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Entre la penumbra de Puente Xoco, El Cantoral nos recibía con todas sus luces, avisándonos que esta noche se vivía una fiesta.
La intimidad y majestuosidad del recinto casi nos obliga a quedarnos sentados, callados, a apreciar con cada sentido lo que ocurre en el escenario. La noche abre con Renee Goust. Una guitarra, tres micrófonos y una voz difícil de ignorar. Renee lleva su orgullo bajo el brazo, nos cautiva y llama nuestra atención con un folk pop que podría recordarnos a muchas solistas actuales, pero pocas con tan enorme poderío.
Al tenernos cautivos, Goust nos demuestra la clase de artista que es: luchadora social, orgullosa miembro LGBTI, exponente de la diversidad cultural y feminista en toda la extensión de la palabra. “La Cumbia Feminazi” y “Querida Muerte” son muestra de ello. Nos regala momentos de regocijo, pero también de reflexión, e incluso de indignación. Un entremés que pareció la entrada principal, pero que nos dejó los sentimientos a flor de piel listos para recibir a Torreblanca.
Juan Manuel aparece en el escenario, solo pero muy conversador, con unas luces tímidas y un piano. La noche inicia intensa, “Para estar mal” hace su debut y un Torreblanca visible emocionado toma agua para deshacer los nudos en la garganta que entrecortaron su voz apenas en las primeras dos canciones del show. Su madre quería que le escribiera una canción, la difícil relación con su padre después de salir del closet, historias que enriquecían cada uno de los temas y que nos conmovían al punto de las lágrimas.
Pero esto no es una fiesta de compasión, esto es un festejo, 12 años de carrera. Y fue entonces que Juan Manuel se centró en el escenario, dio la bienvenida a las voces que lo acompañaban y después, la celebración no paró, y las lágrimas y las historias tristes quedaron atrás.
El público presente vibraba con cada una de las historias de Torreblanca, pero era más su necesidad de hacerse uno con la música, con las letras, con las experiencias de cada uno, y así El Cantoral se convirtió en una sala como cualquier otra, donde un grupo de amigos escucha su música favorita, ríe, cuenta anécdotas, se echa palomazos y baila sin restricción.
Esta ilusión a veces se cortaba con la presencia de un equipo de audio y video que grabó por encima del escenario, en ocasiones siendo una distracción, pero al público le importó poco. Canciones como “Hubo valor”, “Culpables e inocentes”, “Nada me saca de la cama”, entre otras pararon a los fans de sus asientos y cantaron como si no hubiera mañana.
Voces espectaculares, una acústica imponente, historias que nos llenaron el alma, danza contemporánea… El show de Torreblanca en El Cantoral fue un regalo para los fans, para esos que han acompañado este recorrido de 12 años, fue una de esas celebraciones que se dan a cuenta gotas y se atesoran por años.