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Show por partida doble. Dos pesos pesados por sus propios honores en una noche en la que no hubo algún choque o encuentro, sino una enorme y caótica fiesta en medio de la semana laboral que describir como memorable sería desacreditarla y arrebatarle justicia.
El concierto dio inicio puntualmente a las ocho de la noche con el segundo advenimiento del icono del psychobilly europeo, Nekromantix. Tras una presentación como la del Plaza Condesa hace dos años, considerada ya legendaria, no tenían fácil la tarea y desde el momento en que subieron al entarimado con una de las ecualizaciones más espantosas en la historia del foro, fue más decoroso darse la vuelta y salir a tomar aire que soportar tal humillación a la banda.
Pasadas las diez de la noche, el septeto originario de Boston tenía todo listo para su presentación. Más de seis años habían pasado desde su última y única presentación en nuestra capital, y con un material nuevo y una fama que ha ido creciendo y creciendo, era inevitable encontrarse en medio de lo que se convirtió en uno de los conciertos de punk rock más memorables que haya visto el Salón Cuervo en su historia.
Para ser un miércoles, el aforo fue bastante digno. Cuando Al Barr hizo acto de aparición con su boina y camisa Fred Perry para arrancar con “The Boys are Back”, el remolino de puños dio inicio mientras las cervezas y asistentes volaron por igual. El mosh pit, que nunca encontró tregua, fue convocado y de manera inmediata se creó un ambiente como pocos; “Bastards on Parade”, “Johnny, I Hardly Knew Ya” y “The Gang’s All Here” transformaron a desconocidos en hermanos.
Se levantaron en hombros los unos a los otros y se soltaron codazos y patadas que en lugar de provocar furia, invocaban sonrisas, como si se supiera que se estaban portando mal y de travesuras de niñatos se tratara.
Dropkick Murphys sonaron impecables; buzuki, gaitas, flauta, banjo y todos los demás instrumentos tan poco comunes en un sudorosos show de punk escaparon de las bocinas de manera precisa, pero lo mejor fue escuchar los cantos de la gente opacando al mismo Ken Casey al micrófono. La barricada en la plancha de la sala estuvo diseñada para poder darle la oportunidad a la banda de bajar y cantar en medio de la gente, lo cual fue factor clave para que la conexión entre banda y audiencia fuera inmediata y cómo pocas: puños chocando, brazos alrededor del cuello y giros cual irlandés embriagado fueron épicos.
Hubo un momento de gloria en el que, con covers a“T.N.T.” de AC/DC y “Workin’” de sus majestades skinhead Cock Sparrer, se tuvo a personas cuyos credos podrían ir desde el hardcore al psychobilly pasando por el oi! y el punk rock abrazados y gritando al unísono. Unión mediante la música y el baile, con una sola dirección.
“Do Or Die”, “Kiss Me, I’m Shitfaced (con invasión de señoritas en el escenario )” y el épico cierre de “Takin’ Care of Business” dejaron a todos empapados de sudor y a unos hasta arrastrándose del cansancio, pero con con ese particular sabor en la boca que solo un show de punk rock puede dar cuando se siente una hermandad especial que solo esa música puede obsequiar. Un show como pocos.