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Probabilidad de lluvia, posibilidad de volver a un concierto bajo ciertas directrices extrañas: un certificado de vacunación como tu nuevo all access, una prueba de COVID-19 para evitar riesgos, cubrebocas obligatorio (y si no traías podrías incluso comprar uno en el stand de mercancía oficial con el logo de la banda), y sana distancia limitada ante la ansiedad por obtener el mejor lugar.
El Parque Bicentenario rompe su calma familiar, y mientras padres e hijos terminan su jornada de paseo, comienzan a aparecer sombras con tatuajes, capas y uñas negras. Seguramente la curiosidad y los murmullos ante esta invasión de entes ávidos de oscuridad y de rendirle tributo a su condición. De nuevo la comunidad que viste de luto hasta en los días más alegres tiene un pretexto para encontrarse y celebrar a los próceres de su modo de vida.
La estructura del escenario cual templo al que añoramos volver, Soriah y su ritual de iniciación sonora, gutural, frenética, tribal y difusa. Automatic y su jovial forma de remitirnos al sonido de Berlin, Visage, o hasta Le Tigre, el espacio abierto que poco a poco se fue llenando, más que de la excentricidad, de la naturalidad de aquellos que viven bajo las sombras, la pasarela de largos peinados mohicanos, gabardinas y capas de la era victoriana, como si Jack el Destripador reviviera su sed de sangre en pleno Azcapotzalco, sombreros y olanes, pintura blanca en el rostro y de negro la envestidura, calaveras y catrinas, una fiesta previa a la noche de las almas.
“Rosegarden Funeral of Sores”, Bauhaus rompe el silencio que nos aquejaba, la sequía que nos mantenía cautivos, disipa el miedo por esta nueva normalidad, y entre el humo y las luces el bajo seductor y arcano vuelve a marcar los pasos de nuestro corazón, y la voz que nos devuelve cierta esperanza, nos deja ver que nuestro hartazgo al fin rindió frutos: "Virgin mary was tired, so tired, tired of listening to gossip, gossip and complaints”.
“Double Dare” David J de nueva cuenta imponiendo el frenesí con el bajo, Daniel Ash más que manipulando, dañando las 6 cuerdas de su guitarra, Kevin Haskins marcando el ritmo trepidante, y Peter Murphy vociferando, mutando, gritando, retador e indomable, con una luz blanca iluminando su condición inmortal. “In the Flat Field”, donde algunos discretos pasos de baile comienzan a emanar, cuando los tragos se intensifican, “A God in an Alcove”, en el orden como están las sagradas escrituras en aquel vinilo que no dejaba de girar. “In Fear of Fear”, por aquellos que aún no nacían cuando ya sonaba esta canción, “She’s in Parties” para aquellos que tal vez no dominan la discografía completa, pero que saben que el legado de Bauhaus es invaluable.
La forma primigenia y básica de una banda como demostración de un todo, no se necesitan pantallas para figurar, ni una gran orquesta para crear sinfonías fundamentales, la energía escénica que resiste el paso del tiempo, nuestros viejos ídolos devolviendo nuestra juventud. “Kick in the Eye” y su ánimo funk entre la bruma, “Bela Lugosi’s Dead” como alta causa, porque de nuestros sarcófagos salimos a respirar, cual vampiros sedientos de sangre y cerveza, en la noche medio nublada como lugar feliz, y con estas notas como himno de resurgimiento. Cual espontáneo al ruedo, un sujeto se atreve a intentar tomarse una selfie con Peter Murphy en pleno escenario, este lo aleja, la improvisada seguridad lo tumba, minutos después otra invasión disipada, la necedad por figurar donde a nadie le importas.
Pero sigue el eco de esa voz que nos seduce, el delay de los instrumentos que nos droga, el himno de una generación que en la oscuridad encontró su propia luz, y en la música sus influencias: porque están presentes los que conocieron a la banda como tal, y los que en Interpol encontraron la forma de indagar sus influencias, los que encontraron similitudes con She Wants Revenge, los que siguieron la pista de Love and Rockets, los que portan playeras de Nine Inch Nails, los que conocen más a The Cure, los que se vestían también como Caifanes, o los que extrañan a Siouxie and the Banshees.
“The Passion of Lovers” por aquellos que de la mano continúan por la senda oscura, “Stigmata Martyr” por los que reposan en el suelo de ebriedad e hicieron que los paramédicos acudieran a checar su bienestar, “Dark Entries” como frenética absolución de todos nuestros pecados, y como celebración por haber sobrevivido a una pandemia, el ánimo punk que nos dio fuerza para soportar, la música que en sus diferentes formas siempre nos va a salvar, ese track que más que sofocarnos nos enaltece y llena de vida.
Un encore plagado de covers incluyendo la infaltable aparición de “Ziggy Stardust”, saldo blanco en una noche negra, nada que ver con aquella última visita en el Cine Opera, los tiempos han cambiado, ahora hubo zona VIP, pago con tarjeta y vaporizadores a la venta, no hubo portazo, pero sí gente que se quedó escuchando desde afuera o en el estacionamiento, el Parque Bicentenario fue por una noche un buen camposanto para reflexionar, para volver a encontrarnos con gente que no veíamos desde hace mucho tiempo, y para reconectar con la música en vivo que tanto necesitábamos.