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Aunque el invierno pegue diferente en distintas partes del mundo, sin duda en Islandia ha de ser una época particularmente especial, acogedora y bastante gélida, pero en el buen sentido. Siempre que lo oímos mencionar o vemos algunas imágenes de su territorio nos remitimos a una tierra remota, de ensueño, llena de praderas, montañas y coberturas de nieve tan suave y dulce como el pan del osito. La pasada noche del 23 de enero tuvimos una rebanada de un invierno real gracias al recital de ensueño de Ólafur Arnalds con motivo de la gira de su reciente disco, re:member.
En un recinto prácticamente lleno, decenas de personas se dieron cita para escapar un rato del ajetreo urbano y dejarse llevar por las capas suaves de melodías, disonancias, solos y armonías logradas por Arnalds y su ensamble de cuerdas en vivo. La ocasión también sirvió para que el músico presentara en vivo su sistema Stratus, que consiste en dos pianos autosuficientes que son accionados por un piano central que tocó Arnalds. De este modo, el público mexicano pudo escuchar ayer una nota singular en el piano de Arnalds que fue reproducida a la vez por otra nota diferente en el piano adyacente. Uno de los instrumentos desafortunadamente no funcionó y eso ocasionó un retraso de una hora para el inicio, por el cual se disculpó profundamente.
No obstante, los ánimos de la concurrencia estaban al máximo. Sorprendente, ya que a veces estamos más acostumbrados a ver a gente más joven saltar, brincar y corear. Estuve anonadado por cómo todo el mundo guardó un absoluto respeto y simplemente se dejó llevar con piezas como “re:member”, “Brot”, “Ekki hugsa”, “saman” y “Nyepi”. Incluso Arnalds realizó un experimento con todos y puso a corear un Mi, para luego samplearlo como ritmo ambiental en uno de sus temas, dejándolo para la posteridad. Si eso no es prender a un público, no sé qué es.
Entre cascadas de luces que interactuaban con cada músico y los iluminaban o apagaban según el mood de la canción, Arnalds mostró un increíble dominio del escenario y como director de grupo, mientras cada tecla dictaminaba a las cuerdas que tenía alrededor. Al final, el público cayó rendido gracias a un tema que Arnalds dejó al final, “Lag fyrir ömmu”, que le dedicó a su abuela, responsable de su gusto y maestría por la música clásica.
Aunque no hubo copos de nieve ni fuertes avalanchas, la sensación fue la misma para todos los asistentes. Como una dulce canción de cuna antes de irnos a dormir y lidiar con las realidades del día siguiente. Es el efecto que logra un buen concierto. Apagar nuestra mente por un par de horas e hipnotizarnos creando otro mundo muy diferente al que está afuera. Sin duda fue algo para recordar.