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La noche comenzó temprano en el Plaza Condesa y poco a poco la asistencia fue llenando el recinto. Afuera algunos cuantos despistados buscaban boletos de última hora; adentro los más previsores aseguraban el espacio más próximo al escenario. Se respiraba un ambiente entusiasmado.
Minutos antes de las nueve dos músicos entraron a escena. El primero Gregory Rogove –voz y cuatro venezolano– , tras él, Todd Dahlhoff en el bajo y otros instrumentos. En un set breve, la música y sus voces se tejieron armoniosas con un sonido casi perfecto que en ocasiones se veía ensombrecido por un murmurar constante (en los lugares grandes hay quienes no saben guardar silencio y simplemente llenan sus momentos de fotos para saber que estuvieron en algún sitio).
Apenas finalizando los primeros temas, Gregory se despojó de sus zapatos y descalzado de toda pretensión nos invitó al desenfado de la complicidad, regalándonos como despedida una versión de “To The Love Within” tema original de Megapuss, banda que comparte con Banhart.
La expectativa iba aumentando al paso del tiempo, sobre el escenario cinco islas formadas de diversos instrumentos vaticinaban un sonido gigante. De pronto: luces fuera.
La figura alargada de Devendra fue la primera en pisar el escenario. Con una rosa blanca en la mano se dirigió a nosotros y desató la magia. “Middle Names” de su disco Ape In Pink Marble, fue la primera de una larguísima lista de canciones que a lo largo de la noche nos transportaron por un exquisito balancín de emociones.
Le siguieron “Mi Negrita” –cuya letra pareció olvidar en un principio, pero recuperó al instante con la ayuda de una audiencia hipnotizada por su carisma– ; “Golden Girls” y “Theme for a Taiwanese Woman in Lime Green”, tema en donde algunos tropiezos de Noah Georgeson en la guitarra, rompieron momentáneamente la concentración de la banda –pequeño imperfecto que pronto se sumió en el olvido tras la sonrisa de Banhart–. Se sumaron“Brindo”, “Saturday Night” y “Daniel” (una de las mejores interpretaciones del set).
En una pausa y su voz nos lanzó el primer hechizo de la noche: ‘Are you guys ok? ¿Tranquilos… no tranquilos? No importa cómo estés, solamente importa que estás aquí’. Y así fue, la velada entera las barreras se borraron y la amistad pareció el único estandarte. La banda abandonó el escenario para reglarnos un tiempo en solitario con Banhart. Un tiempo hecho para nosotros, para complacernos: ‘Por fin estamos solos’.
Una a una las peticiones aparecieron aleatorias entre la multitud: “Shabop Shalom”, una estrofa de “Santa Maria de Feira”, otra de “Freely”, una versión reducida de “This Beard Is for Siobhán” . Pedazos de canciones, bosquejos sacados del recuerdo tarareados con sonrisa para hacernos felices. Y nos volvimos locos de contentos, porque es bello que el artista se muestre vulnerable, entregando sin miedo y con genuino cariño lo imperfecto, y es que eso lo regresa a su cualidad de humano acercando a su audiencia sin condiciones, como cuando te sientas en círculo con los amigos y guitarra en mano; simplemente compartes.
En “Quédate Luna” nos vimos arrastrados al sonido de la misma forma emocionada que él se entrega, navegando en el vaivén de un momento que nos perteneció a todos mientras su voz luminosa reiteraba ‘el mundo es tuyo’.
“Good Time Charlie” y “A Sight to Behold” también formaron parte de este bloque en solitario. Los teléfonos poco a poco fueron desapareciendo del panorama. Devendra fue capaz de lograr complicidad en un espacio tan grande, era notorio el general encantamiento de caras sonrientes y ojos cristalinos (algunos húmedos de nostalgia). Su figura de trovador nos robó el aliento.
“Linda” con su espesa tristeza trajo de vuelta al resto de los músicos, transportándonos al imaginario de una mujer solitaria. Nudo en la garganta. El momento más intenso del concierto.
“Für Hildegard von Bingen”, y “Fancy Man” nos sacudieron la bruma, regresando nuestro cuerpo al movimiento ondulante del baile. Siguieron “Celebration”, “Baby” y una versión más rápida y cruda de “Long Haired Child” en donde la personalidad de Banhart traslució un poco más de Cave que de Donovan o Cohen.
“Lover” fue anunciada como la última canción y la despedida se anticipó con las siguientes palabras: ‘No somos representación de los Estados Unidos, no somos una representación de Trump, ustedes son nuestra familia, aunque si tenemos vergüenza… pero más que nada tenemos amor. Gracias por estar aquí esta noche’. El encore corrió a cargo de “Rats” y “Carmencita”.
Durante más de hora y media Banhart fue de un lado a otro del escenario viéndonos a los ojos, contagiándonos con sus bailecitos extraños como si de niño curioso se tratara; cambiando de piel al instante, transformándose con su alma de juglar, de loco.