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“Hace año y medio que no nos metemos a un slam. Así que, si quieren perder el control, este es el momento”. De esa forma lo dijo Carlos, vocalista de Mengers, antes de que se manifestara en gritos y empujones la energía contenida de un público expectante —ya caliente en las primeras horas de la tarde por los guitarrazos de Mature Over Rated Animals y su lluvia de playeras—. Justo ahí, con esas palabras, se desahogaron los meses de espera y se cortó el listón del Hipnosis 2021. Un evento que esperábamos no solo por la vuelta a los festivales de nicho, sino por la promesa del rock, del trip multidisciplinario transmedial y, por supuesto, del “cachito de Avándaro” deseado por toda una nueva generación de escuchas: “Creo que estamos transmitiendo en vivo. Vamos a tocar ‘Tenemos el poder’ para que nos corten”, bromeó Carlos, como el primer guiño al legendario festival y a la nostalgia por el pasado que acarrearía la noche.
La referencia de Mengers a Avándaro no fue casualidad: Hipnosis 2021 fue un encuentro entre generaciones del rock mexicano, así como entre talentos internacionales que, aunque disímiles en su estilo musical, comparten el gusto por la estimulación de los sentidos —para lo que el doble escenario, exterior e interior, jugó un rol importante—. Por ello, no fue extraño coincidir con las líneas de bajo comandadas por Deradoorian mientras, fuera, Amparo Carmen Teresa Yolanda vaticinaba la celebración a la vida con una justa dedicatoria de su concierto “a todas las personas que ya no están”. De esa misma forma, encontramos a un Tonstartssbandht que dominó el espacio con apenas dos integrantes y los coros de “Smilehenge” y “Magic Pig” mientras Ty Segall, alistándose para la explosión de fuzz, quebraba un par de cervezas en su show acústico donde lo escuchaba un público sentado en el suelo cual noche de camping.
Pese a esta introducción, fue caída la tarde cuando los sentidos explotaron de verdad e inició un viaje sin retorno a las raíces de la psicodelia: La Luz dio cátedra de cómo dominar un escenario con sus teclados ácidos, que oscilaban entre el rock más sofisticado y chill (“Call Me In The Day”, “California Finally”) y la herencia heavy psych de Iron Butterfly o Jefferson Airplane. Sobre esa misma línea, Fuzz llenó el escenario exterior de riffs disonantes a la vieja usanza de Black Sabbath, los cuales escalaron la tensión hasta reventarla en los coros de temas con sabor a rock clásico como “What’s In My Head?”.
Sin embargo, si habría que escoger un acto de este bloque, sin duda la nominación va para Sugar Candy Mountain: Ash Reiter, como la guitarra líder que siempre deseó ser, comandó una exploración de pop psicodélico con los coros apapachadores de “Playground Love”, “Windows” e “Impression”, si bien dejó en el camino largos pasajes con rastros de bubblegum pop y hasta de motorik. (Por cierto, fue su interpretación de “666” la que logró lo imposible, e inesperadamente me obligó a cumplir el cliché del melómano sensiblero: conmoverme hasta las lágrimas y hacerme tremendo nudo en la garganta).
Pero esta emoción era apenas la puerta de entrada para la nostalgia que se gestaba en las paredes del escenario interno, donde tres generaciones de experimentación mexicana se encontraron de frente. Lorelle Meets the Obsolete y Diles Que No Me Maten —una de las presentaciones más catárticas de la noche por sus agresivos spoken word y líneas de saxofón— abrieron la puerta a ese pequeño momento de Historia que muchas personas ansiaban presenciar: el reencuentro de Dug Dug’s con su set especial de Avándaro. Armando Nava, con el sonido heavy que siempre mereció su banda, convocó a un momento de paz, amor, encendedores arriba y signos de la victoria, a través de temas que hoy bien resuenan como clásicos de culto: “I Don’t Care”, “Cambia, Cambia”, “Stupid People” y, por supuesto, “La Gente” con su coro extendido: “la gente caminando va, que viene y va”. Aunque se extrañaron sobremanera los visuales referentes a Avándaro, fue imposible que no brotara la pregunta: si esto sonó así hace 50 años, ¿cómo se habrá sentido estar ahí?
Terminadas las lágrimas, llegó el último subidón de la noche. Sobre visuales rojos y un efecto demoníaco, TR/ST dejaba en la pista un performance con tintes de glam y grandilocuencia, al que la gente reaccionó con los gritos al ritmo de “Shoom” y “Sulk”; eso sí, para algunos fans resultó anticlimático que el proyecto de Robert Alfons se presentara con dos integrantes en vez de un grupo completo. No ocurrió lo mismo con La Femme, que se coronó como el acto de la noche —y una de sus mayores sorpresas— con la mezcla de teatralidad y elegancia de sus showmen y showgirls. Entre sintetizadores, vocales en tres idiomas, ritmos frenéticos y ese toque especial de sensualidad francesa, el sexteto terminó por reventar el escenario exterior y hasta un mosh pit en “Antitaxi”.
Ya con las piernas agotadas, los sentidos aturdidos y como cinco despertares espirituales, comenzó el éxodo hacia mundo exterior al ritmo stoner doom de Monolord. Las guitarras sucias y el desfile de headbangs dieron las últimas pinceladas a la noche, mientras los asistentes comenzábamos a procesar todo lo ocurrido. El trip, el misticismo y el estímulo, pero también la nostalgia y el reencuentro marcaron el regreso a Hipnosis, un festival que continúa su reinvención y, aún con 18 meses de pandemia encima más una retahíla de transformaciones, continúa vigente como una celebración a la vida y a la psicodelia. Pese al ajuste de horarios y el empalme de algunos actos, Hipnosis cumplió con ofrecer un espacio de comunión y re-conexión, donde se confirmó el axioma por todos ya sabido: el Hipnosis sigue siendo el Hipnosis.