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¿Cómo te preparas contra lo inevitable? La muerte de un familiar llega como un balde de agua helada. Como si cientos de cuchillos te atravesaran el corazón y no tuvieras la oportunidad de defenderte, un dolor el cual nadie está preparado para recibir, ni debería de estarlo. Una pena que quema y destruye una pequeña parte de tu alma. Que aunque es el ciclo de la vida, nunca se sabe con exactitud cómo reaccionar ante su irremediable llegada. Han sido tres años de continua pesadumbre para Nick Cave, con la lamentable partida de su hijo de 15 años, el músico australiano reflejó su dolor en Skeleton Tree, un excelso material de larga duración que rayó en lo sublime por casi 40 minutos. En esta ocasión escuchamos una vulnerabilidad en la voz de Nick, que lo hizo llevar su carrera a otro nivel. Ya no estaba enojado, ni tenía esa rabia en la piel. Confeccionó un tributo a su sangre y nos invitó a unirnos a su pena. Desconcertante y profundo, las letras penetraban en el abismo. Una fúnebre despedida que era necesaria, y en la cual todos empatizamos con la situación y aceptamos la invitación.
Ayer después de cinco años de espera, Nick Cave volvió a México, y con ello llegaba otra pregunta: ¿qué sería distinto de su show pasado? La respuesta llegó desde el primer minuto: Todo, absolutamente todo. Con 15 minutos de retraso, las luces se apagaron por completo en el recinto para que "El Diablo" y sus seis discípulos llenaran de oscuridad la capital. Con una tétrica entrada, “Jesus Alone” fue el primer tema que inundó nuestros oídos. “With my voice, I am calling you”, sentenciaba con el verso el cantante de 61 años a sus seguidores mientras una gigante imagen en blanco y negro de él sobre el escenario se reflejaba en una pantalla trasera. Nos estaba invocando, la ceremonia había comenzado. Con un público enardecido, el músico vestido completamente de un elegante traje negro hizo un ademán para que el lugar quedara en un silencio sepulcral. Ssssshhhhhh. El escenario era suyo, y “Magneto” hacía gala de presencia. Algunos celulares se entrometían entre la vista, pero la mayoría guardábamos respeto, creíamos que era un digno momento para alejarnos de la tecnología. Un blues completamente desgarrador, una urgencia abrumadora de matar apagada por el movimiento del amor. El barítono retumbaba en el lugar, las leyendas eran ciertas: los vampiros eran reales.
Y es verdad, el audio dejaba bastante a deber, pero cuando llegó la tercera canción mejoró considerablemente. Nick preguntaba, nosotros gritábamos: “Do You Love Me?”. Un escenario vestido en rojo nos hacía recordar el icónico Let Love In. Después de la interpretación del clásico, “El Diablo” se transformó con “From Her To Eternity”, pateó sus notas, aventaba su micrófono, se arrodillaba enfrente del público. Gritaba y escupía hacia el piano que tocaba esporádicamente junto a Warren Ellis. Algo lo poseía por completo y nosotros éramos partícipes de ellos. Segundos después, cuando se creía que la calma reinaría en el lugar, un demonio esperaba afuera de nuestra puerta, “Loverman” empezaba a sonar en lo alto. Hay que recalcar algo en este punto, Nick es una bestia. Su cuerpo emana una energía impresionante. Caminaba, bailaba alrededor de sus músicos, se acercaba al público y los tomaba de las manos, un auténtico show man. Enseguida de terminar con su anécdota de ultratumba, sonaba otra irremplazable de su carrera: “Red Right Hand”. El escenario cambiaba nuevamente de color, ahora las luces se tornaban con un fantasmal tono azul. El vampiro relataba historias de su etapa más lúgubre. Y sus seguidores, recibían con ardor en su cuerpo las letras del salvaje artista nacido en Warracknabeal.
Terminando con el feroz bloque, la calma llegó con Nick tomando el piano por asalto. “The Ship Song” sonaba y el silencio volvía al venue en cuestión de segundos. “We make a little history, baby”, cantaba el líder de The Bad Seeds mientras algunas parejas se tomaban de las manos, otras se abrazaban y besaban, un conmovedor momento invadía lugar. Con un aire cálido, a todos se nos olvidaban por un momento nuestros problemas, el ritual había comenzado, ¿y no es acaso ese el propósito de la música? Ciertas veces solemos olvidarlo, ayer lo recordamos cuando todos coreamos al unísono “Into My Arms”.
