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Avante ante los sucesos del mes de septiembre, el Festival Aural encontró en diciembre la reprogramación perfecta para sus eventos y finalmente la marquesina de SALA Corona anunciaba el show quizá más esperado con la agrupación que tal vez nunca soñamos ver en nuestro territorio.
Tajak presentó su ruidosa y altiva propuesta que podemos escuchar en su material titulado Amsterdam 211 editado este año, tintes de psicodelia, demasiado feedback y gran ejecución de la guitarra para después dar paso a la ecléctica presentación de Carlos Marks, quien literalmente desmembraba su slide guitar y un violín, celo y percusiones como agregado perfecto para un experimento sonoro que sorprendió a los presentes.
El loop del inicio de “The Dead Flag Blues” y su pulsión preparando nuestros tímpanos para lo que vendría, el preludio a la gloria, el inicio del camino, la discreta salida de la banda ante ovaciones disipadas por las bocas pidiendo silencio, el “shhh” cual sonido de grillos inertes a la luz de la luna en un jardín. La emoción comenzó con las primeras notas y las proyecciones antañas y difusas, a partir de ese momento ya no pudimos movernos, ni hablar, ni pedir silencio porque estaríamos callados e inertes dejándonos llevar por cada nota, solo observando la aplicación de cada ejecutor con su instrumento. La precisión, el detalle, el modo artesanal de jugar con el reverb, las cuerdas como hilos de un fino telar, la pasión y constancia por lo que se ama, porque Godspeed You! Black Emperor es un ser errante que vaga por el mundo, una comunidad de gitanos que predican con la música una esperanza que tanto nos hace falta.
“Bosses Hang” para rendir honores a Luciferian Towers, los pequeños detalles que se aprecian en los dedos en movimiento en el bajo, los elementos que a veces fallan en una escucha complicada con audífonos, la experiencia orgánica de apreciar la maquila, como si presenciáramos una cirugía a corazón abierto. Ni luces en nuestros ojos, ni estrobos como riesgo de epilepsia, vendedores de cerveza que pasan y que son callados y mal vistos, no necesitamos substancias, el éter resulta inservible, aunque un dejo de hierba nos pica la nariz, sabemos que cada quién disfruta la noche a su modo: en silencio y trance, con los ojos cerrados, con movimientos aleatorios.
“Anthem for No State” para llamar a la calma, a sorprendernos al descubrir como ocho personas emulan una colosal orquesta, los discretos pasos que llevan a un siniestro andar, la guitarra al final que recuerda alguna escena de western musicalizada por Ennio Morricone, piezas tan largas que parecen suspiros. “Fam/Famine”, otro ejercicio de apreciación como preludio al apocalipsis: “Undoing a Luciferian Towers”, los devaneos del saxofón, los discretos golpes a los tambores, el bajo al mando como conteo regresivo, nuestro ímpetu desbocado, la imposibilidad de reaccionar movilmente cuando internamente estamos desechos, intoxicados por cada variación de sonido.
“Moya”, momento glorioso para la gran mayoría de los que estábamos y no estábamos, de aquellos que esperamos un día ver el mundo arder al compás de este desgraciado réquiem que a la vez nos llena de una falsa esperanza, la luz al final del túnel, el atardecer de un invierno nuclear, esa flor que resistió el embate de los bombardeos y que furiosa se resiste a la extinción. El soundtrack perfecto para caminar entre los escombros, la ilusión que nos arrebató la desgracia regresó unos meses después para conmovernos hasta las lágrimas, por los que se han ido, por los que no estuvieron, por los que nunca llegarán.
“Blaise Bailey Finnegan III” y sus versos cual rumores, el réquiem por un instante perpetuo, nuestra memoria contusa hablará de esta noche por mucho tiempo, la gracia de Aural para mover nuestras entrañas, un respiro entre todo eso que debemos escuchar, la discreta salida de Efrim Menuck del escenario lanzándonos un beso al aire, la esperanza por todo y nada, la felicidad de saber que elegimos el destino correcto antes que una premiere o una plástica fiesta navideña. Pequeños conciertos que te cambian la vida.