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Domingo. La noche nos recibe fría, y una ligera llovizna nos invita a apresurar el paso hacia el acceso. Abrigos largos, bufandas, parejas de cara pacifica y sonriente, un flujo que no se detiene huyendo del abrazo invernal, de prisa hacía un concierto esperado por muchos.
Desde afuera se escucha que el movimiento sonoro ha comenzado, y mientras la fila avanza Baltazar recibe a la multitud que llega con un set de aproximadamente 30 min, el espacio se va nutriendo, en las primeras filas hay quienes prestan atención, pero en la parte trasera –en parte porque las luces encendidas dan la sensación de que el concierto aún no empieza formalmente, en parte porque el sonido no es muy bueno– la mayoría conversan, se reconocen entre la gente y se saludan.
Baltazar abandona y tras ellos, poco a poco el escenario se desnuda y delata la silueta de vastas hileras de bombillas que se mezclan entre cinco espacios claramente definidos ,en donde múltiples instrumentos construyen las fortalezas que habitarán aquellos que componen Bon Iver. Aún en penumbras es un gran escenario, de esos que prometen una noche que para nada puede ser algo común.
La música de fondo para, y en medio de una gran ovación, la máquina se pone en movimiento: Justin Vernon (guitarra voz principal); Matthew McCaughan (batería, voz); Sean Carey (batería, piano, voz); Michael Noyce (guitarra, sintetizador, voz); Mike Lewis (bajo, saxofón, sintetizador, voz) y un quinteto de trombones llamado The Trombone Paradise ocupan sus espacios; las bombillas que los cobijan se encienden de a poco, el show comienza.
La primera parte del set contiene solo temas de su ultimo material 22, A Million, álbum del 2016, que recibió gran reconocimiento de la critica.
Una secuencia incomprensible se escucha a lo lejos, la mezcla no es muy buena, sin embargo pronto es evidente que el ingeniero de sonido sabe hacer lo suyo y para la mitad de la canción todo está resuelto. La voz procesada de Justin sobresale y se cobija en un arreglo de trombones matizado con precisión. Un hilo eléctrico nos recorre.
Las bombillas parpadean al son de una secuencia que se va construyendo con un arpegio sintetizado al que se suma un riff cálido de guitarra, y un arreglo de metales que se mezcla de fondo con armonías vocales de una afinación perfecta, nuestras voces tímidas se suman a ellas y cantan “I fell in love, I’ve heard about it”. Sin lugar a dudas, su sonido en vivo es más crudo que en las grabaciones, sin embargo cada elemento que se percibe está exquisitamente en equilibrio.
Una luz cenital ilumina la silueta de Vernon y con un poder emocional avasallador nos lanza el primer hechizo ineludible. Sólo su voz procesada acalla el murmullo de la concurrencia y cientos de alientos se detienen para observarlo cantar su dolor incurable a ojos cerrados.
Con su cara barbada y sonriente Vernon nos dirige un saludo en un español un poco desnutrido, pero cariñoso. Sonidos dibujan un paisaje viajero en donde nos sumergimos a placer y la música se vuelve un contraste de matices que nos arranca suspiros, gritos, sobresaltos. Cristales de sal en los ojos. Caleidoscopios.
El inicio del tema original es sustituido por un arpegiador que de nuevo se acompaña con patrones que alternadamente forman las bombillas sobre el escenario. Nos sumergen en una especie de lullaby etéreo, las frases son más espaciadas, la voz principal inicia grave. Que bello es presenciar a aquellos que crean con franqueza, que se entregan en el escenario y nos detienen el tiempo. La voz de Vernon se desgarra al cantar un insistente “Never gonna break” que nos lleva a un climax que se detiene de golpe.
Por primera vez Lewis toma su saxofón y se funde con las lineas de guitarra. Nuestras voces también se unen en una especie de oración sumamente nostálgica que va en aumento y explota en el duo de baterías perfectamente sincronizadas de Carey y McCaughan. Es uno de los mejores momentos de la noche, y como una ola en distintas intensidades el sonido nos arrastra.
Vernon se encamina al piano y gradualmente el resto de los músicos se incorpora, hay algo particular en la forma en la que Bon Iver nos habla a través de la música. No queremos escuchar otra cosa y hasta el pregón del señor de la cerveza nos parece irritante. La mezcla del ingeniero es tan fina que se asegura de darle protagonismo a cada sonido.
Decido moverme un poco para observar desde un ángulo distinto. El híbrido percusivo de las dos baterías arremete contra nosotros y nos golpea el pecho.
El escenrio se tiñe de rojo mientras las voces de Vernon y Carey se complementan y nos narran de forma extraña un primer encuentro de amor.
Otro gran momento de la noche en donde a dueto Lewis (saxofón) y Vernon se enredan en una interpretación hermosa y ondulante. La chica frente a mí parece querer hablar algo serio con su pareja. Él le tapa la boca. Ella se aleja… No puedo evitar pensar que la música está condicionando cada cosa que pasa.
The Trombone Paradise es el foco de atención ahora, y nos introduce al tema con un bello momento musical que por alguna razón nos recuerda a los sones de nuestro país, momento que se va diluyendo gradualmente para darle paso al resto de la banda. La música es tan perfecta que se construye de líneas de poca complejidad tejidas con bravura y precisión.
Si miro alrededor, casi todas las caras dibujan sonrisas que no advierten dentro de la marea nostálgica que nos arrastra. La voz de Vernon se alza con la potencia de un predicador que nos dirige hábilmente hacía la catarsis.
“Flume” y “Creature Fear” continúan la subida. Otra chica se desmaya en medio del íntimo silencio. Alguien grita ambulancia, la burbuja se rompe y nuestra atención se dirige hacia ella en la penumbra. De cierta manera nos recuerda nuestra propia fragilidad.
“Gracias por estar con nosotros y ser nuestros amigos”. Una guitarra y nuestras voces alzándose a todo pulmón. Llenamos el espacio de voz. No hay nada más vivo, más lleno de luz. Nos liberamos, y tras una gran ovación los músicos se despiden.
“00000 Million” y “22 (OVER S∞∞N)” son nuestro ultimo regalo, y casi dos horas después volvemos al frío, avanzando mudos camino a casa, llenos de una felicidad indescriptible.