07/Jun/2015
Tiempo después, me hizo llegar un libro Amor a lo diminuto, en donde a través de pequeños aforismos elaborados de forma sencilla y transparente, el artista retrata su existir en un mundo que como filántropo aventurero, recorre de forma apasionada. Ahí conoí al escritor.
Ayer en una noche lluviosa, en medio de la inusual prohibición etílica y un ambiente donde la asistencia era difícil de catalogar (lo mismo había padres con sus pequeños que jóvenes con aspecto rudo o parejas de enamorados), el escenario del Plaza Condesa me presentó al músico.
Pasadas las 20 horas las luces del lugar mudaron su aspecto frío y una avanzada de sonrientes instrumentistas habitó el escenario preludiando la entrada del cantante, quien en un primer gesto cargado de fuerte simbolismo (para sí mismo, para la audiencia), hizo volar por los aires la muleta que sostenía el andar su pie fracturado inaugurando el encuentro.
Desde el inicio del primer tema “Hijos de un mismo Dios”, algo se hizo evidente: La gente quiere cantar felicidad, quiere bailar, sonreír, afirmar humanidad, hablar de cosas bellas, de esperanza. Y así sucedió.
Uno a uno fueron apareciendo pequeños momentos que exaltaban la emoción de la concurrencia: los músicos formando con aparentes tropiezos la palabra ‘Amor’ hasta lograrlo con un gesto alegre; la figura de Daniel bajando del escenario para caminar cantando entre la gente; la masa entera agachada en el piso lista para levantarse en un mismo movimiento al canto de “Volar”… el dialogo constante entre ambas partes con la voz y el cuerpo.
Por momentos un pequeño rictus de dolor se dibujaba en el rostro del “monkey man” recordándole su fractura, gesto que al instante era sustituido por esa energía infranqueable que proviene del saber que en la música y sus muchas posibilidades, radica una de los mejores rutas hacia la felicidad.
Es hermoso recordar que el sentido de la vida se construye en el presente, que la paz interior radica en las cosas sencillas, que somos entes en constante aprendizaje y movimiento, seres sensibles. Es hermoso, poder voltear a todos lados y saber que en esa visión no estamos solos, que aunque sea por un lapso de dos horas es posible sumarnos todos al canto de la esperanza. Se agradece ver que rompiendo esquemas y estereotipos, a través del arte es posible generar un cambio aunque parezca diminuto.
Otro dato curioso: no fue necesaria la venta de alcohol para que todo eso sucediera. En general puedo decir que fue un placer conocer a Macaco, el músico.
Escucha un poco de su música.
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