Favoritos
Haz click en la banderilla para guardar artículos en tus favoritos, ingresa con tu cuenta de Facebook o Twitter y accede a esta funcionalidad.
Andrew Bird es un tramposo, y eso lo saben bien los que asistieron a su concierto en el Teatro de la Ciudad de México en 2011; es capaz de sonar como si estuviera acompañado de la Filarmónica de Viena a pesar de estar completamente solo en el escenario. En su nueva visita al DF repartió mejor sus ases escondiéndolos en las mangas de una banda, pero aún así su magia construida de samplers, pedaleras de loops y efectos la que hizo subir al Auditorio Blackberry a coros de violines y tin whistles celtas, formaciones country fronterizas e incluso troupes de cuerdas andinas.
Con la publicación del pasado 2012 de Break It Yourself y Hands of Glory, quedó claro que el de Illinois no tiene un especial interés en seguir innovando sino en profundizar en su sonido y establecerse en él; y con esta premisa arrancó el concierto, con los delicados pinzamientos y cuerdas sedosas de “Hole In The Ocean Floor”, su característico trino límpido y ecos del Astral Weeks de Van Morrison. En sus manos, el violín puede mutarse en herencia celta, en guitarra española con aires de blues (“Why”) y en acústica (“Desperation”); y con su banda crea ritmos trotones que le añaden puentes y pausas a la estructura clásica del rock crepuscular a rolas como “A Nervous Tic…” (aullada con fruición entre el público), sale a pasear por paisajes instrumentales próximos al jazz, y se aproxima a la épica de Arcade Fire con “Three White Horses”.
Aunque muchos hayan lamentado el poco afán de búsqueda de Bird en sus recientes trabajos, el multiinstrumentista supo mostrarse en directo menos canónico y más juguetón, especialmente en temas como “Orpheo Looks Back” (que vistió de largos pasajes instrumentales) o gracias a los ritmos marciales que imprimió a “Imitosis”. Y hablando de diversión, lució especialmente al reunirse alrededor de un solo micro con dos de los miembros de la banda, para darle a “Give It Away” una nueva dimensión folkie con las superposiciones de coros masculinos y de cuerdas que acompañaron al público en un amago de tarde soleada. En el mismo formato de “tres hombres y un micrófono” se desarrolló la divertida tomadura de pelo de “The Professor Sucks”, canción – jingle terriblemente pegadiza que, contó Bird, compuso para el show televisivo homónimo. En un concierto en el que no se escatimaron minutos y se repasó con profusión toda la discografía birdiana, hubo también tiempo para tonalidades puramente pop (“Eyeoneye”) y ecos, que me perdonen los puristas, a la guitarra de Santana en “Skin Is, My”.
Pero cuando el compositor se crece (y nos crece dentro) es cuando habla desde sus interioridades, cuando viste con lo mínimo las revoluciones sonoras y las baja a ras de corazón. Así, las cimas expresivas se vivieron con “Tables and Chairs”, que se movió entre líneas rítmicas obsesivas y una sigurrosesca belleza melódica del arco largo; y con el simbólico cierre de “Don’t Be Scared”, conmovedora con sus crescendos tan íntimos en inicio como de demoledora expansión final. En definitiva, un hermoso experimento vivencial desarrollado por alguien obsesionado en explorar (y aprovechar) todas las posibilidades del sonido para crear algo bello. Que no es poco.