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Un coche blanco se dirige, como puede, a su destino en California. Casi cae la noche y en el cielo, los nubarrones oscuros que amenazaban desde hacía tiempo, empiezan a cumplir con su misión. Todo se vuelve más lento cuando el agua escurre sobre los pavimentos. Es algún punto de 1981 y los dos amigos en el coche están desesperados. Si los carteles eran ciertos —y si la policía no intervenía—, Black Flag, la banda más emocionante del momento, estaba a punto de presentarse. Angustia por no llegar. Malditas grandes ciudades, son impredecibles. Un trueno ilumina el cielo y de repente ya no es California, ni 1981, sino la Ciudad de México en un 28 de junio del 2019. Black Flag, estaba a punto de presentarse… aunque con un poco de retraso.
Cuando uno comienza a conocer bandas y géneros, hay agrupaciones que destacan de entre las demás por el momento en que llegaron. Si hablamos de hardcore, Black Flag es el estandarte. Pero hay otros quienes les llaman simplemente punk. Algunos argumentan que van más por el jazz punk o el sludge metal, y bla bla. Las etiquetas salen sobrando a veces. Qué gratificante debe ser para un artista, crear un proyecto, un vehículo en el cual puedan conducir sus inspiraciones sin temores, sin cuestionarse si serán bien recibidas, o si quedarán en el tope de las listas. Greg Ginn es un hombre sumamente afortunado por dichas razones.
Y después de revisar esos discos viejos, los artículos, los videos, y demás cosas para conocer bandas, a veces te das cuenta que te perdiste de años gloriosos. Únicos. A veces te das cuenta que hay agrupaciones que nunca jamás verás en vivo. Y que si por casualidad se juntan, lo harán en un festival alrededor del mundo, o tal vez una ciudad que tuvo un aprecio especial por ellos. Pero a veces hay obstinados que encuentran circunstancias para que lo imposible, se vuelva tangible. Para que a unos cuantos metros, Greg Ginn y compañía se presenten en el 360 Venue del Estado de México.
Hace poco tuve la oportunidad de platicar con Mike V para Indie Rocks! y me contaba que lo que querían, era reapropiarse de las canciones. Que la gente no solo fuera a ver a Black Flag por lo que representó, ni por tacharlo de su lista de pendientes. Sino que la intención era crear una nueva experiencia, una en la que los asistentes se sintieran revitalizados. Cuando Mike comenzó a cantar: “Right here, all by myself / I ain’t got no one else” , se congregaron en un momento, las voces que crecieron escuchando con atención una música que parece calzada para ellos. Cientos de personajes que se entremezclaban en cabezas canas y el entusiasmo que solo un adolescente puede tener. ¿El punk está muerto?
El setlist no podía escatimar. “Black Coffee”, “White Minority”, “Revenge”, “Jealous Again”, “Can't Decide” todas estaban ahí. Quizá algunos sigan diciendo que Mike V no debe estar al frente de algo como Black Flag. Que solo quieren dinero. ¿Se le puede llamar a Black Flag una banda vendida? Y de ser así, ¿se les puede culpar después de su legado? Los caminos se separan y Henry Rollins tal vez nunca vuelva a estar junto a Greg, pero el alma creativa, la esencia y el guía de Black Flag, sigue ahí. Regocijándose en el escenario. El lugar al que pertenece. “Nervous Breakdown” empezó y recordé cuando Mike contaba que fue aquella canción la que lo conectó con Black Flag. La canción que le habló. Y ahora él estaba sobre el escenario cantándola. Y después, el estruendo, el rugido, el grito de guerra: “Rise Above”. Greg con el riff legendario. Sempiterno. Greg con la canción que, de no existir todo un catálogo, se habría ganado el puesto en un selecto grupo de míticos musicales. “Louie, Louie” dijo adiós. Poco a poco, los pasos empezaron a dispersarse y estoy seguro que a varios sí les vino la reinvención deseada. Recuerdo ver a un adolescente de 15 ó 16 años feliz con un setlist de Black Flag en la mano subiéndose a un coche blanco. Ahora, sin lugar a dudas, envidiaré su habitación.