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La música tiene la capacidad de reparar el alma de quien se deja envolver en las notas y acordes de una melodía. Lo sabemos todos los que hemos sentido un hoyo profundo, frío y oscuro en el pecho; una desolación desgarradora, un final inminente y, abrimos paso a la canción correcta para mitigar el dolor.
La melodía empieza a viajar desde tu cerebro, pies y manos; recorre cada célula de tu cuerpo hasta llegar al corazón para brindarte un poco de sosiego. Aunque ese sentimiento es instantáneo, te permite entender que la vida está frente a ti, esperando a que brilles y ames profundamente. Amar un chingo y entregar el corazón es de valientes.
La cita en el Teatro Metropólitan fue a las 8:30. La mezcla de sonidos era mágica a los oídos de quien prestaba atención. Voces, coches, risas, pasos, cumbia y vendimia, envolvían la euforia de todos los asistentes; así sonaba la bienvenida a lo que sería una noche diferente.
Primera llamada, segunda... tercera: las luces azules del escenario custodiado por dos guardianes se encendieron al ritmo de los golpes de la batería de Axe para dar inicio. Mikael Åkerfeldt caminó al frente y Opeth estalló frente a nuestros sentidos con “Sorceress”. La gente gritaba y cantaba. La atmósfera vibraba.
Mikael se presentó frente al público como solo él lo sabe hacer; “Ghost of Perdition” arremetió contra todos. Guturales, percusiones imponentes y acordes de guitarra que impregnan la piel fueron parte de ese instante.
“Demon of the Fall” bailó a través de luces, reverbs y guturales; la guitarra recitaba poesía para nosotros y las manos se convirtieron en aplausos que seguían su ritmo.
“The Wilde Flowers”, canción de su último disco Sorceress, continuó con el hechizo a través de un solo de guitarra majestuoso mientras el público les entregaba el alma. Cuando la oscuridad acaparó los latidos, “Face of Melinda” se postró. “Found where she sacrificed her ways, that hollow love in her face” declaró la voz de Mikael, mi corazón se devoraba sus palabras en forma de lágrimas.
“In My Time of Need” se materializó a través de los acordes de una guitarra, el rasgueo lento de un bajo, y el movimiento de los platillos de una batería verde que resaltaba en el escenario. Los recuerdos brotaron y los fantasmas del pasado de más de tres mil personas caminaron por los pasillos del recinto en busca de, nada.
El rugido de las guitarras retumbó, los platillos de la batería temblaron frenéticamente, el bajo de Martín Méndez buscó el camino... “The Devil’s Orchard” sentenció que Dios estaba muerto en voz de las personas que presenciaban el momento. “Cusp of Eternity” renació de entre las cenizas e hizo explotar el tiempo y el espacio. El riff penetraba las sombras, las cabezas volaban en un headbanging pasional, todos coreaban. El solo de guitarra de Fredrik Åkesson quedó perforado por la luz y, el misticismo sonrió a todos.
Los titanes acudieron al encuentro y sus pasos resonaron a través de “Heir Aparrent”; ello dio pie a un “ensayo en vivo” -como lo nombró Mikael-. Un medley de “Bleak”, “Hope Leaves”, “Advent”, “Porcelain Heart”, “The Moor”, “Burden” y “Harvest” llenó de sentimientos, intimidad y respuestas sobre el universo a ese dolor.
“Gracias México, los amamos”, dijo el uruguayo Martín Méndez, y levantó el corazón de todos los presentes.
La noche caía profundamente en nuestros brazos, el sonido de la guitarra inundó el aire para regalarnos “The Drapery Falls”. Para terminar y suturar el corazón, “Deliverance” nos llenó de poder, furia, desamor, guerra, calma, dudas y oscuridad. Una melodía llena de progresivo absoluto; ejecución perfecta de la que nunca me cansaré. Una de sus grandes obras maestras.
Recordé el inicio de los tiempos, tu rostro me sonrió y te dejé ir sin más; sin expectativas, sin amor, solo te dejé ir. Hoy, mi alma camina hacia la luz envuelta en las notas de una banda que sabe curar.