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Nubes grises, conato de lluvia que terminó en nada. En la entrada del Plaza Condesa, los revendedores preguntan si te sobran o te faltan boletos para "el triciclo asesino".
Ardió “Babel”, como primera picadura de alacrán en nuestros talones. Por eso comenzamos a mover los pies, envenenados. Con “La lombriz de tu cuello” meneamos la cabeza y cerramos los ojos. “Susúrrame” hizo que nos fueramos a otro lado, pero no había otro lugar donde pudieramos escuchar cómo rechinaba El Columpio Asesino.
“Escalofrío” fue para seguir con esa tónica de martillo roto en nuestra sien; el retumbar de las guitarras, los ecos difusos en las voces, las frases profundas y punzantes que repetimos por inercia. No pudimos detenernos ante el frenético espíritu hasta que nos vimos “A la espalda del mar”, para tener un poco de calma y apreciar cada elemento sonoro. Con “Entre Cactus y Azulejos” seguimos en movimiento y, finalmente, llegamos a la conclusión del recorrido del más reciente disco con “Ballenas muertas en San Sebastián”. Oímos las voces de Albaro y Cristina, que parecen pelear pero luego se abrazan para conmovernos; el bajo, que nos convoca a seguir su ritmo; el incesante golpeteo de la batería; los sintetizadores que complementan el frenético andar.
Siguió “Edad legal” y el eco de una trompeta que emana por sorpresa entre tantos sonidos conmovedores. Los “Diamantes” son para siempre, no como una noche como esta, que nos depara un final entre el ruido, la influencia shoegaze y las letras que dicen demasiado. “Perlas” fue como un tributo de la banda al público, que no dejó de cantar, beber y moverse; no era un baile como tal, solo el movimiento que provoca esa acelerada y única cadencia, carretera y speed. Y cuando pensamos que al fin tomamos al “Toro” por los cuernos, nos embiste. “Gracias por todo”, dice Cristina ante la salida en falso.
La banda volvió al escenario para descarnarse por completo con “Corazón anguloso” y recordar viejos tiempos con “Un arpón de grillos”. En “La marca en nuestra frente es la de Caín” sentimos el golpe de Abel en nuestras cabezas; los oídos que zumban. “Floto” nos llevó a la eternidad, porque dicen que no volveremos a mecernos en este columpio por mucho tiempo.
Siguió “Punk” y frenesí, así como la emoción de una magnífica actuación antes del futuro incierto. Ellos se despidieron con todo nuestro cariño y cantos a cuestas. Nosotros partimos sin saber si los volveremos a ver pronto; lo que nos quedó de recuerdo no será suficiente.