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Dos fechas completamente agotadas en el Auditorio Nacional son el reflejo del éxito que tiene una banda que siempre está en boca tanto de partidarios como de detractores, vista por algunos como unos de los últimos salvadores del rock nacional, y por otros como un mero producto de la nostalgia. Lo cierto es que Caifanes sigue atrayendo público de nuevas generaciones y a su vez reencontrando a aquellos adeptos que surgieron a la par de ellos hace ya más de tres décadas.
En tiempos donde la oferta de nuevos artistas alcanza niveles inimaginables y otros géneros lideran los rankings de popularidad, Caifanes sigue allí, resistiendo el paso del tiempo, teniendo en frente la noche del viernes 13 de septiembre – que nunca auguró mala suerte – para volver a demostrar que a donde quiera que vayan hay ritual, palabra dicha por Saúl Hernández para calificar la ceremonia que dio por completado el renacimiento del quinto sol, el Nahui Acatl, y así poder reiniciar el calendario cosmológico del ombligo de la luna.
Fue así como poco después de las nueve de la noche Saúl, Alfonso, Diego, Sabo y Rodrigo con un mote de héroes de mil batallas salieron al escenario para reventar el júbilo de los aliados con “Antes de que nos olviden” la cual fue acompañada por gráficos de las luchas sociales que ha tenido nuestro país, partiendo de 1968 hasta nuestros días. Seguida por “Ayer me dijo un ave” la emotividad se hizo sentir desde los primeros acordes, siendo el público y Saúl una sola voz prácticamente todo el concierto.
Un setlist innovador fue el que ofreció la agrupación capitalina a los 10 000 asistentes que se entregaron durante poco más de dos horas, incluyendo temas como “Tortuga” el magnifico son jarocho - tétrico “Mariquita” y la oscura y deprimente “Nada”, logrando sonrisas entre sus fanáticos más clavados. Sin embargo, los clásicos como “La célula que explota” – La cual siempre se adueña la fanaticada – y “No dejes que” no faltaron y se hicieron presentes temprano en el escenario.
Otro factor digno de destacar es la revolución que Caifanes ha impuesto en su sonido en vivo, donde musicalmente han experimentado con nuevos arreglos, tal es el caso de “Quisiera ser alcohol” y “Nos vamos juntos” creando atmósferas realmente interesantes, gracias a la proyección de Diego Herrera en los teclados y saxofón. Si comparamos el sonido logrado desde su reencuentro en el Vive Latino 2011 hasta hoy, es definitivo que la banda suena mejor que nunca en sus conciertos. Buen dato por si sus detractores quieren una razón de por que siguen agotando sus shows.
Por si fuera poco, el gran desempeño de Rodrigo Baills en la guitarra también resultó muy gratificante, imponiendo su propio estilo con riffs estrepitosos, apartándose así de lo realizado por Alejandro Marcovich en su etapa como caifan, siendo notoria la aprobación del respetable al momento de ser presentado. Sin duda el buen Rodrigo ya pasó por la etapa más difícil del cambio de guitarrista.
Por otro lado, la parte gráfica durante el concierto también se lleva un reconocimiento por aderezar lo escuchado en momentos clave. Por ejemplo, en canciones como “Mariquita” y “Debajo de tu piel” se pudieron ver en la pantalla fragmentos de Pedro Páramo de Juan Rulfo, y fotografías que algunos fans mandaron mostrando sus tatuajes alusivos a la banda; y en el caso de “Heridos” se proyectaron las imágenes de los “milagritos” que embellecen el arte de este nuevo single, creado por el gran artista y bajista de Fobia, Chá. Un plus que sin duda se agradece.
No hubo momento en que el Auditorio Nacional regresara a sus asientos para tomar un descanso, la entrega de los fanáticos fue inmensa hacia su grupo, coreando “Los dioses ocultos” a todo pulmón para rematar con “Aviéntame”, siendo este un preámbulo para después sorprender tanto a la agrupación como a los asistentes con un anuncio de parte de Sony Music, que entregó a Caifanes disco de oro y platino. Momento para atesorar en la memoria.
El tiempo se fue como si ya no fuera a alcanzar Metro, un público cautivado donde padres acompañaron a sus hijos, amigos admiraron lo que sus remembranzas les dictaban, como si fuera aquella primera vez en el Rock Stock, o en Rockotitlán, las pedas en el barrio, la rola que le dedicaste a tu primer novia… Todas esas emociones fueron canalizadas por esos cinco individuos parados en el escenario. Aquellos viejos lobos de mar volvieron a reventar sin piedad a la audiencia con “Mátenme porque me muero” seguida de “Nubes”, para así cerrar el ritual místico con “Viento” y con el bailongo darko - sabroso de “La Negra Tomasa”.
El telón se cerró, pero no por mucho tiempo. Lo que pasó esta noche en el Auditorio Nacional fue un exorcismo al mal augurio que solo te puede dar un viernes 13, para todo aquel que sea supersticioso fue como ver a través del vaso, irse volando e ir a ver lo que es eterno.