Con los sentimientos a flor de piel, Nick Cave nos platicaba sobre los momentos en los que se había derrumbado, donde caer a la lona era un habitual en su vida, “Shoot Me Down” llegaba de sorpresa, y a nosotros también nos derrumbaba escucharlo cantar con tanta conmoción. Y cuando se creía que los ánimos por fin subirían, la banda retomó el Skeleton Tree para interpretar “Girl In Amber” y “Distant Sky”, esta última con la participación de Else Torp, tanto en voz como de manera virtual, proyectando su imagen en la pantalla trasera. La voz de la soprano danesa es impresionante, se te eriza la piel instantáneamente al escuchar el melodioso canto. Una forma increíble para terminar el nostálgico bloque.
Y sí, algunos estuvimos al borde de las lágrimas cuando llegó la tormenta “Tupelo”. Un huracán que nos hizo olvidar los 20 sensibles minutos que habían terminado hace apenas un momento. Nick por fin se despojaba de su saco, se quitaba el chaleco y su pecho quedaba al desnudo con una cruz dorada llena de sudor. Una gran bestia se acercaba, una nube negra venía de cerca. Una curiosa analogía por el clima que cubría la capital. Con un “This is a story, about some girl call Bee”, la banda interpretaba “Jubilee Street” y todos volvíamos a enloquecer. Es de verdad impresionante presenciar en directo las facetas que viven dentro de Nick Cave. Brilla y complace, y en un parpadeo vuelve su desdeñado e insolente alter ego a apoderarse de su cuerpo. Es irreverente y parece que tiene 28 años nuevamente. Algo fuera de lo común yace en el australiano.
Ya habíamos escuchado clásicos y temas nuevos, en muy poco tiempo se vivía de todo en el show del vampiro y “The Weeping Song” auspiciaba un cercano final. Es difícil no imaginar la voz de Blixa Bargeld acompañando los versos, pero la transformación de epílogo que le ha otorgado el frontman de la banda al tema es simplemente brutal, convirtiendo los casi cinco minutos de duración al doble puesto que se baja del escenario a conectarse con el público. Arriba de la consola de audio, Cave daba indicaciones de cómo aplaudir para acompañar el ritmo de la canción, sin duda un momento memorable del concierto.
Antes de su regreso a las tarimas, el bajo de la inconfundible “Stagger Lee” ya retumbaba en el lugar. El artista subió, pero parte del público lo acompañó, al menos unas 30 personas arribaron al escenario para acompañar a The Bad Seeds en la interpretación del tema. El vampiro jugaba con ellos, les cantaba al oído y por un momento una chica lo tuvo de frente retándolo como si fuera un acto histriónico. Lo mismo sucedió con “Push The Sky Away”, pero ahora el pequeño grupo que estaba arriba los mandó sentar, mientras todos en el lugar empujábamos el cielo con nuestras manos. Pocas veces puedes sentir tanta conexión con un músico, ayer fue uno de esos días que mágicamente sucede. Y con una despedida de escasos cinco minutos, los elegantes artistas australianos volvieron para un encore de tres canciones: “The Mercy Seat”, “City of Refuge” y “Rings of Saturn”, la última mencionada con un Warren Ellis haciendo los característicos coros de forma muy graciosa.
Puedo asegurar que ayer se vivió uno de los mejores shows del año, y que también pudimos presenciar uno de los mejores sets en la carrera de Nick Cave & The Bad Seeds. Se le veía ecuánime, se le veía feliz al vampiro. Descubrimos que regresar al escenario le limpió el corazón, llevando su música a un plano sentimental muy distinto a lo que nos tenía acostumbrados. En dicho trayecto tuvo la gentileza de absolvernos el alma y elevarnos con él. Todos sufrimos, pero tú nos has enseñado a sobrellevar cualquier guerra sin caer derrotados. A luchar hasta el último aliento sin mirar atrás. Gracias por tanto Nick.