficaz con lo escénico, el autor narró en vivo datos sobre la vida y obra de Fuller, además de abordar su entusiasmo personal con las ideas y las construcciones de las que el estadounidense fue responsable.
El cineasta también dialogó con la música. Con un score ejecutado en el escenario por Yo La Tengo, la banda, aún cuando fue dirigida por el cineasta, logró imprimir su sello a las imágenes del primer automóvil propuesto por Fuller o a las entrevistas de aquellos que conocieron a uno de los personajes más pastoriles de uno de los países más tecnocráticos del globo. Como nos mencionó Ira Kaplan en entrevista, la intención era formar un documental que demandara la atención de las personas. Además de que Yo La Tengo causó expectativa entre el público, el score que ejecutaron –suave al tiempo que potente, como las mejores producciones de la banda– abrió una nueva posibilidad para Yo La Tengo como agrupación compositora de música para películas, iniciada en The Sounds of the Sounds of Science.
The Love Song of R. Buckminster Fuller es una selección acertada del Festival Ambulante, evento que, además de poner en la superficie la labor social del documental, ha abordado al género también como un formato artístico. Por otro lado, podemos considerar aisladamente la presentación de Yo La Tengo: un concierto sutil, alejado de aquellos espectáculos que, por buscar lo interdisciplinario, no alcanzan otra cosa más que el entretenimiento vacío.