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“And I will wait, I will wait for you, and I will wait, I will wait for you”. Apenas corre la segunda canción de la primera visita a Latinoamérica de Mumford And Sons, y el Palacio de los Deportes retumba con el canto de las miles de personas que parecieran llevar años con un nudo en la garganta esperando cantar los temas que han posicionado al cuarteto londinense como la banda más importante de folk de la actualidad.
Todo comenzó cerca de las 20:30 horas; un viejo amigo de la banda fue el acto invitado para comenzar con la música. Acompañado de un baterista y un bajista dueño de la barba más larga del lugar, Willy Mason deleitó al poco público que ya hacía presencia en el domo. Con blues y country perfecto para un viaje en carretera, el cantautor de 31 años pasó a retirarse con una gran sonrisa causada por la gran ovación que el público le regaló.
Ya con un Palacio de los Deportes lleno (menos la sección E que no fue abierta), las luces se apagaron y el estruendo se hizo presente con “Snake Eyes”, corte que abrió el show y que pertenece a Wilder Mind, álbum que Mumford and Sons se encuentra promocionando actualmente. Así, se dio la pauta para lo que sería un concierto lleno de contrastes entre la era eléctrica de la banda y su faceta acústica, la favorita de los fans.
El setlist tuvo una mezcla de canciones nuevas y canciones de sus dos anteriores discos, y a pesar de que la respuesta del público fue increíble al escuchar en vivo “Wilder Mind”, “Tompkins Square Park” o “Believe”, canciones que hicieron del recinto un espectacular mosaico lleno de luces de celular, los mejores momentos de la noche se dieron al revivir los recuerdos que yacen dentro de Sigh No More y Babel.
Esas mismas canciones que han hecho temblar los cimientos de lugares como Glastounbury, Reading Festival, la Arena 02 y que próximamente lo harán en el histórico concierto que dará la banda en Hyde Park en julio, hicieron que el Palacio de los Deportes se convirtiera en un corazón gigante que latía al unísono de la guitarra acústica y del bombo con el que Marcus Mumford lideraba lo que pareciera una enorme orquesta que tocaba como si fuera el concierto más importante de sus vidas.
Las personas pueden quedar vulnerables al sonar el primer acorde de una canción que les haga revivir un momento bueno o malo de su vida: sólo las canciones pueden lograrlo. Justo eso fue lo que pasó cuando “I Will Wait”, “Awake My Soul”, “Roll Away Your Stone”, “The Cave” o “Little Lion Man” sonaron sin tregua alguna y crearon un ambiente lleno de festividad, alegría, euforia, suspiros, cervezas volando, chicas en hombros, gente bailando, abrazos y gestos entre el público que hacía notar que revivían en cada frase recuerdos atorados en el tiempo.
Dos de los momentos que más se recodarán de la primera visita de Mumford And Sons a México serán cuando Marcus, justo cuando interpretaba la canción “Ditmas”, bajó con el público pero no sólo a saludar, también a cantar con ellos dentro, muy adentro de la pista, lo cual provocó que ante la euforia de la gente, tardaran varios minutos en sacarlo de la multitud. El otro momento se dio después del encore en donde, para sorpresa de todos, Marcus, Ted, Winston y Ben –quien salió envuelto en una bandera mexicana– aparecieron justo a lado de la consola para interpretar casi a capela “Cool Arms”.
En una entrevista que la banda dio a una radiodifusora de nuestro país, uno de sus integrantes decía en tono de broma que su concierto en el Palacio de los Deportes sería mejor que el que recientemente dio Madonna en el mismo recinto. Y después de escuchar un épico cierre con “The Wolf”, Mumford and Sons nos hizo entender en carne propia el por qué de su posición.