Favoritos
Haz click en la banderilla para guardar artículos en tus favoritos, ingresa con tu cuenta de Facebook o Twitter y accede a esta funcionalidad.
En una caja negra que detiene el tiempo Jorge Drexler nos presentará Silente vaciándose por completo ante nosotros. Si todo sale bien, la piel se volverá hirsuta y sentiremos hasta la última gota de sonido, de silencio. Un sonido de raíz desnuda: voz y guitarra.
Cómo las olas la gente va llegando al Metropólitan y tras las cortinas que cubren el escenario se gesta un amoroso batir de palmas impacientes. Así, abre la noche el gran Drexler versando sobre el silencio, y tras un poema discreto, despliega sus maravillas:
…El silencio se derrama por estas cuatro paredes, el tiempo extiende sus redes y nosotros vamos dentro, llevando el centro del centro, sediento de luz, de filo, con el corazón en vilo como va el polen al viento…”.
A capella comienza “Transporte” y sin demora, como si hubiese existido un previo acuerdo, la masa coral que formamos, se une al canto de un tema quinceañero. Jorge ríe sorprendido por nuestra ocurrencia, y un poquito más tarde su guitarra aparece completando la triada principal que dará forma al recorrido.
Que cerca de nosotros está Drexler, parado al borde del proscenio, como si quisiera romper la barrera que como una formalidad absurdamente necesaria nos separa. Desde acá ebullimos efervescentes mientras la poética del instante nos va despertando el espíritu.
Continúan “Eco” y “Estalactitas” mientras que el escenario se va transformando en un flujo constante de estructuras que, iluminadas con metafórica sencillez, dotan de magia a este momento que ya de por sí inmejorable.
Esta noche existe por y para nosotros, al ser la consecuencia de una primera fecha con entradas agotadas. Drexler no podría estar más contento, ha domado al titán hermoso que es el Metropólitan.
En “Deseo” el contrapunto de una guitarra se dibuja sobre el eco, mientras que en el escenario se proyectan los pálidos rostros de amantes que encuentran sus miradas: “Deseo, mire donde mire, te veo”. Malabar de palabras e intensidades que nos llenan de sobresalto.
“Guitarra y vos” nos habla de frente, nosotros somos ese “otro” que es libre. No hay nada más importante en ese momento, que aquello que se genera al habitando un mismo espacio: Respirar el brillo balsámico de la felicidad.
Jorge nos invita a pasar a la estancia de su casa –tertulia de amigos con botella de vino en la mesa– y ahí, nos canta la primera canción que compuso en el 89: “La aparecida”, llevándonos al inicio de todo, cuando se descubría joven poeta de voz terciopelada. Es transparente y su ser traslúcido nos detiene el aliento de tan humano. Ahí mismo le sigue “Salvapantallas”, “Don de Fluir”; “Abracadabras” y “Todo se transforma”.
Que mansa es la risa que nos arrancas Jorge, que lindo es reconocer lo poderoso en la simpleza. Esa que se torna de una complejidad invaluable al ser vista tras caleidoscopio de aquello que incita. No hay por qué guardar las apariencias nuestros ojos se han vuelto acuáticos.
Entre un tema y otro se hilan historias que le dan sentido a la poesía de sus palabras y terminamos hablando de física, amor y equivalencias.
Silente ha sido planeado a detalle: Teatral experimento sonoro en donde todo encaja con escrupulosa perfección al servicio de la poesía. El audio es impecable, y la forma de construir el escenario parafrasea por momentos a Stop Making Sense de Talking Heads.
En el siguiente bloque viene el contrapeso: luminosidad y oscuridad coexistenten. “Disneylandia” original de los brasileños Titâs, “Asilo”, “La vida es más compleja de lo que parece” y “Soledad” lo componen.
Hay que decir que las versiones construidas para este experimento son precisas y uniformes, sus arreglos –que en ocasiones se ayudan de secuencias o tímidas percusiones– están hechos con una precisión quirúrgica que arranca suspiros.
En “La edad del cielo” la luz se extingue quedando a cargo de una sola bombilla que parpadea enfatizando la sensación de inmensidad que produce nuestra pequeñez en el universo. Los acordes son la casa donde habla la poesía y aunque muchos desconocemos “A la sombra del ceibal”, Drexler nos suma a su canto: “Un río hecho de luz un río hecho de luz”.
Silente, bien podría ser el espacio donde zumba el pensamiento, la pausa que se hace para escuchar la cualidad de un latido que en altibajos refleja la vida misma. Antes de dejar el escenario Jorge canta su oda a Joaquín Sabina, “Pongamos que hablo de Martinez”, agradeciéndole aquel invierno del 94 que lo puso en el camino que ahora nos comparte.
“Sea” y el recuerdo de la gran Mercedes Sosa brinda uno de los momentos mas preciados de la noche. Con la voz llena de certeza cantamos: “Ya está en el aire girando mi moneda y que sea lo que sea”. Para el encore: “Movimiento”, “Silencio” y “Telefonía”.
¡Que grande el poder de una sola voz y su guitarra! Con el espíritu hinchado de gozo, volvemos a casa flotando en una nube que nos llevará a soñar lindo, en la prolongación de una gran noche. Gracias querido Drexler, médico del alma.