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Ayer, en la colonia Guerrero se vivió una muestra de independencia. El rock & roll vivió una de sus últimas pataletas en el Forever Alone Fest (FAF) 2018. El foro, las bandas, la organización; todo recordó a las viejas tocadas de rock urbano, pero con post y math rock.
Empecemos por el foro. El lugar era una bodega, sin que esto suene a algo negativo. Un lugar en el corazón de la colonia Buenavista, misma donde semana a semana suena el rocanrol. En un mundo donde se respiran marcas y patrocinios esto era un alivio. El sitio puede que sea austero, sin embargo fue adaptado para que cada uno de los asistentes pudieran tener las mejores comodidades. Baños, tacos y cervezas artesanales le daban el toque moderno.
Pero hablemos de música. El FAF se caracteriza por ser el único festival en forma de post y math rock. Esto significa que si vas al festival tienes que estar preparado para largos pasajes instrumentales, gritos desgarradores y guitarras distorsionadas a más no poder.
Esto comenzó con Fiesta Bizarra, banda peruana apegada al screamo. Estos chicos, que apenas alcanzaban los 20 años, demostraron que para el talento no hay edades. Su rock es sucio, pero con intención, necesita serlo, esa es su actitud.
Otra banda que destacó fue Téléviser, desde Nicaragua. A pesar de que el público aún era escaso, los centroamericanos se entregaron por completo, poniendo el ejemplo para el resto de las agrupaciones.
Pero si hay que destacar algo tiene que ser la presentación de No Somos Marineros. Esta banda local se ha convertido en un ícono de la escena nacional. No importa dónde los veas, este cuarteto seguro te sorprenderá. Alguien en el público hizo la siguiente comparación: “Los Marineros son como Seguimos Perdiendo, sin fama pero legendarios”. Esta expresión representa lo que esta banda significa para el público mexicano: leyenda. Su show fue como siempre: enérgico, poderoso y a la altura de las circunstancias.
Otra de las bandas estelares fue la tapatía Wohl. Esta banda tiene apenas 1,700 likes en Facebook, sin embargo su calidad es inversamente proporcional a su fama. Su música no tiene que tener letras para poder expresarse. Sus melodías están llenas de furia, dolor, pero también optimismo. Según su guitarrista, su meta es la perfección musical (a la hora de ejecutar su instrumento) y se nota. Su concentración en el escenario es de envidiar, sin embargo son esos pequeños defectos, esas risas cómplices en el escenario, lo que lo hacen un grupo entrañable. Para ser más específico: se nota que se divierten mientras están en el escenario.
Todo festival necesita de una banda que lo haga diferente, que lo haga resaltar del resto. Para el FAF esta banda fue Lite. Desde Japón, este grupo de math rock, supo corresponder a las expectativas de ser estelares. Su presentación fue un ejemplo de ejecución instrumental. Estos asiáticos más que un concierto dieron una clase musical. Su concentración en el escenario resultó hipnótica, nadie podía quitarle la mirada a estos músicos y el único motivo para perder la concentración era aplaudir al final de cada canción. Sencillamente se trató de unos genios musicales.
El FAF puede no ser el festival más importante, ni el que cuente con el mejor presupuesto, pero su compromiso va más allá. Se trata de presentarle a México propuestas de calidad. De voltear a esos mercados olvidados y despreciados por las grandes productoras. Se trata de escuchar a bandas que nadie más pela, de pasar un buen rato, de ser felices aunque sea un rato y de perderse entre las notas musicales. En este contexto, el FAF, una vez más, fue un éxito.