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“¡Venga maestro!”, se escucha en el público mientras Andrés Calamaro hace una reverencia, se inclina y besa el escenario, repitiendo lo que hiciera en 2008 cuando pisó por primera vez suelo mexicano para realizar un concierto. Mucho ha pasado en estos ocho años, el argentino, que en esa ocasión era recibido con gran expectativa al tratarse de su primera visita en casi tres décadas de trayectoria, ahora ya cimentó un público fiel que llena cualquier recinto que se le ponga enfrente: Auditorio Nacional, Metropólitan, Plaza Condesa y Vive Latino han sido sus “víctimas” en este tiempo.
Sin embargo, y a pesar de la cantidad de conciertos que “El Salmón” ha realizado en nuestro país, esta ocasión se antojaba especial. ¿Por qué? Simple: el argentino interpretaría su repertorio en un formato acústico, íntimo.
Mientras los asistentes apresurados buscaban sus asientos, los altavoces del Teatro Metropólitan anunciaron la tercera llamada. Las luces se apagaron. Andrés, acompañado por un trío (baterista, pianista y contrabajista) ocupó su lugar. Los acordes de “La libertad” empezaron a sonar. El público la recibió desde sus butacas, sentado, algo no muy común en los conciertos de Calamaro que suelen estar llenos de energía rocanrolera.
La primera parte del show transcurrió tranquila, llena de canciones que no sufrían muchos cambios pues sus versiones originales suelen ser muy parecidas, acústicas. “Bohemio”, “7 segundos”, “Ansia en Plaza Francia” y corvers como “Algo contigo” o “El día que me quieras” adornaron la primera mitad del concierto, misma que sus fanáticos disfrutaron pero que los no muy entrados o que solo conocen los éxitos, pudo llegar incluso a aburrirles, para ellos lo mejor estaba por venir.
Sin que el show estuviera dividido oficialmente en dos partes, más o menos a la mitad hubo un cambio. A raíz de la interpretación de “La copa rota”, algo cambió, los asistentes se empezaron a meter más en el concierto coreando cada una de las canciones, levantándose de sus asientos, aplaudiendo con euforia y celebrando cada acto del argentino.
En esta parte Andrés Calamaro interpretó canciones más conocidas: “Tuyo siempre”, “Estadio Azteca”, “Para no olvidar” (uniéndose al pianista para interpretarla a cuatro manos) y claro, sus clásicos “Flaca” y “Paloma” en los que la euforia, que parecía contenida, terminó por explotar.
El encore fue simple: “Cuando te conocí”, “Mi enfermedad”, “Media Verónica” y “Crímenes perfectos”, la balada más intensa de “El Salmón”.
Sin más, Andrés Calamaro se despidió con un paso doble de fondo y haciendo ademanes taurinos porque sí, la tauromaquia es una de sus más grandes aficiones. Y así, toreando a la vida es como ha transitado por más de 50 años. Hoy trajo un show acústico, mañana quizás toque tangos y a lo mejor en un año regresará al rock. Esto es lo bueno de Andrés, nunca sabes qué hará después, lo que sí sabes es que no decepcionará.