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Existen actualmente falsos profetas que presumen de diagnosticar que "el rock está muerto", incluso van un paso más allá y en una especie de revelación, asumen que el reggaetón y el mal llamado urban latin tomaron su lugar y piensan que es como una especie de evolución apreciativa que ahora muchos se maravillen con esta corriente cuando hace años los tildaban de basura. Por otro lado están aquellos que santifican exageradamente al mismo rock al grado que cuando este ha perdido el auge que tuvo hace 20 años hacia atrás, no han conseguido seguirle el ritmo a descubrir por donde se han movido los grupos emergentes que utilizan las guitarras como método y fin, esperando a que de algún modo, sea la misma industria que servido y a la boca les lleve refritos copia fiel (cof cof Greta Van Fleet) y crean que "aún hay esperanza".
Y la verdad es que ambas creencias están absolutamente erradas y más aún, desorientadas. El rock o lo que sea que más se le asemeje hoy, ha pasado permanentemente a un segundo plano, pero lo más importante es que ahí sigue, como una columna vertebral que siempre puede tener variantes y no precisamente tienen que ser calcas exactas de agrupaciones pasadas con estatus de: leyenda. Ahí tenemos a Parquet Courts, Ty Segall, Palma Violets, Allah-Las y que decir de los arrolladores trabajos de Idles y Shame el año pasado. Las mismas islas británicas han repuntado después de que por un buen rato, habían quedado rezagadas en vender bandas de pop adolescente con guitarras como si fuera el nuevo gran revival. Así que en esa excelente seguidilla de lanzamientos de "rock" (como una palabra representativa de todo aquel género y estilo de guitarras que nos trae memorias de bandas legendarias) este 2019 es Irlanda quien ha visto nacer a los nuevos niños talento que en poco tiempo han literalmente maravillado a propios y extraños, y por fortuna, la ciudad de México ha sido uno de los primeros afortunados lugares que comprueba el talento de este quinteto de Dublin.
Una sorpresa que, entre una agenda repleta de conciertos, no pasó desapercibida entre el séquito de fans que yace en la capital de México. Una sorpresa que además de ser una visita quizá hasta prematura en un territorio que pudiera no haber dado garantías a la banda, sorprendió por el precio cero de sus entradas teniendo como sede Bajo Circuito la noche del 29 de abril del 2019. Fecha y hora (22:00 H) en la que el colectivo de Irlanda salió a escena, tomando el escenario de manera tajante, sin saludos o cualquier otra seña de comunicación. La amenazante "Chequeless Reckless" y la intimidante "The Lotts" fueron el primer acto y expuesto de manera solida, par de piezas de su debut Dogrel que sirvieron para ir tendiendo el camino de lo que vendrá sin develar todo el poder. Era obvio que el set de la noche estaría compuesto por el total de canciones de su placa debut, por lo que lo interesante sería ver el orden para hacer que todo siempre fuera a más y esperar a que quizá develaran alguna canción nueva. Estas dos predicciones fueron un hecho (tras el encore hubo una canción nueva).
Si bien el tamaño del lugar podría demeritar cualquier adjetivo que demarque dimensiones grandes, no se debe olvidar que hablamos de una banda de escasa trayectoria visitando un país latinoamericano sin garantía alguna, pero... hubo momentos realmente álgidos como ver a la gente comenzar a perder los estribos con el movimiento de bajo y slide infeccioso de "Hurricane Laughter" o "Sha Sha Sha", donde se pudo comprobar que al menos los presentes en Bajo Circuito era público conquistado; desde aquellos que ya se sabían la canción, los que solo cantaron en el estribillo ("Sha! Sha! Sha!") o los que no pudieron resistirse a bailar con el contagioso compás.
La interacción entre presentes y banda fue extraña, pero no mala. Una arrogancia inerte, estática en casi todos los integrantes. Nulas expresiones como si no ocurriera nada, casi obligando a que el público gritara y bailara aún más para forzar una respuesta. Especialmente Grian Chatten, cabeza ligeramente baja, pero mirada amenazante que también dejaba notar la concentración para piezas de perfil menor pero que servían para lucir sus interpretaciones más conmovedoras en "Television Screens", "Roy's Tune" o "Dublin City Sky", quizá más que la apariencia, eran los nervios ante la incierta respuesta de un territorio desconocido. A veces sin saber qué hacer solo se movía hiperactivo sobre la tarima, difícilmente hasta conectaban mirada entre compañeros o menos, se decían algo. Por supuesto si alguien ganó, fue la gente presente, no faltaron porras y gritos al por mayor como "Fontaines! Fontaines! Fontaines!" y el clásico "Ole ole ole, Fontaines Fontaines" que consiguió hacer reaccionar al frontman unas cuantas veces, hasta un "Gracias" se escuchó de viva voz de Chatten en toda la noche, solo uno, no más.
Podremos reclamar algo más de interacción, de relación entre el grupo y sus seguidores, pero cuando también tenemos guitarras y ritmos acelerados provocando el más primigenio instinto del descontrol, no podría haber queja. Así fue en "Too Real" y lo hipnotizante de sus cuerdas rasgadas así como su agrio coro, el desparpajo festivo de "Liberty Belle" que hizo comenzar el baile a los más estoicos, hasta el desborde de locura del doblete entre "Boys In The Better Land" y "Big" que empujaron todo al extremo de un permanente slam. Sin mucho más pero nada menos que lo suficiente; un concierto para dejarse poseer por lo más importante: la música. Donde el batuta fue las guitarras y posteriormente el indomable complemento de instrumentos sin importar lo demás. El rock no ha muerto, solo no está de moda. Y lo que provoca, mientras haya quienes lo hagan bien, nunca tendrá fecha de caducidad.