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La espera terminó, llegó el primer show en solitario de Molchat Doma en Ciudad de México. En 2020, cuando la pandemia hizo que Molchat Doma cancelara su presentación en el Lunario, los fans quedaron a la espera de que la banda bielorrusa pisara tierras mexicanas, en un venue digno de su presencia, fuera de los festivales que contaron con ellos: Pa’l Norte 2022 y Ceremonia 2022.
Tras la presentación de Riki como telonera, sola en el escenario reproduciendo sus pistas desde una mesa, las luces del venue se apagaron y el público contuvo la respiración… Egor, Roman y Pavel tomaron el escenario. Las primeras notas de “Kommersanty” comenzaron a sonar y las sombras oscuras que habitaban el Velódromo Olímpico, con euforia, empezaron a saltar.
Si algo caracteriza a los mexicanos, es el superpoder de cantar y corear con el corazón las letras de las canciones de las bandas que admiran, aunque estén en ruso. En este ambiente, poco importó improvisar con los sonidos del idioma; el público emocionado tarareó las emblemáticas “Filmy” y “Volny” lanzadas en 2018 como parte del álbum Etazhi y el clásico de Monument, “Zvezdy”.
En un contexto latinoamericano, que se aleja tanto de la realidad Bielorrusia, el calor de la gente que sudó al bailar contrastó con el frío que se encierra en las letras de Molchat Doma. Los asistentes variaban en edades, se veían a niños, jóvenes y adultos, ya que, el gusto por la música de Molchat Doma (aunque se adjudica a su fama por la pandemia) inicia desde Joy Division, Human Tetris y la era de La perestroika soviética con Kinó.
La música, como cualquier otra expresión artística, responde a los sentires y acontecimientos que le atraviesan culturalmente. El post punk y dark wave de Molchat Doma está directamente influenciado por su contexto: bosques fríos, inviernos largos, doctrinas políticas, arquitectura estalinista y un llamado a la insurrección ante el respaldo de Alexander Lukashenko a Rusia, en su declaración de guerra contra Ucrania.
El llamado choque de culturas terminó siendo una celebración por la música: Bielorrusia y México, unidos en un espacio a través del baile y la diversión; dos culturas lejanas pero con preocupaciones similares: guerra, melancolía y muerte.
La masa de fantasmas nocturnos, con plataformas, estoperoles y cerveza en mano, fue observada detenidamente por Egor Shkutko, quien antes de mencionar alguna frase en el micrófono, clavaba la mirada en alguna persona y la señalaba con la cadavérica mano que salía de su traje oscuro.
De entre el público se levantó una muleta, el dolor corporal no fue impedimento para la asistencia de esa persona al concierto. Mientras, otras manos levantaban dos dibujos, que eran los retratos (hechos a mano) del trío de músicos.
En el escenario Pavel Kozlov y Roman Komogortsev jugaban con sus instrumentos, y entre pista y pista, tocaban el aire simulando una batería, lo que destaca su inocencia y emoción al estar frente a un público al que no creían llegar y que hoy es una realidad.
La noche concluyó con "Sudno", y quedó claro que, al ser parte de un género históricamente en contra de la norma y en busca de la libertad, esta noche se le cantó a la monotonía de Lukashenko (líder bielorruso en el poder desde 1994), al fin de la guerra y a la unión de las almas nocturnas que continúan vagando en el mundo.