Favoritos
Haz click en la banderilla para guardar artículos en tus favoritos, ingresa con tu cuenta de Facebook o Twitter y accede a esta funcionalidad.
Caía la noche sobre el Indie Rocks! y con ella la tercera fecha de celebraciones pre Hipnosis, esta a vez a cargo de una selección curada con lo mejor del post sound nacional, retratando la esencia de la colectividad hipersensible; sonido y confrontación.
El escenario dentro del venue sería inaugurado por la experimentación de sensaciones punk cortesía de El Tormento, presentando una marejada de graves profundos, licks estroboscópicos y ritmos percutivos blasteando el estado anímico de los asistentes.
Escuchar en vivo al proyecto comandado por Axel Novoa solo puede compararse con el grito post impulso de cualquier primera impresión, un trauma constante que se resiste a terminar repitiéndose sobre sí mismo. El ultragarage llevado a sus últimas consecuencias unido al salpicar de mathcore en el rostro de las primeras filas nos tiraba desnudos, quedando frente a frente con la ruptura de concepciones sensoriales. Mirábamos fijamente al ruido y el ruido nos devolvía la mirada.
Tras 45 minutos de líricas desgarradas, cadencias cortantes y una explosión de libertades creativas la agrupación dejaba listo el templete para recibir a Loiis de cráneos abiertos.
El silencio de stand by era suavemente interrumpido por el minimalismo al intro de “Ángel”, elevándonos taimadamente hasta la expresividad de la celebrada “Perro Quieto”. Dejábamos atrás el descarne en las paredes del foro para dar paso a la atmósfera humedecida por el llanto de lo armónico.
Los soundscapes del quinteto nos transportaban por la conmoción sensible de “L.R.O.”, volviendo a respirar en “Culpable” y “Nubes Pasajeras”, haciendo del slowcore en guitarras, bajo y batería, aderezado con la soltura de los teclados, el sustrato de calma que sostenía la lírica del vocalista.
Escuchar a Loiis se siente como llorar toda una vida. Unir en lo instantáneo todas las veces en que en vez de ojos sentíamos solo lágrimas, sin pasado, sin futuro, ambientando el ahora con la melancolía de “Ambición”, redimida acto seguido por “Los Años”.
Conmoción y colisión son los primeros dos estados por los que pasamos al cambiar en lo profundo. Nacemos entre la contracción de nuestra madre para anunciar, envueltos en llanto, la vida fluyendo por nuestros adentros, pero no es hasta que los párpados se separan por primera vez que el mundo rasga nuestras pupilas para hacernos sentir presentes. “Kalusha y Biyik” unida a “Surimi” abrían nuestros ojos a la catarsis prolongada con la que No Somos Marineros nos atravesaría esa noche.
Gustavo Farfán al bajo, Andrés Pérez en la batería y Oscar Rubio junto a Carlos González en las guitarras serían los encargados de sumergirnos entre distorsiones atmosféricas, pasajes delicados y el despedazar de la garganta pública en una de las presentaciones más intensas hosteada por la joya de la Roma Norte.
Pasando del impulso contenido en “Cutlass (‘96)” a la liberación espiritual de “D’arcy” el público se entregaba a las mercedes del cuarteto prendiéndose en fuego sonoro. Cada track nos volvía más vulnerables, la sensación de grito ahogado y tensión muscular hallaban el relief necesario solo en la línea eléctrica tirada por “Los Bajos Fondos” estallando en “Billy”.
Toda la anticipación para llegar a este show se siente como la primera vez que tocamos. Los queremos un chingo”, confesó González ante el micrófono.
“Eurosport” seguida de “1994” cerrarían los telones del foro dejándonos con el sentimiento, en alma y carne, de haber vuelto a nacer.