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Mientras la mayoría de la gente de más de treinta y cinco años se preparaba para dormir y reposar después de un día de oficina, un grupo de “inadaptados” decidió pasar su noche de manera más interesante, escuchando versiones sinfónicas de la que algún día fuera la banda más grande de Latinoamérica: Soda Stereo.
Sin lograr llenar el Pepsi Center WTC, pero con bastantes entusiastas del rock de Cerati, Zeta y Charli, la banda Dynamo acompañada de la International Symphonic Orchestra repasaron durante hora y media los grandes éxitos de Cerati y compañía.
“Juegos de seducción” abrió la noche, mientras el público terminaba de ocupar sus asientos. El arreglo orquestal fue sutil, como lo sería durante casi la totalidad de la noche. “Hombre al agua” siguió mientras el ambiente comenzaba a prenderse, aunque la gente permanecía sentada. “Un millón de años luz” mantuvo a la gente en su lugar aunque no por mucho tiempo pues, en cuanto los acordes de “Cuando pase el temblor” empezaron a sonar de la mano de las cuerdas y los vientos de la orquesta, los asistentes se pararon para permanecer así el resto del concierto.
Las canciones pasaron y la nostalgia creció. “Canción animal”, “Signos”, “Fue” y “Entre caníbales” sacaron lo mejor del público, que casi olvidaba que no eran los argentinos los que estaban en el escenario.
El primer arreglo orquestal que resaltó fue la introducción de “Corazón delator”, canción que preparó al público para el primer derramamiento de lágrimas, el cual llegó con “Té para tres”, melodía que fue coreada por todo el recinto demostrando que la mejor sinfonía es la que crea una multitud en una noche de otoño. “Trátame suavemente” siguió la misma tónica al igual que “Cae el sol”, tema que sirvió de preámbulo para los grandes éxitos de la noche.
Con “Prófugos”, el público terminó de explotar; ni el trabajo ni los hijos ni la(el) esposa(o) malhumorada(o) importaba. Lo único en la cabeza de cada uno de los asistentes, eran los recuerdos que cada nota evocaba; momentos de juventud y locura pasaban por la mente de cada uno de los asistentes. “Nada personal” mantuvo la chispa de la juventud despierta solo un momento antes de llegar al tedioso encore.
Minutos después la banda retomó el escenario —solo la banda porque la orquesta se mantuvo en su lugar sin moverse un centímetro—. Llegaba la hora de los grande éxitos: “Persiana americana”, “Ciudad de la furia” y “De música ligera” lograron regresar la nostalgia y las lágrimas al público que ya presagiaba el final del show.
Otro encore, otro minuto perdido en el que la gente no se movió. Aunque todo parecía haber terminado, la inmovilidad de la orquesta daba esperanza de una canción más. “Crimen”, una canción de Gustavo Cerati en su etapa de solitario, cerró la noche.
Fue a la salida que realmente se pudo medir el impacto que tiene este proyecto. Gente se secaba las lágrimas ante un show que removió recuerdos que lograron hacer creer que la juventud había regresado. También estaba el caso de los jóvenes que eran minoría, ellos también lloraban, pero no por el pasado, sino por saber que esa será la única oportunidad de escuchar tan dulces melodías, porque nada podrá traer de regreso a ese argentino que en un tiempo fue considerado loco, pero que la mayor parte de su vida fue reconocido como un genio: Gustavo Cerati.